Hay dos posiciones que debemos de rechazar [en el debate sobre la cuestión de la inmigración]: que la propiedad pública esté poseída por el gobierno o que la propiedad pública no tiene propietario, siendo compatible, por ende, con la tierra en el Estado de naturaleza, antes de que los títulos de propiedad individual de parcelas particulares hayan sido establecidos.
Ciertamente, no podemos decir que la propiedad pública es propiedad del gobierno ya que este no puede poseer nada legítimamente. El gobierno adquiere su propiedad mediante la fuerza, vía impuestos normalmente. Un libertario no puede aceptar como moralmente legítima esa adquisición de propiedad puesto que implica el inicio de la fuerza (la extracción de dólares gravados) sobre gente inocente. Por tanto, los pretendidos títulos de propiedad del gobierno son ilegítimos.
Pero tampoco podemos decir que la propiedad pública esté desposeída. La propiedad en posesión de un ladrón no carece de propietario, ni siquiera si en el momento resulta estar en manos del verdadero propietario. Lo mismo va para la llamada «propiedad pública». Esta fue comprada y desarrollada por medio de dinero confiscado a los contribuyentes. Ellos son los verdaderos propietarios.
(Incidentalmente, esta es la forma correcta de abordar la desocialización en los antiguos regímenes comunistas de Europa Oriental. Todas aquellas industrias fueron propiedad de esas personas que fueron saqueadas, debiendo de haber recibido esas personas unas acciones en proporción con su contribución, en la medida en la que pudo haber sido determinado).
En un mundo anarcocapitalista, con toda la propiedad privadamente poseída, la «inmigración» sería responsabilidad absoluta de los propietarios de cada propiedad. Ahora mismo, por otra parte, las decisiones migratorias se hacen por parte de una autoridad central, que ignora completamente los deseos de los propietarios. La manera correcta de proceder, por tanto, es la descentralización de la toma de decisiones en inmigración al nivel más bajo posible, de modo que nos aproximemos mucho más a la propia posición libertaria, en la que los propietarios individuales dan consentimiento a varios movimientos de gentes.
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Suiza es, de hecho, un ejemplo interesante. Antes de que la Unión Europea se involucrase, la política migratoria helvética se aproximaba al tipo de sistema que estamos describiendo. En Suiza, las localidades decidían en materia de inmigración, y los inmigrantes o sus empleadores tenían que pagar para admitir a un futuro migrante. De esta forma, los residentes podían asegurarse mejor de que sus comunidades serían habitadas por gente que añadiría valor en vez de pegarse a ellos con la nómina de una lista interminable de «beneficios».
Obviamente, en un sistema puro de fronteras abiertas, los Estados de Bienestar occidentales simplemente estarían invadidos por extranjeros buscando dólares gravados. Como libertarios, hemos de celebrar, sin duda, el declive del Estado del Bienestar. Pero esperar una repentina devoción hacia el laissez-faire como el resultado más probable de un colapso en el Estado del Bienestar sería caer en una ingenuidad de tipo especialmente absurdo.
¿Podemos concluir que un inmigrante debe ser considerado como «invitado» por el mero hecho de que ha sido contratado por un empleado? No, según dice [Hans-Hermann Hoppe], pues un empleado no asume el coste total asociado a su nuevo empleado. Este externaliza, parcialmente, los costes que supondría ese empleado al erario público. […]
Estas migraciones, en resumen, no son resultados de mercado. No tendrían lugar en un mercado libre. Lo que estamos viendo son ejemplos de movimientos subsidiados. Los libertarios que defienden estas migraciones masivas como si fueran fenómenos de mercado solamente están ayudando a desacreditar y socavar el verdadero libre mercado.
Es más, como apunta Hans, la postura favorable a la «inmigración libre» no es análoga a la libertad de mercado, como afirman, erróneamente, algunos libertarios. En el caso de los bienes comerciados de un lugar a otro, siempre hay, necesariamente, un receptor deseoso. Pero esto no es verdad en relación a la «libre inmigración». […]
Las mismas culturas que supuestamente nos enriquecerán con la venida de estos nuevos migrantes no se podrían haber desarrollado si hubieran sido constantemente bombardeados con oleadas de inmigración de gente de culturas radicalmente diferentes. Por tanto, el argumento multicultural no tiene sentido de ninguna manera.
Es imposible creer que los Estados Unidos o Europa serán un lugar más libre tras varias décadas de inmigración masiva ininterrumpida. Dados los patrones migratorios que fomentan los gobiernos de EE.UU y la UE, el resultado a largo plazo, el resultado a largo plazo será hacer las circunscripciones para el continuado crecimiento gubernamental tan grandes, de modo que sean prácticamente imposibles.