La «explotación laboral» en pleno 2021

Este pasado sábado, día 1 de mayo, mientras que unos celebramos la festividad de San José Artesano, otros aprovecharon para celebrar su efeméride colectivista, que disfrazan como «Día Internacional del Trabajador» (sí, en la que algunos, al cantar aún la Internacional, hacen una clara apología al crimen, al asesinato directo e indirecto de más de 100 millones de personas).

Aquí en España salieron a participar de las correspondientes marchas callejeras miembros socialistas y comunistas con importantes responsabilidades políticas (PSOE y PODEMOS). Y algunas manifestaron una estúpida alegría, no siendo mentira que la actual tasa de paro en España (según la última EPA) está en máximos, mientras que somos líderes comunitarios en desempleo juvenil.

De todos modos, no voy a discutir mucho, por el momento, sobre el hecho de que algunos se manifiesten contra sí mismos. Tampoco hacer nuevos análisis sobre las estadísticas macroeconómicas de desempleo y afiliación a la Seguridad Social. Más bien, voy a centrarme en apuntar cuáles son los verdaderos problemas que enfrenta el trabajador a día de hoy.

No importan las categorías de la «lucha de clases»

La jerga de la «lucha de clases» sigue existiendo a día de hoy, siendo distinto, en cierto modo, que la llamada «nueva izquierda» haya preferido que vayan más allá de las relaciones entre empresarios y trabajadores, centrándose en cuestiones de género y raza, siguiendo así, en la medida que corresponde, las directrices de las llamadas identity politics. Bueno, también se usa para enfrentar sociológicamente a los madrileños

Eso sí, como no queremos jugar con el lenguaje del enemigo, por cuanto no se desea darles la razón, no hagamos de las diferencias evidentes un motivo para generar polos innecesarios que, simplemente, contribuyen a servir como ladrillos de la Revolución, sea como sea, dentro de sus muy diversos cometidos sociales y económicos.

Así pues, en la medida que corresponda, nos preocuparemos tanto de los autónomos como de los demás empresarios y de los trabajadores que no estén a cuenta propia. Eso no quita que critiquemos lo que haya que criticar, profundizando y sabiendo distinguir; tampoco que hablemos de proceder nosotros de manera moral. Pero todos son igualmente merecedores de dignidad y prosperidad económica.

El estrangulamiento económico afecta a todos

Vivimos en un clima donde no hay tanta libertad económica como uno desearía (sería lo justo también). Afrontamos demasiados obstáculos, tales como una elevada presión fiscalmontañas burocráticasinflación (gravamen encubierto), rigidez del mercado laboralsubvenciones que no dicen mejorar lo que en sus títulos de presentación se indica.

Encima, se suman los conceptos justificados por pretextos tales como el mito del «cambio climático» y el ya sobradamente conocido «virus chino». Estos no solo han dado lugar a cuotas ecológicas y restricciones de los lugares de actividad económica, sino a flagrantes vulneraciones de la libertad de circulación.

El caso es que todo esto perjudica, de una u otra forma, a los distintos participantes del mercado, componentes de la sociedad a su vez: quiebras de negocios, pérdidas de empleo, bancarrota, pérdida de poder adquisitivo, trabas a la innovación tecnológica, dificultades para llegar a fin de mes, complicaciones para el ahorro, etc. Y ojo, también hay graves consecuencias sanitarias como el suicidio.

No todo es mera economía

Sin negar que el buen funcionamiento de la economía depende del orden espontáneo, conviene indicar que las preocupaciones que son concernientes en estos instantes no se limitan solo a discutir las cifras económicas, que no es que no tengan que estudiarse. Tienen que ver con los problemas que corroboran que la batalla es tanto cultural como espiritual.

Antes de empezar, hay que decir que la subvención y el subsidio son, junto a la deuda, nuevas modalidades de esclavitud posmoderna. Básicamente, estas convierten a la persona en un dependiente del Estado mientras que, en el caso de empresas, se logra que estas dependan en mayor medida del poder político que de lo que Ludwig von Mises denominó «democracia económica».

Pero es que no todo se queda ahí, ni siquiera en los «votos cautivos» que se comercian en comicios, sobre todo, en los municipales. Desde hace años, impera la llamada «responsabilidad social corporativa», que no es para nada un buen decálogo de moral cristiana, sino un conjunto de «rollos progres» adaptados al compás de los tiempos, muy distantes de la responsabilidad, la honestidad y el esfuerzo.

Ahora bien, en realidad, sabemos que hoy, tanto por vías de presión como de amenaza iuspositivista, se trata de imponer todo el articulado de la nueva, falsa y artificial «religión de Estado» (aunque ahora hablen de conceptos como la Agenda 2030), en base a cuestiones como el secularismo cristófobo, el abortismo, el ecologismo, el feminismo y el homosexualismo.

En base a ello, se procura asegurar la muerte civil de aquellos que no acepten estos dogmas, lo cual tiene también que ver con la llamada «cultura de la cancelación«. Hay quienes ven en peligro su continuidad laboral o su actividad económica por defender la dignidad del ser humano o la familia tal y como marca la tradición de orden natural. Y sí, también entra de lleno la cristianofobia.

El problema no es el capitalismo «bien entendido»

Una vez abordado todo lo anterior, quizá deba de quedar claro que el problema que sufre cualquier trabajador no se debe al libre mercado, sino a la incipiente tendencia a estrangularnos económicamente, con la correspondiente influencia de las nuevas tendencias de un proceso revolucionario que es socialista en cualquiera de sus modalidades. La tecnología tampoco es el problema en sí.

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