¿Por qué el comunismo es siempre lo contrario de la libertad?

Hace unos días, en un programa de radio de la Cadena SER, se le preguntaba a Pablo Iglesias si prefería comunismo o libertad. La respuesta de Iglesias, por si cabe alguna duda, resultó bastante descritptiva: “¡Comunismo, qué cojones!”.

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Más allá del chascarrillo, resulta bastante estremecedor que alguien que todavía ocupa en el panorama político español el lugar que ocupa Pablo Iglesias, con la influencia que tiene sobre la presidencia de Pedro Sánchez, pueda hacer tamaña afirmación. Cuando se presenta el dilema entre comunismo o libertad, en el que Iglesias entra de lleno, no se trata de ninguna exageración. Es que entre el comunismo y la libertad existe un antagonismo ontológico, radical. Bien es cierto que muchas personas se pueden preguntar el porqué. Lamentablemente el comunismo cayó con el Muro de Berlín sin que la mayoría de la población entendiera el porqué, seguramente por eso el comunismo, como el poder de Sauron, no quedó eliminado del todo y amenaza con resurgir. Puesto que los regímenes comunistas habían caído, parecía innecesario combatir las ideas que los habían sustentado. El mundo libre hizo dejación de su deber pensando que las ideas comunistas eran fruto de aquellos regímenes y no justamente al revés. La supervivencia de las ideas comunistas junto al progresivo olvido del horror de aquellos regímenes y su colapso abonan ahora el resurgimiento de las ideas comunistas con un riesgo y una amplitud que no se pueden desdeñar.

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Refutar intelectual e históricamente el comunismo puede y debe ser motivo de extensos trabajos y de pequeñas piezas de combate como las que agrupaba “Hay un progre en mi sopa”, el libro que hace unos años editó Navarra Confidencial. Uno de los capítulos de aquel libro estaba dedicado al comunismo y a tratar de contestar a la pregunta de por qué el comunismo resulta incompatible con la libertad. Dadas las circunstancias actuales no es mal momento para rescatar y difundir aquella pequeña reflexión.

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El comunismo es una jaula

¿Quién dijo que es una utopía ofrecernos casa gratis, calefacción gratis, comida gratis, luz, ropa y además igualdad? Hay un escenario en el que todo esto es posible, lo que pasa es que a lo mejor no resulta muy deseable

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Que todo el mundo tuviera cubiertas sus necesidades y que al mismo tiempo haya igualdad es posible. De hecho es el cumplimiento de la premisa básica de la extrema izquierda: si a unos les falta es porque a otros les sobra. Para que deje de haber pobres tiene que dejar de haber ricos. Y efectivamente, estamos pensando en un lugar real, que efectivamente existe, en el que todo el mundo tiene techo, todo el mundo tiene comida, todo el mundo tiene atención sanitaria, todo el mundo tiene garantizadas sus necesidades básicas, y además no hay ricos y todos los que habitan en ese bucólico lugar viven igual.

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Naturalmente estamos hablando de la cárcel.

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Alguien podría alegar que comparar el socialismo real con una cárcel es una idea improcedente y maliciosa, pero si lo pensamos detenidamente no es tan improcedente, o no por las razones que podrían pensarse a primera vista.

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El socialismo real, por definición, exige verjas, celdas, candados y ausencia de libertad. Si metiéramos a la gente en la cárcel para que tuviera iguales condiciones de vida, pero después dejáramos las puertas abiertas y libertad para interactuar con el mundo exterior o el resto de reclusos, en cuestión de días ya no tendríamos igualdad, una de las bases del sistema. Porque algunos irían al exterior, harían trabajillos, ganarían un dinero, pedirían préstamos, comprarían cosas, comerciarían con ellas, invertirían, a unos les iría bien, a otros les iría mal, otros apostarían o jugarían a las cartas, otros no harían nada… en unas semanas, como decíamos, ya no habría dos presos que tuvieran los mismos recursos. En consecuencia, para restablecer la igualdad habría que incautarse de todo y volver a repartirlo equitativamente.

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Ya de primeras esto disuadiría bastante a cualquier habitante de la prisión en volver a esforzarse para tratar de hacer algo productivo en el futuro, lo que uno de los problemas inherentes al sistema igualitario, pero no obstante podría haber quien intentara usar su libertad de ir y venir y hacer y deshacer para volver a tener beneficios. Estas personas, para evitar que se los volvieran a confiscar y repartir entre los demás, seguramente empezarían a intentar ocultar esos beneficios a la autoridad de la prisión. En consecuencia, la única forma de garantizar la igualdad sería cerrar las puertas, mandar guardias a inspeccionar las celdas y limitar el movimiento.

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¿O se creían ustedes que si los países del socialismo real y el comunismo se parecían a cárceles era por causalidad? Pues no, es que o se parecen a cárceles o deja de ser posible el comunismo.

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Si la metáfora de la cárcel no termina de ser pertinente, no obstante, es por otra razón. Y esta razón es que, a fin de cuentas, cualquier paraíso comunista, a diferencia de la cárcel, a largo plazo resulta insostenible. El techo gratis, la comida gratis, la calefacción gratis, la atención médica gratis o la piscina de la que disfrutan los internos, no la pagan los reclusos con los recursos que generan, sino que los paga la gente libre que vive desigualmente en el exterior.

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