Hoy, Lunes de Pascua, puede echarse la cuenta atrás, en principio, para que se ponga fin, de momento, a la restricción de la libre circulación incondicional entre distintas regiones de España, bajo el monotemático pretexto sanitario y no tan sanitario, a abordar en el presente artículo.
Paulatinamente, por otro lado, está aumentando la proporción de población que ya ha recibido alguna dosis de vacunación contra el COVID-19 (llamémosle «virus chino», a fin de recalcar sus orígenes, del mismo modo que no reparan en hablar de «cepas» de países generalmente europeos o hispanoamericanos).
Sí, el asunto de las vacunas no está exento de comprensibles interrogantes (sobre todo, por su «sorprendente velocidad» de puesta en producción), a lo cual se le suman motivos para evidenciar, por enésima ocasión, que la planificación centralizada merma objetivos, genera caos y ralentiza más que optimizar.
Al mismo tiempo, no voy a negar que de una u otra forma, la vacunación está sirviendo para generar nuevos nichos de oportunidad que sirvan para invadir la privacidad de los ciudadanos, más allá de ensayar con ellos, vulnerando la libertad de circulación.
De todos modos, no voy a dedicar, de momento, demasiado tiempo a estas particularidades, sino a invocar a una reflexión determinada, por decirlo de alguna forma, de manera humildemente constructiva, por cuanto, sin perder toda esperanza, hay que estar en alerta, teniendo en cuenta ciertas cuestiones.
Contra la espontaneidad de la acción humana
(Advirtiendo de antemano de la no entrada en cuestiones electorales concretas…) El ser humano, por naturaleza, suele ser un «ser social» que psicológicamente necesita «agarrarse a algo» en lo que pueda creer, con independencia de los plazos a estimar.
En estos momentos, por desgracia, existe una crisis marcada por el relativismo, que aboca a no pocos a sentirse en una especie de vacío existencial. Además, estamos azotados por el secularismo, de modo que la gente no cree en el más allá, aunque acaba depositando su confianza en una Artificial Providencia.
Las cuestiones enunciadas en el párrafo anterior, como sabemos, derivan de fases revolucionarias con carácter evolutivo, contra-natura y forzosas (bueno, hay que recordar que el socialismo, en un sentido amplio, necesita imponerse con coacción y, sin duda, violencia de alguna clase).
De hecho, ha habido estragos tanto en la economía como en la salud física y mental. Por ello, podemos decir, que de por sí, hubiera sido imposible pedir a la población que dejase de viajar o de tener cierta vida social, como el que un día piensa en probar cierta receta de cocina leída en una revista.
Más bien, ha habido un ensayo de fuerza que se puede valer de varias brechas
Los últimos estrangulamientos a la libertad de circulación y de reunión han necesitado de un pretexto, tratándose la información mediática y la acción político-institucional de un medio indispensable para poder llevarlo a cabo. Pero no todo les servía.
Se ha tenido que recurrir a la creación de un virus en un laboratorio no ajeno a una tiranía comunista con una capacidad de propagación de cierta consideración para atemorizar a la población, vendiéndole una imagen de advenimiento de un «apocalipsis».
Las enfermedades cardiovasculares (ictus e infartos de miocardio) son una de las principales causas de mortalidad en el mundo.
No obstante, nunca nadie propuso prohibir trabajar o estudiar, retirar grasas saturadas del mercado, etc.#covid19 pic.twitter.com/Phf3iVgjH2
— Navarra & España Confidencial (@NavarraConfiden) August 13, 2020
Bajo la advertencia de la «alta letalidad» de este patógeno, sin no pocas contradicciones e incongruencias (por ejemplo, la cuestión de los asintomáticos), se empezó a inculcar sobre la conveniencia de la distancia social o el no salir de casa. Y sí, todo condimentado con bastante terrorismo colectivo.
Así se ha ido desarrollando una histeria colectiva masiva en torno a la cual de ha optado por vulnerar, sin éxito en verdad, gravemente, las libertades de la sociedad, aparte de estrangularla política y económicamente.
Lo que pase, de nosotros depende
Que hayamos renunciado a la esperanza (sabiendo además que la sanidad actual está más desarrollada), les ha venido como anillo al dedo. Se ha tendido a la desesperación y, en el actual panorama de nihilismo, es fácil acabar depositando todo en un demoníaco, problemático y estrangulador ente llamado Estado.
De hecho, siempre puntualizo que lo que se gesta en las capas políticas depende del rumbo que podamos marcar nosotros, como sociedad, desde abajo. Con lo cual, igual bastaría con unos mínimos que no necesariamente entran en conflicto con la legislación positiva vigente.
Ya sabemos que legalidad y legitimidad son conceptos diferentes, no siendo todo justo y moral (es más, hay que tender a recelar al máximo del positivismo). Pero basta con cambiar nuestra manera de pensar, con poner un poco de nuestra parte.
Obviamente, hay que seguir sacudiendo conciencias, y denunciando las destructivas invasiones del estatalismo demoníaco, sin duda. Pero igual, para comenzar, podemos ir por algo más sencillo, sin negar tampoco la existencia del virus.
Deberíamos de adoptar, ante la constante histeria, esa actitud que se resume en el dicho popular «por un oído me entra, por otro me sale». Puede que esto suene demasiado fuerte, pero, en resumen, formalmente, mi pretensión es evitar vivir el resto de nuestros días terrenales entregados al miedo.
Hay que cuidar de nuestra propia salud, pero con sentido común. Recordemos además que existen patologías más graves y probabilidades mayores de fallecer por ciertos accidentes, no optando ante ello por privarnos de todo en un sentido drástico. Y sí, el estatismo covidiano está deteriorando en gran medida nuestra salud mental.
Al mismo tiempo, no dudemos en recobrar la esperanza ante las diversas adversidades (incluida la llamada confianza en el más allá). Igual con todo ello podemos conseguir desgastar este ensayo de agenda política que tanto obstaculiza nuestras libertades.