Naturalmente la esperanza es un remedio espontáneo para el vivir diario. Es, por otra parte, un elemento que necesitamos constantemente para no atemorizarnos con la vida. Todo el tiempo estamos en busca de esperanza: el frívolo, el esteta, el filósofo, el humilde, o quien sea, de alguna manera están marcados por la inevitable búsqueda de esperanza. Consciente o inconscientemente, ya sea para propósitos diversos, está presente en cada persona que habita el planeta Tierra. En efecto, he hablado en pocas líneas de la esperanza a grandes rasgos. Ahora bien ¿Qué es una esperanza rara? Resulta difícil de definir, pero haré el intento. Si la esperanza es un elemento indispensable para no perecer a diario; una “esperanza rara” podría ser: aquel llamado interno que nos invita a seguir persistiendo aún ante la adversidad y casi la inevitable derrota en algún campo de la vida. Es decir, que aunque las señales sean contrarias a nuestro ímpetu noble y puro, por ejemplo, en el amor, no nos damos por vencidos ni por derrotados y seguimos intentando a pesar de los desánimos constantes. O sea, guardamos una chispa de luz en el fondo de nuestros corazones; una reserva indispensable para seguir confiando.
Tal vez un pesimista como Fiódor Dostoievski era un férreo sostenedor de una “esperanza rara” algo que, naturalmente, hay que saber dilucidar en sus escritos; pues se trata de una tarea interpretativa no siempre fácil cuando vemos oscuridad en sus libros. Pero al final del pasillo siempre nos muestra luz y, puntualmente, una reflexión moral y existencial de la condición humana. En un pasaje de Crimen y Castigo, el autor Ruso, plantea la siguiente paradoja:
¿Por qué me han de compadecer, preguntas? ¡Cierto! ¡No hay porque tener compasión de mí! ¡Lo que merezco es que me crucifiquen, que me claven a una cruz y no me compadezcan! Crucifica señor, crucifica; pero al crucificar, ¡Compadece al hombre! Entonces yo mismo te pediré que me crucifiques, pues mi sed no es una sed de alegría, sino de dolor y lágrimas. ¿Crees acaso, merecer, que he encontrado dulce esta media botella tuya? En su fondo he buscado dolor, dolor y lágrimas; y al beberla, los he encontrado. De nosotros tendrá compasión Aquel que tuvo de todos: es el Único, es el Juez. Vendrá el ultimo día y preguntará: “¿Dónde está la hija que se ha sacrificado por una madrastra rencorosa y tísica, por unos niños ajenos? ¿Dónde está la hija que ha tenido compasión de su padre terrenal, borracho perdido, sin horrorizarse de sus bestialidades? Y dirá: “¡Ven! Te he perdonado una vez, te he perdonado una vez…” Y te perdonará a mi Sonia, la perdonará, la perdonará, sé muy bien que la perdonará… ¡Lo he sentido así, en mi corazón, no hace mucho, cuando estuve en su casa! Juzgará y perdonará a todos, a buenos y a malos, a los prudentes y a los humildes. Cuando los haya perdonado, entonces también nos llamará a nosotros: “¡Salid vosotros!”, nos dirá. “¡Que salgan los borrachos, que salgan los miedosos, que salgan los impúdicos!” Saldremos todos, sin avergonzarnos, y nos pondremos de pie. Dirá: “Sois unos cerdos”. Tenéis la imagen y el sello de la bestia; pero ¡acercaos también vosotros!” Exclamaran los sensatos, exclamaran los razonables: “¡Señor! ¿Por qué admites a estos?” y Dirá: “Pues los acepto, sensatos; los acepto, razonables, porque ninguno de ellos se ha considerado digno de ser recibido…” Extenderá los brazos hacia nosotros, nosotros acudiremos, nos echaremos a llorar… Y lo comprenderemos todo. ¡Entonces lo comprenderemos todo!… Y todos comprenderán, Katerina Ivánovna también comprenderá… ¡Señor venga a nos tu Reino!
Esta parábola dostoievskiana encierra una “esperanza rara”. En primer lugar, comienza el párrafo mencionando la compasión y el perdón de Dios, es decir, que el Señor se compadecerá del hombre, los juzgará y los perdonará a todos, ya sean buenos, malos, prudentes o humildes. Pero, específicamente, admitirá aquellos indignos de ser recibidos ¿Por qué? Justamente, porque ninguno de ellos se creyó digno de ser admitido. Aquí, Dostoievski, apunta a la “indignidad del hombre”. Pero no solamente eso, sino que, precisamente, rescata aquel que reconoce su indignidad y por ello se transforma en digno de ser recibido por el Señor, puesto que no se justifica. En este sentido, la “esperanza convencional” nos dirá que para ser admitido por Dios debemos ser dignos de Él. Sin embargo, la “esperanza rara” plantea, en efecto, que aun siendo indignos y reconociendo nuestra ingratitud, seremos recibidos por el mero hecho de saber que no deberíamos ser recibidos; siendo, en realidad, lo más justo. Quizás, lo anterior es una muestra de humildad incluso en las bajezas propias del hombre o, en otras palabras, no sentirse orgulloso en la voluptuosidad misma ni en su ejercicio diario.
En el “amor” puede suceder lo mismo ¿Qué sucede si nos sentimos indignos ante el otro? Sin lugar a dudas, requiere de una sucesión de actos reflexivos previos en el intento de mostrar mi teoría. La indignidad se devela en el pasado o en el presente y a través de los hechos, es decir, en la práctica. Tal vez no tanto en un mero deseo sino que es necesaria la actuación concreta. Y me refiero únicamente al pasado y no al futuro, porque este siempre puede cambiarse. No hay una suerte de determinismo en quien es indigno, pues la “esperanza rara” nos dirá que aún el más indigno puede ser redimido. El hecho puede ser simple; la cuestión se da cuando ese hecho devela algo oculto en la personalidad. No importa si es un gran acto o en meros actos pequeños o la sumatoria de muchos de estos. La indignidad siempre va a tratar de menospreciar el hecho, es decir, rebajarlo de su condición esencial. Por ello perderá su intangibilidad; y no habrá por lo tanto respeto alguno a la condición objetiva que emana del acto, puesto que se distorsionará y, por ende, el sentido común no iluminará la cuestión. Por este motivo: si el acto se separa del aspecto interno del sujeto, no habrá reconocimiento. Perdida esta íntima conexión se viciará, en consecuencia, la posibilidad de discernimiento ante la claridad de una situación indigna. No habiendo reconocimiento, no habrá responsabilidad. Y por este motivo, la “supuesta idealidad” de la persona quedará únicamente en un sentido puramente lejano que sustituirá o justificará el hecho no a partir de una base concreta, objetiva o de sentido común que se encamina al hecho en relación a lo virtuoso, sino que, justamente, ese rebajamiento del hecho más esta “supuesta capacidad de ideales” que cree tener el sujeto, serán el armamento argumentativo para negar o disminuir a su máxima expresión el hecho indigno. En consecuencia se relativizará hasta el punto de crear una visión equivocada en el otro. Pero, en definitiva no hay que focalizarse en los detalles sino en lo develado, siendo este el aspecto más importante, pues, esencialmente, el hecho muestra algo mucho más profundo: “lo que se devela en la persona”. Por este motivo, el hecho debería pasar a un segundo plano para un análisis más fino y no tanto externo.
Pero del otro lado, quien aguarda una “esperanza rara” será un verdadero creyente metafísico. La metafísica es un campo puro, la realidad humana no. La primera se disuelve en la segunda, perdiendo, de tal forma, su derecho; que solo pude ser reclamada por algunos locos. Pero en realidad el loco es aquel que “pierde todo menos la razón”, como afirmó Chesterton en Ortodoxia. Y aquí se invierte la ecuación, el más digno y cuerdo es aquel que proclama la “virtud metafísica”, quien busca elevarse a nivel de las nubes y no permanecer sobre el llano del mundo. Este tipo de persona es un buen revolucionario, el verdadero y el único. Pese a que se tambalee. Y sea, tal vez, quien vive en una coherencia interna y externa, lo más difícil de practicar en el oficio de la vida. Sin embargo, como la perfección no existe en el espacio-tiempo será, en realidad, quien más se acerca a este buen ideal.
Asimismo, la vida se remonta a una razón profunda, aunque la realidad no sea filosófica, puesto que, más bien, lo filosófico nace de un instinto interior del hombre para explicarse. Y aquí surge un nuevo dilema: el problema humano es un problema de “comprensión”, entre un individuo y la vida y entre un individuo y otro. Justamente este problema se da porque hay una realidad que el lenguaje no puede mostrarnos en su plenitud, a raíz de que se encuentra en la profundidad de nuestro ser de forma oculta. Lo anterior, por otra parte, no puede ser reducido psicológicamente o enmascararse en un estado de conciencia como nos han acostumbrado en la actualidad. Probablemente, la cuestión encierra un aspecto íntimamente trascendental que ninguna ciencia empírica puede develar y permanece de manera interna en el individuo.
Más allá de la explicación un tanto filosófica del párrafo anterior, nuestra crisis actual es una crisis de la existencia. Distorsionada por la pérdida de valores trascendentales. Al menos el ser humano en un ataque de escepticismo debería seguir confiando un poco y no perder la “esperanza”, aunque sea esta una “esperanza rara”, debería seguir latiendo en las profundidades abismales del corazón. A lo mejor Dostoievski sea un pensador con gran margen de luz y se haya adelantado a la desoladora sociedad que empezaba a emerger en el S. XIX. Aun cuando su “esperanza” y su “cristianismo» estén bajo un sello de “sufrimiento” y “problemas morales”. Estas almas tienen un fuerte ímpetu de sinceridad y obstinación ante el espectáculo desesperante del escepticismo y el relativismo moral. Siempre hubo de estos héroes y ojalá que en este siglo XXI emerjan muchos más de ellos, es decir, indignos que se reconozcan como tal y se rediman a través del sufrimiento.