La mente de uno es atacada en forma sistemática por un entramado educativo y mediático donde la hegemonía progresista, más particularmente feminista, impuso la falsa idea de que ser hombre ya equivale a ser una criatura malvada por naturaleza. Por ello es más que oportuno retomar las enseñanzas del psicólogo clínico y teólogo, don Juan Varela, que desde España exporta sus ideas plasmadas en la obra “Tu identidad sí importa”.
En el estudio de don Juan Varela, el buen hombre posee 5 grandes rostros que debe desarrollar en forma virtuosa para poder alcanzar un desarrollo sano tanto en el individuo como en la familia y la comunidad. No ha de ponerse el foco en una sola característica en desmedro de las demás ya que el desarrollo armonioso de las 5 es fundamental para una correcta masculinidad. Allí radica la importancia de un buen equilibrio por cuanto poner demasiado énfasis en una sola facción implica restar importancia a las demás, y en la medida que alguna de las 5 características merma, la masculinidad se debilita. Véase pues cuáles son tales expresiones de la correcta masculinidad.
I.- El primer rostro es el del “guerrero”, que muestra el deseo de conquista, expresión de talentos y una sana dosis de valentía acompañada de un temperamento seguro y firme (se rechaza la noción de violencia injustificada y abuso). Fuerza, valentía, coraje son parte de una expresión masculina sana que lo impulsan a la conquista de logros personales (materiales, espirituales, culturales). Ciertamente debe subsistir una dosis mínima y racional de agresividad; nada menos masculino que el ser totalmente pasivo y delicado que se deja avasallar; no debe confundirse pues tal agresividad con la falta de respeto, atropello a terceros o ejercicios abusivos del poder. El temperamento templado y predispuesto a la conquista es fundamental en aquel hombre que desea encontrar su propio sentido de trascendencia.
II.- El segundo rostro es el del “rey”, por cuanto ha de transmitir equidad, ética y valores para con los suyos, con templanza y objetividad en cada análisis, lo que implica asumir que el buen hombre para ser justo ha de tener códigos de honor. Se rechaza al que es tirano y no posee vocación servicio, ya que la persona equilibrada comprende que el sentido de prudencia en cada acción. El hombre rey busca que prevalezca la verdad y el orden, por eso es que posee un sentido de valor y de valores que considera apropiados para sí, su familia y su comunidad.
III.- El tercer rostro es el del “amante”, quien pone en consideración la satisfacción de la mujer por sobre las propias apetencias, incluyéndose el romanticismo y la ternura más la contención efectiva. La vida sexual en consideración de la mujer implica el equilibrio con la docilidad para escuchar a la pareja, contenerla afectivamente y conseguir una unión espiritual que vaya más allá de la mera corporalidad. El buen amante comprende el sentido de una vida sexual plena e íntegra, y justamente por ser una unión completa con el otro es que se rechaza a quien desea utilizar a la mujer para el propio goce. La vida lasciva no forma parte de una masculinidad correcta ya que el egoísmo en la intimidad es propio de quien no alcanzó la debida madurez sexual. El hombre amante entiende que se puede ser romántico (consideración de las fechas, regalos, detalles) sin por ello caer en actitudes que, por repeler la vulgaridad, sean amaneradas.
IV.- El cuarto rostro el del “sacerdote”, donde el cabeza de familia es quien imparte la guía espiritual a su hogar, lo que implica también la formación en valores y el resguardo de las tradiciones, comprendiendo el servicio que uno tiene para con Dios y la Patria. El hombre es la representación del Padre que transmite la Tradición a su prole y por tal razón se rechaza el despotismo del hogar. La sabiduría moral se deposita en el hombre que protege su hogar no sólo materialmente, sino espiritualmente.
V.- El quinto rostro es el del “amigo”, que implica ser una persona de pacto y de palabra, donde los lazos fraternos con la comunidad son tan fundamentales como la confianza en gente en quien uno se apoya y potencia. El hombre amigo es quien establece un vínculo de confianza donde puede depositar su cariño, sus miedos, sus orgullos, su verdadero ser con el otro. Se rechaza al hombre atomizado y autosuficiente propio de la posmodernidad, ya que una persona sin una amistad verdadera se pierde en un vacío que no lo contenga en las caídas, los fracasos o cualquier situación de impacto en la vida.
Así como se observa, y complementando con las enseñanzas de Jordan Peterson en su gran obra “12 reglas para vivir” (capítulo 1), se debe comprender que la naturaleza caída del género humano es inherente a la especie, pero cada sexo presenta sus propias pasiones. Por ello es que el hombre, naturalmente propenso a la conquista y el accionar público, tiene que poseer aquel faro moral que mesure el carácter y encause en la búsqueda de un bien mayor. Es real que diariamente el mundo observa desenlaces fatales en relaciones patológicas, pero en la medida en que los discursos de izquierdas profundicen la violencia, más lejos se estará de abordar una solución que permita la vida pacífica y próspera en la sociedad. Lejos de atacarse al hombre bajo falacias e irrealidades debería educarse en el sentido de misericordia, caballerosidad y nobleza. Así pues, es momento de entender que la construcción de las “nuevas masculinidades” no son más que una parafernalia para que la gente violenta se disfrace de aliados redimidos y continúen actuando impunemente, mientras el sistema hegemónico ataca las 5 facetas virtuosas a las que debería aspirar todo hombre de bien. Oportuno sería que cada hombre tome para sí el control de su fuerza vital y comprenda que no es pecado nacer hombre, pero sí es un error renunciar a la propia masculinidad con tal de ser aceptado por un sistema que igualmente lo despreciaría a la postre. El hombre está llamado a templar y mesurar sus pasiones, pero ciertamente el camino de su redención no se halla en las ideologías políticas que en su génesis ya enarbolan un sistema racionalista basado en falacias ontológicas; ante ello lo ideal quizás sea, antes que “deconstruir” la masculinidad, construir una masculinidad mesurada, valiente, prudente y virtuosa.