Pablo Iglesias ha vuelto a hacerlo. En una entrevista concedida a eldiario.es, asegura que con el suficiente número de escaños no le temblaría el pulso para nacionalizar a las farmaceúticas. Que esto lo diga un chalado cualquiera puede ser más o menos preocupante, pero que lo diga el vicepresidente del gobierno es gravísimo.
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Pablo Iglesias: "Si yo tuviera el poder político para asegurar que el derecho a la salud se garantiza y eso implica nacionalizaciones, no me temblaría el pulso. Pero uno tiene que saber con el poder con el que cuenta, y yo lo que tengo son 35 diputados" https://t.co/fT7S3oRUOt pic.twitter.com/g8EtiI3Frm
— elDiario.es (@eldiarioes) January 31, 2021
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Imaginemos que una gran empresa farmaceútica está considerando por algún extraño motivo invertir ahora mismo en España y abrir una fábrica o unos laboratorios, algo que por otro lado nos vendría increíblemente bien en estos momentos tanto a nivel económico como sanitario. Pues bien ¿qué se supone que debe pensar al escuchar las declaraciones de este iluminado, pero vicepresidente del gobierno? ¿Qué más debe oír para cambiar de planes e irse con la inversión a cualquier otro país?
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Por supuesto la frase de Iglesias es mucho más terrorífica de lo que parece porque igual que dice que estaría dispuesto a nacionalizar cualquier empresa del sector de la salud, o todo el sector de la salud, ¿por qué no nacionalizar también el sector de la energía? O sea, que lo mismo que las empresas farmaceúticas estamos espantando también a las energéticas. ¿Y por qué no nacionalizar también el sector de la automoción? ¿O el de las comunicaciones? ¿O el textil? ¿O por supuesto el financiero? Escuchando al vicepresidente del Gobierno de España, incluso al margen de la fiscalidad o la inestabilidad normativa, ¿quién desde fuera puede pensar que España es un lugar seguro y atractivo para invertir?
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A Podemos le molesta mucho que hablemos de Venezuela, pero el penúltimo insensato antes de Pablo Iglesias que se dedicó a popularizar el “exprópiese” en su país fue Hugo Chávez. El éxito que ha seguido al vetusto recetario comunista en su inopinado aterrizaje al siglo XXI es notorio. Que por cierto, la última excentridad del régimen bolivariano ha sido asegurar que Venezuela dispone de una vacuna (unas “gotitas milagrosas”, literalmente) que no hace falta ni inyectar, que es totalmente segura y que tiene una eficacia del 100%. Como el agua de Lourdes, pero con la hoz y el martillo, para que alguien se atreva a poner en duda la buena idea de nacionalizar la Salud que ha tenido el vicepresidente de España.
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De entrada la afirmación de Maduro resulta bastante increíble, pero es que resulta que, repasando la hemeroteca, nos encontramos con que ya en noviembre el tirano bolivariano se puso delante de una cámara para asegurar que Venezuela había inventado una “molécula” bautizada como DR-10 que curaba el coronavirus con un 100% de eficacia. O sea, que las “gotitas milagrosas” son ya la segunda cura milagrosa, que en realidad por tanto ni hacía falta, y que el glorioso gobierno venezolano ha desarrollado no una sino dos curas contra el coronavirus, superiores a todo lo demás que se ha hecho en el resto del mundo.
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Eso sí, al mismo tiempo Maduro denuncia que a Venezuela no es capaz de acceder a las compras internacionales de vacunas porque «Los recursos para comprar la vacuna de Venezuela los tienen congelados y robados en Inglaterra, en Portugal, en España, en Estados Unidos».
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También Maduro anuncia la adquisición de la vacuna rusa Sputnik. Obviamente los hechos resultan bastante incompatibles entre sí. Si Venezuela tiene no una sino dos curas milagrosas efectivas al 100% contra el coronavirus, mucho mejores y más fáciles de administrar que las vacunas, ¿para qué necesita esas vacunas que son peores que sus gotitas milagrosas y sus moléculas mágicas? ¿Por qué no somos los demás los que tenemos problemas para conseguir los remedios maravillosos de Venezuela? Pues bien, es de temer que si Pablo Iglesias se convirtiera en el Maduro de Occidente el sector público sanitario español se dedicaría a producir moléculas mágicas y gotitas milagrosas. Por no hablar de todos los demás éxitos del comunismo venezolano, pese a ser un país asentado sobre un mar de petróleo, como el de nacionalizar el sector de la energía para garantizar al pueblo el suministro.
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Con lo popular que es ahora hablar de terraplanistas, cabría preguntarse si personajes como Maduro o Pablo Iglesias no representan algo así como el terraplanismo político y económico. Pero el problema no es Pablo Iglesias, el problema es Pedro Sánchez. El problema es el PSOE. Pablo Iglesias es vicepresidente y habla como tal en los medios porque es lo que el PSOE ha elegido. El PSOE es por tanto el principal responsable del desastre a todos los niveles que estamos gestando.
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