Asistimos en los últimos días a un espectáculo notablemente degradante, el de políticos y altos cargos de todo signo (van ya casi 300) saltándose el turno para ser vacunados, un show en el que hasta ha tenido un confuso capítulo la Junta de Jefes de Estado Mayor de la Defensa. Pero con ser llamativo y lamentable todo lo visto, la pregunta importante quizá es otra y se refiere al hecho de que nuestros gobernantes no se hayan querido vacunar abiertamente y por qué.
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Una de las posibles explicaciones para algunas personas es que los gobernantes no se creen la seguridad de las vacunas y las están experimentando con los ancianos antes de ponérsela ellos mismos. En otros países, precisamente para evitar esta desconfianza, los gobernantes y las casas reales han sido precisamente los primeros en ponerse la vacuna.
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El empecinamiento del gobierno español y la pequeña galaxia de gobiernos autónomicos en no vacunarse tiene seguramente mucho más que ver con el absurdo tabú de la igualdad. Somos un gobierno de progreso. El gobierno es igual que el último ciudadano. El presidente del gobierno, los ministros y los presidentes autonómicos y sus consejeros esperarán su turno igual que los demás. Menos los que se cuelen, claro está.
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Lo interesante de este concepto del gobierno igualitario es que necesariamente nos lleva a preguntarnos por la necesidad del gobierno. O sea, con la negativa a vacunarse el gobierno nos está diciendo que es totalmente prescindible en esta crisis, que si el presidente y sus ministros se contagian y acaban confinados, hospitalizados o en una UCI, la gestión de la pandemia, la economía o la seguridad no quedarían afectadas. Porque o creemos eso o pensamos que estamos en manos de unos memos totalmente irresponsables. Muy igualitarios, pero totalmente memos e irresponsables.
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Si de hecho retrocedemos hasta marzo, recién pasado el 8M, aquel evento que dicen que no fue arrimar un lago de gasolina a una cerilla, con lo que nos encontramos es con medio gobierno enfermo o en cuarentena, particularmente las ministras que habían acudido a las manifestaciones feministas. En aquel momento tuvimos enfermas a la vicepresidenta Carmen Calvo, a Irene Montero y a Carmen Darias (la negacionista ahora ministra de Sanidad). De rebote, tuvimos en cuarentena a Pablo Iglesias, que también de rebote pudo haberse convertido en presidente en funciones ya que la vicepresidenta Carmen Calvo estuvo ingresada en una clínica para ricos y la mujer de Pedro Sánchez también se contagió tras el 8M, aunque Pedro Sánchez no se sometió a cuarentena alguna y Pablo Iglesias se la saltaba a su arbitrio. Fue por poco que no llegamos en sólo unos días a la situación de Zimbabue, en donde han muerto cuatro ministros por COVID, probablemente sólo porque después de todo aún estamos en un país desarrollado con clínicas privadas como la Ruber y recursos del primer mundo.
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Lo anterior, de todos modos, lo que ilustra de forma bastante clara es la capacidad de una pandemia para descalabrar de un plumazo toda la cúpula gubernamental de un estado, lo que nos devuelve al dilema anterior. O bien la cúpula del estado no vale para nada y se trata de una burocracia prescindible dirigida por un lote de inútiles, en cuyo caso nos podemos ahorrar no sólo su vacunación, sino sus sueldos y su existencia con o sin pandemia, o bien la cúpula del estado desempeña un papel importante mal que nos pese y hay que blindarla frente a un posible descalabro. Lo que no tiene sentido es pretender que la cúpula de gobierno es importante y no vacunarla, que es sin embargo la tesis de este gobierno, por populismo y un falso y ridículo igualitarismo. Además el presidente no se vacuna para parecer igual al último empleado pero va en helicóptero a la boda del hermano de su mujer o a un concierto en avión.
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Hablando de aviones, el caso de un avión escenifica bastante bien el mito del igualitarismo. Todos somos iguales en esencia, dignidad y derechos, pero nuestro papel ante una determinada situación no es igual. De hecho estamos vacunando con preferencia a una serie de grupos (mayores y sanitarios) porque son grupos en una situación de riesgo o relevancia desigual. Imaginemos que volamos en un avión en el que todo el mundo se envenena con la comida y sólo hay una dosis de antídoto. Todos somos iguales, pero el antídoto hay que dárselo al piloto. Decir otra cosa no es ser progresista sino memo. Lo que sucede es que todos tenemos claro que el piloto pilota. ¿Tenemos igual de claro que el gobierno gobierna o algo que se le parezca? ¿Y qué pensaríamos de un piloto que se negara a tomar el antídoto? ¿Que es un loco o que no pilota?
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