Hablar de violencia familiar no es un tema sencillo. No lo ha sido nunca y personalmente, no es un tema agradable para mí. No porque se trata de una cuestión que me genera disgusto o tristeza, sino porque es un asunto que genera muchas pasiones negativas que uno pueda tener contra el estado actual de la sociedad, del gobierno, de la riqueza, y de la propia familia.
Ciertamente la familia es, en su concepción clásica, que también es la más adecuada, la célula fundamental de la sociedad. Muchos autores tradicionalistas, como Miguel Ayuso rescatan este papel dentro de sus estudios, insistiendo que la familia se concreta “una comunidad que se constituye para la vida cotidiana según la naturaleza”1, y que se constituye de una sociedad celular que nace del acuerdo contractual que consiste en el matrimonio heterosexual, que establecido para la unión, procreación y auxilio mutuo de la pareja, y del que descienden hijos.
Asimismo, se reconoce que la familia tiene aspecto civilizador, por lo que el libertario Lew Rockwell la considera como “una institución anárquica […] que no requiere de acto estatal para existir sino que fluye de las realidades fijas de la naturaleza humana y se refina formalmente en el desarrollo de normas sexuales y el desarrollo de la civilización”2, es decir, que es una institución surgida del orden espontaneo3 descrito por el también liberal F. A. Hayek, que se manifiesta en la libre voluntad y en la tradición, y que como tal, responde a las necesidades de la naturaleza humana, y permite el justo desarrollo de individuos y comunidades en cuanto se forman dentro de ese orden.
Los peligros de negar la trascendencia social de la institución familiar
Con esta base, negar que la familia tiene un rol sustancial en el orden social es un error, pero negar que su subsistencia y su propia convivencia interna son ideales también lo es, ya que, como se planteó previamente, es un producto de la naturaleza humana, que lamentablemente, también incluye a la violencia.
En su célebre obra, Leviatán, o La materia, forma y poder de un estado eclesiástico y civil, del filósofo político inglés Thomas Hobbes, se plantea una perspectiva sobre el estado de naturaleza del ser humano, que según este pensador, es de violencia constante, en la que, como “el hombre es lobo del hombre”4, debe imponerse un gobierno que beneficie a todos y controle sus relaciones para que estas no estén en conflicto y difundan la violencia de manera generalizada a toda la comunidad.
Obviamente, el propio Hobbes debe reconocer que “cada hombre debe procurar la paz hasta donde tenga esperanza de lograrla, y, cuando no puede conseguirla, entonces puede buscar y usar todas las ventajas y ayudas de la guerra”5, o lo que implica posteriormente que todo gobierno que logre ser establecido tendrá que ser impuesto a la fuerza, ya que “hay muy pocos que sean tan necios que no prefieren gobernarse a sí mismos antes que ser gobernados por otros.”6
Sin duda, esto coincide tanto con la postura tradicionalista como la postura libertaria, que plantean que el Estado moderno no es sino “aquella organización en la sociedad que intenta mantener un monopolio sobre el uso de la fuerza y la violencia en una determinada área territorial”7, como menciona Murray Rothbard en su Anatomía del Estado, o un ordenamiento en que “el elemento básico es [la omnipotencia del Estado], por lo menos si entendemos […] que, suspendido todo orden jurídico [orgánico], el poder público dispone a su antojo de todos los derechos”8, como insiste Plinio Correa de Oliveira en Revolución y Contrarrevolución.
El Estado moderno enfrenta a las familias y causa violencia en su seno
En todo caso, esto ya genera una contraposición de dos elementos con naturalezas totalmente distintas, que son la familia por una parte, y el Estado moderno por otra, siendo la primera un ejemplo de comunidad creada de manera voluntaria, espontánea y orgánica, que nace de la libertad misma del ser humano, y la demuestra, “ya que la familia es lo único que hacen los hombres libres por y para sí mismos”9, como dice G. K. Chesterton, y enfrentándose a la segunda, que solo puede mantenerse materialmente a través del monopolio de la coerción, que se predispone de un potencial uso de la violencia, ya que está en la esencia misma del Estado, al ser esta únicamente legitimada a través de la fuerza del Estado que la autoriza y la ejerce, como indica Max Weber en La Política como Vocación, diciendo textualmente que “el Estado solo puede serlo si quienes lo componen pueden mantener de manera sucesiva un monopolio del uso legítimo de la fuerza física en la ejecución de su orden.”10
Esto genera un problema en la forma en la que se concibe al fenómeno de la violencia familiar, ya que no corresponde a una cuestión que parece surgir de su propia esencia, que es voluntaria, sino de la imposición externa de la propia violencia institucional, que proviene del Estado. Relacionarlas directamente puede parecer forzado, pero existe una forma muy concreta en la que se puede demostrar que es el propio Estado moderno el que genera, promueve y mantiene la violencia familiar como uno de sus fines últimos, sin desarrollar un ataque directo a la institución familiar en ningún momento.
En su obra Las Raíces del Mal, Ervin Staub indica que los ciclos de violencia, a los que describe como “patrones cíclicos y repetitivos de actos violentos y peligrosos que se asocian con emociones fuertes y doctrinas de retribución y venganza”11, pueden darse tanto a nivel de relaciones personales entre pares, como a nivel intergeneracional, es decir, en relaciones entre personas con diferencias de edad. Observado esto, uno puede creer que la violencia cíclica es un asunto meramente intrainstitucional dentro de la familia, al ser la única institución que tiene las características necesarias como para que estos patrones puedan darse, es decir, entre pares y de una generación a otra, aunque esta es una visión ciertamente reducida.
Si consideramos que la propia esencia del Estado moderno es el ejercicio potencial de la violencia, y que esta es una institución que tiene potestad legislativa y regulatoria, en base a la propia concepción de Montesquieu12 sobre los poderes del Estado, entonces podemos fácilmente deducir que el Estado puede fácilmente usar su capacidad coercitiva para imponer leyes que ordenen de una forma u otra a la familia, y desde ese punto, iniciar un ciclo de violencia interinstitucional contra la familia misma.
Esto se puede hacer de muchas formas en realidad, no solo regulando fuertemente las relaciones que generan al propio núcleo familiar, sino regulando los elementos externos que permiten su mantenimiento material, que es a través de las relaciones económicas.
Podemos pensar sencillamente en la capacidad recaudatoria que el tiene el Estado moderno como un ejemplo de ello, y citando a Murray Rothbard, “el Estado es la única organización que obtiene sus ingresos, no a través de contribuciones voluntarias o el pago por servicios prestados, sino a través de la coerción. Mientras que otros individuos o instituciones obtienen sus ingresos por medio de la producción de bienes y servicios y por la venta voluntaria y pacífica de dichos bienes y servicios a otros individuos, el Estado obtiene su renta mediante el uso de la compulsión, es decir, la amenaza de la cárcel y la bayoneta. Luego de usar la fuerza y la violencia para obtener sus ingresos, pasa a regular las demás acciones sus súbditos individuales.”
Si se lleva esto a un plano más cercano a la realidad diaria de familias envueltas en ciclos de violencia, podemos ver que el propio Estado tiene la culpa original, ya que su actividad regulatoria y recaudatoria es la que muchas veces impide que la familia misma pueda tener ingresos suficientes para sostenerse, generando frustración en la persona que los provee, una sensación de impotencia, y emociones negativas, como rabia y furia, que por razones materiales obvias, no pueden ser llevadas contra su causante, que es el Estado, y terminan cayendo en los propios miembros de la familia, que sufren de una violencia derivada.
El Estado mismo ejerce violencia en todas sus actividades, y a través del uso potencial que tiene tanto en su poder regulatorio y recaudatorio, se constituye en causa eficiente de todos los ciclos de violencia que se generan desde sus instituciones hasta aquellas formadas orgánicamente por las voluntades individuales, subyugándolas, en ultima instancia, a la violencia del más fuerte, que es siempre la estatal.
Esto no debe ser raro, ya que, al fin y al cabo, el Estado moderno, según Hobbes, esta compuesto por hombres que son lobos de los hombres, y por tanto van a usar este aparataje institucional para violentar a otros de forma más eficiente, y las formas en las que se impone esta violencia estatal, generando ciclos de violencia contra la familia, corresponden todas a lo que F. A. Hayek denomina legislación13, que no es más que “el principal instrumento de cambio deliberado en la sociedad moderna”, como forma coercible del racionalismo constructivista, la fatal arrogancia de querer diseñar e imponer instituciones a la fuerza.14
Que esto pueda usarse contra la familia, generando estímulos en los que pueda fluir la violencia de un ente o de un individuo a otro a través de la coerción estatal hasta la violencia intrafamiliar tampoco debería resultar raro, ya que se trata del conflicto entre dos concepciones de organización de la sociedad, una violenta y otra voluntaria, en las que la que tenga mejor forma de imponerse buscará prevalecer y eliminar a la otra, en lo que solo puede ser descrito por las palabras de Plinio Correa de Oliveira: “la dictadura revolucionaria tiende a eternizarse, viola los derechos auténticos y penetra en todas las esferas de la sociedad para aniquilarlas, desarticulando la vida de familia […] extinguiendo la vida real de los grupos sociales, y sujetando todo al Estado.”
La existencia de órdenes paralelos al de la violencia estatal parecen ser una molestia para el régimen social que el Estado quiere diseñar, de modo que genera ciclos de violencia para deshacerlos, deslegitimarlos, y en última instancia, destruirlos a través de mayores formas de control férreo, lo que solo responde a este conflicto entre lo orgánico y lo coercitivo, lo voluntario y lo impuesto.
El Estado solo es capaz de socavar la subsistencia familiar
Querer resolver la cuestión de la violencia intrafamiliar a través de violencia institucionalizada expedida por el Estado en forma de legislación no resuelve la raíz de este problema, que está en la propia capacidad del Estado moderno de socavar la subsistencia de la familia a través de recaudación tributaria y de regulación económica, que impide que pueda organizarse de manera adecuada y vivir con dignidad. Solo eliminando estas potestades del poder estatal se podrá regenerar a la familia en una institución puramente voluntaria, en la que la violencia este ausente.
Una ley de prevención contra la violencia intrafamiliar no podrá hacer nada en vista que se trata de mayor coerción institucionalizada para intentar detener con violencia estatal la violencia que fue inyectando a través de sus acciones hacia la familia. No debería parecer casual que los países con menor injerencia del Estado en la vida privada, con mayor libertad económica, menor regulación y menores impuestos, además de más prósperos y ricos, también sean mas pacíficos, y mantengan tasas de matrimonio y de natalidad superiores a aquellos que controlan de manera suprema la vida económica y personal de las familias.
De una o de otra forma, el objetivo esencial de prevenir la violencia intrafamiliar no está en regular y ejecutar lo regulado a través de la coerción estatal, sino de guiar con justicia y de manera orgánica y espontánea la formación de entes familiares que sean verdaderos cúmulos voluntarios de civilización. Solo así podrá regenerarse la sociedad desde su célula fundamental de un problema tan gran grave y tan extenso como es la violencia intrafamiliar.
Bibliografía Consultada
Ayuso, Miguel. Algunas Reflexiones Políticas sobre la Naturaleza del Matrimonio y la Familia en Verbo (2015).
Chesterton, Gilbert Keith. The New Witness (1919).
Correa de Oliveira, Plinio. Revolución y Contrarrevolución (1959).
Hobbes, Thomas. Leviatán (1651).
de Secondat, Charles-Louis, Baron de Montesquieu. El Espíritu de las Leyes (1748).
Staub, Ervin. Las Raíces del Mal (1989).
von Hayek, Friedrich August. Law, Legislation and Liberty (1973).
Rockwell, Lew. Mises on the Family, en The Free Market 16, no. 6 (1998). https://mises.org/library/mises-family
Rothbard, Murray. Anatomía del Estado (1974).
Weber, Max. La Política como Vocación (1921).
1 Ayuso, Miguel. Algunas Reflexiones Políticas sobre la Naturaleza del Matrimonio y la Familia en Verbo (2015), págs. 943-964
2 Rockwell, Lew. Mises on the Family, en The Free Market 16, no. 6 (1998). (https://mises.org/library/mises-family)
3 von Hayek, Friedrich August. Law, Legislation and Liberty (1973), pág. 27
4 Hobbes, Thomas, Leviatán (1651), pág. 142
5 Hobbes, Thomas, Leviatán (1651), pág. 222
6 Hobbes, Thomas. Leviatán (1651), pág. 142
7 Rothbard, Murray. Anatomía del Estado (1974), pág. 3
8 Correa de Oliveira, Plinio. Revolución y Contrarrevolución (1959), pág. 25
9 Chesterton, Gilbert Keith. The New Witness (1919), pág. 4
10 Weber, Max. La Política como Vocación (1921), pág. 29
11 Staub, Ervin. Las Raíces del Mal (1989) pág. 281
12 de Secondat, Charles-Louis, Baron de Montesquieu. El Espíritu de las Leyes (1748), págs. 151–52
13 von Hayek, Friedrich August. Derecho, Legislación y Libertad (1973), pág. 65
14 von Hayek, Friedrich August. Derecho, Legislación y Libertad (1973), pág. 34