Lo que toca, siga o no Trump al final

En esta recién pasada semana de noviembre (primeros de mes), la tensión y la incertidumbre han copado la actualidad en torno a la situación política de los Estados Unidos de América. Este día 3 de noviembre, día de San Huberto, se celebraron comicios presidenciales en estos lares norteamericanos. Y no, aún no sabemos quién es el presidente, de manera oficial.

Bueno, ayer, el llamado mainstream media declaró una «aplastante victoria» del tándem «demócrata» compuesto por el títere Joe Biden y la izquierdista radical Kamala Harris. Ciertamente, aparte de esperar al «puerto seguro»no todos los recuentos han finalizado, estando también pendientes de ciertas resoluciones judiciales (hasta llegar al Tribunal Supremo).

De todos modos, que esto no nos sorprenda, dado que esas entidades forman parte de ese «poder adicional» que conocemos como Estado Profundo, junto a las grandes corporaciones tecnológicas. No solo se vulnera desde ahí la privacidad, sino que se valoran tantos medios como sean posibles para que la agenda revolucionaria, socialista, «progre» e izquierdista siga su curso.

Es más, la idea del fraude electoral (a beneficio de la izquierda, en alguna que otra modalidad) no debería de resultarnos muy extraña a quienes pertenecemos a determinados puntos de la hispanosfera. Concretamente, nosotros, los españoles, sabemos muy bien acerca de la falsificación de actas electorales que llevó a cabo el Frente Popular en el 36″.

No obstante, la finalidad de este artículo viene a estar motivada por una serie de convenientes puntualizaciones. En otras palabras, hablo de lo que hay que tener en cuenta de cara al futuro, con independencia de lo que dictamine el Tribunal Supremo estadounidense (con mayoría conservadora) en última instancia.

Donald Trump no ha sufrido, para nada, una gran derrota

Los llamados mass media (en verdad, la prensa alternativa, si bien tiene buenos medios, no forma parte de los principales canales informativos) esperaban que Donald Trump sufriese un castigo estrepitoso por parte de los norteamericanos y que ni siquiera hubiera en el Senado una mayoría parlamentaria que jugase a su favor.

Pero aún teniendo en cuenta unos resultados electorales de dudosa fiabilidad (recordemos las advertencias sobre desapariciones de papeletas electorales, los misteriosos bugs informáticos, las paralizaciones o demoras en los recuentos, y la adición de fallecidos al censo), no estaría jugando todo tan mal para Donald Trump en comparación con otros presidenciables republicanos.

Más de 70’8 millones de votos escrutados habría obtenido Trump. En 2016, no obtuvo más de 65 millones, aparte de tratarse de unas cifras nunca antes conseguidas por los republicanos (ni siquiera Ronald Reagan). De hecho, pese a los deseos de lo contrario, no solo no se han perdido dos Estados conservadores como Texas y Florida, sino que los hispanos no han sido un «gran caladero azul».

La secesión como victoria para el flanco anti-progre

Obviamente, puede que el fallo del Tribunal Supremo nos resulte eminentemente convincente, puesto que creemos que Trump es la opción electoral adecuada para quienes creemos en el mundo libre y nos oponemos a la agenda izquierdista y revolucionaria. Con él, perdían el consenso socialdemócrata europeo, la OMS-ONU, el socialismo del siglo XXI y la tiranía comunista china.

Sin embargo, creemos que no existe la necesidad de pasar cada cierto tiempo en vilo (haya o no haya fraude) por lo que pueda dictarse (pese a existir el contrapeso del colegio electoral) desde esas dictaduras de la mayoría establecidas para con un orden superior (hablemos, en otras palabras, de lo que viene a ser la democracia, que no es la condición si ne qua non para que haya una sociedad libre).

Hablamos así de lo que puede considerarse como una estrategia de reacción y de consecución de una liberación de lo que se puede considerar como yugo socialista en cualquiera de sus grados y modalidades. Obviamente, implicaría un planteamiento de descentralización (no incompatible con el principio de subsidiariedad) basado en el llamado «derecho de secesión».

Concretamente, se da una especie de oportunidad para que algunos norteamericanos estén bajo la alerta suficiente para valorar estos mecanismos, moralmente legítimos. De hecho, en la última década han surgido varias propuestas desde entornos sociológiamente conservadores tales como el Texit (históricamente legitimado) y la división de Nueva California (área más rural y tradicional).

Así que, ahora, con más razón. Por un lado se puede pensar en reavivar el espíritu de la Confederación Americana (quizá algo factible en tanto que el Sur estadounidense es más conservador-libertario y favorable a la descentralización política y la libertad económica), pero por otro, ¿por qué no proponer esta idea en comunidades de Nueva York, California o Nuevo México?

La cuestión es que la secesión es una herramienta inteligente que puede ayudar a derrotar al socialismo al limitar su expansión (favoreciendo, entre otras cosas, la libertad de mercado). Y, como no se es corto-placista, no es mal momento para valorarla, pase lo que pase, aunque la Verdad dictamine que, moral y realmente, la idea de «mundo libre» de Trump no ha sido castigada.

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