Si bien concebimos al socialismo, en general, en cualquiera de sus modalidades, no solo como un fracaso económico sino como un lastre moral (caracterizado también por suponer el cometido de todos los pecados capitales, sin excepciones), no dudamos en emitir una alerta roja y crítica cuando su grado es el más elevado.
Si bien no somos malminoristas (así como tampoco «puristas intransigentes de sofá» que, como se suele decir, «ni comen ni dejan comer»), reconocemos que, en el plano económico, sin cesar en la correspondiente crítica, la socialdemocracia es menos lesiva que el llamado «social-comunismo», representado por figuras como Nicolás Maduro, Enrique Díaz-Canel, Alberto Fernández y Pablo Iglesias.
Pero muchas veces, aunque sea de manera inocente, se incurre en el economicismo, es decir, en evitar todo lo que tenga implicaciones y relaciones más visibles con el concepto de batalla cultural. De todos modos, no es ese punto el motivo central de redacción de este artículo, pues no es una mera actitud lo que se va a analizar y criticar.
Más bien se va a advertir sobre posiciones comunes en determinadas corrientes, que vienen a denotar una considerable funcionalidad útil a aquellos a los que se supone que dicen combatir (en vistas de sus perspectivas y criterios sobre determinados ámbitos, que no necesariamente enmendamos a la totalidad). Hablemos de los llamados «progres de mercado».
Hay que distinguir entre libertad y voluntad desordenada
Estamos de acuerdo en que el individuo es un sujeto libre (puesto que Dios nos hizo libres, a modo de obrar bien, actuar conforme a la Verdad y encontrarle libremente). Así mismo, no tenemos problema con la libertad natural y moral (basada, en conformidad con la concepción hayekiana, en la ausencia de coacción por parte de entidades artificiales como pudiera ser el Estado).
No obstante, hay quienes, bajo el pretexto de la razón (practicando actitudes que se corresponden con el relativismo, el naturalismo y el racionalismo), reniegan cualquier directriz conductual ordenadora de índole moral. Justifican todo en una voluntad desordenada, que en no pocos casos viene a basarse en algo muy distinto a la libertad como es el libertinaje.
En el peor de los casos, procuran que Dios esté completamente ausente del centro de nuestras vidas (en otras palabras, más breves, dicen que «nada con Dios»). No entienden que el individuo está inserto en una sociedad cuya fertilidad y florecimiento dependen del respeto a un orden natural que de ninguna manera puede ser amoral.
La desorientación y la atomización esclavizan, tarde o temprano, a la persona
El libertinaje, por sus dramáticas consecuencias, acaba esclavizando al hombre de muchas formas (por ejemplo, esto es lo que se puede poner de manifiesto en acciones tales como el consumo de drogas, el no querer servir a la sociedad por medio de algo como el trabajo y la participación en la tentación hipersexualizadora).
Pero, aparte de la problemática de la voluntad desordenada, cabe advertir de que, bajo esos pretextos de falsa libertad trata de atomizar al individuo, poniendo en peligro cualquier otra institución natural o «cuerpo intermedio per se» como pudieran ser la familia, el matrimonio o la comunidad religiosa (la Iglesia, por ejemplo), aparte de motivarle a abjurar de la Divina Providencia.
Con esto se puede hacer creer igualmente que el individuo queda completamente liberado. Pero, erosionando y destruyendo todo componente de una sociedad orgánica, no se eliminan obstáculos que uno pueda encontrarse por el camino (puesto a decirlo de alguna forma), sino que se deja vacío un recipiente que en cierta posteridad alguien rellenará.
Y es que ese mismo acto de repostar no viene a ser sino una oportunidad de oro para los totalitarios dado que, al no tener obstáculos naturales (en términos más prácticos: contrapesos), ven más fácil la consolidación de su proyecto, de su dominio sobre todos los individuos (por eso les viene tan bien la atomización).
Con lo cual, el refuerzo del estatismo es muchísimo más factible de esa manera. Ya saben cuál es la idea: sustituir a Dios por el Estado (hay que recordar que viene a ser su antítesis así como un contraorden artificial, progresivamente problemático, con un trasfondo demoníaco) y ejercer una planificación centralizada absoluta sobre la sociedad (no solo en la economía).
La libertad es imposible sin un orden natural y moral
Curiosamente, muchos de esos partidarios de la voluntad desordenada, aunque entiendan lo suficiente de economía como para no tener tantas reservas hacia la libertad de mercado, no insisten tanto en la conveniencia de prescindir de lo que se puede denominar «Estado moderno», en tanto que defienden ideologías que procuran alterar el orden natural por medio de la ingeniería social.
Por ejemplo, la ideología de género es imposible de imponer si no es por medio del adoctrinamiento, la coacción y la imposición. Hablamos de una «verdad oficial«, que supone una especie de contraorden. De hecho, entran de lleno algunos de esos «derechos positivos» que son completamente falaces y no solo son «paguitas», sino irrealidades como el homomonio.
En cualquier caso, hay que dejar claro que hay que distinguir entre apuesta por el antiestatismo y la libertad económica (defendiendo el principio de subsidiariedad) y defensa de la voluntad desordenada pese a no ser «socialista». Todos esos «progres», básicamente, entienden de economía pero, a fin de cuentas, son igual de revolucionarios, ilustrados y problemáticos que los comunistas.