Este sin duda no es el momento más oportuno para hablar de las formas que ha tomado la política identitaria en Hispanoamérica, pero ciertamente, tampoco nunca lo es, así que resulta paradójicamente conveniente.
Más allá de la conocida lucha entre feministas y antifeministas, que se materializa en el activismo pro-aborto y su respuesta en el activismo pro-vida, y de la forma que esto polariza la sociedad generando una clara división entre hombres y mujeres y entre propias mujeres, hay otras manifestaciones en nuestra región de lo que en Estados Unidos bautizaron como «identity politics», políticas identitarias en las que la interseccionalidad y la acción afirmativa son mucho más que simplemente unir palabras con guiones para generar identidades compuestas cuando se las asume de forma personal y luego reclamar privilegios ilegítimos en base a ello.
Y tal vez la manifestación más fuerte de esto es la elevada virulencia que han adquirido el movimiento indígena y sus aliados indigenistas en su labor de imposición cultural agresiva y violenta de una identidad emulada de la pre-hispánica dentro del ordenamiento jurídico nacional en muchos de los Estados de nuestra Hispanósfera, encontrando apoyo en masas y élites despistadas, que poco o nada entienden de lo que promueven y financian, y una oposición lenta pero creciente en numero entre nacionalistas revolucionarios y conservadores culturales, que poco a poco van radicalizándose.
Estos últimos también llaman la atención porque han empezado a tomarse la bandera del Hispanismo como símbolo de lucha contra el indigenismo imperante, configurando así un nuevo conflicto cultural en que los bandos generan identidades reconocibles e incluso mitología propia para difundir su visión y perspectiva, siempre en Leyenda Rosa, de la historia y de su propuesta, y en Leyenda Negra acerca de la de sus rivales.
Tanto indigenistas como hispanistas plantean un concepto propio de Estado ideal
De misma forma, indigenistas e hispanistas en nuestra región plantean programas políticos en los que ellos, y los suyos, se convierten en élite gobernante y desarrollan desde el poder el sustento de su Estado ideal, basado en sus lineamientos ideológicos, buscando apoyo popular de una masa bastante distante de sus delirios revisionistas.
Y curiosamente, la ruptura ideológica entre ambos grupos también es marcada en los elementos que usan para sustentar sus programas: mientras indigenistas usan formas de marxismo revolucionario que idealizan imperios precolombinos como el Inca, lo que fuera la visión del ideólogo del grupo terrorista peruano Sendero Luminoso, José Carlos Mariátegui, así como del también peruano etnocacerismo desarrollado por la familia Humala, los hispanistas adaptan y adoptan formas locales de fascismo estructural, que más parecidos al falangismo natural al que deberían inclinarse, en virtud de la cultura católica nacional de nuestros países, terminan asociándose al nacionalsocialismo alemán en discurso, planteamientos y apenas diluyendo su elemento racial, del que no disponen por la naturaleza mestiza del Hispanoamericano, por una variante pseudo-espiritual del concepto de raza del alma, planteado por el fascista pagano italiano Julius Evola.
Y que conste que los indigenistas tampoco olvidan del elemento religioso de su ideología, y generan, dentro de sus espacios de poder en universidades públicas, cursos sobre ciencias andinas en los que mezclan astrología con astronomía, geología con ritualismo, y botánica con shamanismo psicodélico, apelando a un lejano y probablemente falso pasado en que los nativos «vivían en armonía con sus dioses y la naturaleza», al más puro estilo animista.
El tercerposicionismo del que ambos beben aumenta la conflictividad callejera
De misma forma, y recurriendo a las terceras posiciones paganas de las que parecen beber grupos indigenistas e hispanistas en la América Española, se forman cuadros de militancia callejera que llevan a enfrentamientos entre ambos grupos, se atacan y se protegen monumentos, y se involucran en intensos intercambios de vejaciones e insultos, memes y caricaturas en redes sociales, cual panfletos impresos a manos allá por la década de los 30s del siglo pasado.
Si las similitudes del indigenismo y el hispanismo contemporáneo no hacen reminiscencia de los grupos volkisch alemanes como la Sociedad Thule, de la que nacería la forma más exacerbada y genocida del nazismo en sus «escuadrones de protección», las SS, entonces se debe realizar una comparación más explicita.
Los tres grupos, indigenismo, hispanismo y el volkisch alemán, son racistas en alguna de sus formas (ya sea bien por tono de piel, origen geográfico u misticismo ocultista), los tres son igualmente profundamente nacionalistas e imperialistas (buscando restaurar o instaurar el Incario, un Imperio Hispánico no católico, o un Imperio Alemán «ario» no cristiano).
Asimismo, los tres grupos son paganos, tienen su misticismo simbólico propio, y plantean formas de socialismo (ya sea marxista o no) comunitario para orientarlo a las necesidades espirituales del pueblo (entendido como un colectivo abstracto y no como comunidades de personas individuales con dignidad propia).
Igualmente, los tres grupos, han apelado por formas de subversión revolucionaria contra el orden establecido, replicando la táctica ilustrada de destruir y reconstruir regresando a un idealizado pasado glorioso, que nunca termina de establecerse por el irrespeto del pensamiento de quienes se adhieren a estas formas al desarrollo orgánico, y más bien buscando un progreso acelerado hacia la entropía en donde, ellos creen, sobrevivirían y gobernarían.
Pese a todo, se ha gestado un despertar cultural hispanista en las Américas
A pesar de todo esto, no se debe reducir el trabajo cultural que han hecho los grupos hispanistas e indigenistas en nuestro continente, ya que han rescatado del olvido a la historia tanto nativa como hispánica que fue borrada por los regímenes republicanos, generando así un despertar cultural en ciertos grupos afines que pueden enfocar mejor su idea hacia una integración orgánica de nuestros Estados en una comunidad patriótica que permita el desarrollo y el intercambio respetando las soberanías locales y respetando las libertades fundamentales de andiberos, mestizos e indígenas.
Después de todo, el mérito del volkisch alemán fue el de generar una respuesta patriótica frente a la amenaza bolchevique inmediatamente después del colapso del imperio federal de los Hohenzollern, pero su legado quedara por siempre manchado por haber sido germen de las ideas retorcidas y contrarias a la dignidad humana que terminarían ordenando la política alemana en su hora mas oscura.
Para nosotros hispanoamericanos, ver no solo uno, sino dos grupos con características volkisch, y además en enfrentamiento mutuo, naciendo bajo nuestras narices debería ser una lección preventiva sobre el riesgo que representan, sin negar que su sustento ultra- y citra-nacional demuestra el origen binario de nuestra cultura, como encuentro de dos mundos.
En nuestra situación presente, lo saludable es incorporar el sano patriotismo de los grupos volkisch criollos como una actitud, tomar su conocimiento histórico y reunir a todos aquellos que no se hayan hundido en su falso radicalismo pagano, racial o socialista y enseñarles que el camino de la restauración y la reestructuración de nuestra patria grande y de nuestras patrias personales solo podrá darse a través de la fe verdadera, de la libertad, la competencia local y la unidad de sus pueblos en equidad de su dignidad.
Por ello no se puede reconocer la pretensión identitaria y globalista del indigenismo ni el proto-fascismo del hispanismo revolucionario, sino trascender por sobre ellos y desarrollar una sana doctrina para nuestras naciones, que reconozca su realidad histórica y su momento presente y trabaje para reparar los daños de su pasado y desarrollarse en su misma comunidad espiritual, que es aquella de todos los individuos de la Hispanósfera y cuyo interés principal es el de conservarnos como civilización occidental cristiana y transcontinental.