La derecha estética

En la filosofía y la política conservadora contemporánea, hay una clara falta de consenso en lo que es lo que debería ser el el asunto principal del conservadurismo: ¿es la preservación de la libertad, como Frank Meyer dijo, o debería ser la preservación de un orden y forma de vida particular, cierta, como Gabriel Kolko propuso?

El derecho a la belleza no está sometido a pruebas de utilidad social

La verdad es que el principal objetivo de quienes buscan restaurar a la sociedad, parafraseando a Richard M. Weaver, es la “desmasificación de las masas”, y para ello el rol de la estética es esencial. Decimos que el derecho a la belleza es ‘metafísico’ porque no depende de ninguna prueba de utilidad social, ya que la estética no es como otras áreas de la filosofía, y talvez por ello también es subestimada.

Y sin embargo, uniformes, pinturas, arquitectura, símbolos, banderas, colores… todos ellos pueden ser usados como una poderosa fuerza para la política — ya que la belleza, explícita o implícitamente mostrada, siempre es parte de la percepción de la realidad y de la dinámica del poder. Y esa labor por obtener poder es una que la Derecha conservadora en el día de hoy está perdiendo. ¿Podría ser porque no está haciendo un uso adecuado de la estética?

De los filósofos e ideólogos en las escuelas de pensamiento conservadoras genuinas y análogas, pocos han sido tan prominentes en su estudio de la estética como lo fue Roger Scruton, quien aportaría la valiosa idea del conservadurismo como una experiencia estetica del Ser y de la mundo, y de como la política debería usarse para preservar la belleza del pasado.

En cierto sentido, la perspectiva de Scruton no debería ser aplicada, sino observada como un parámetro de buen gobierno, como una obligación ética inspirada por la Tradición para mantener la belleza de las instituciones prevalentes en el tiempo, que han probado ser funcionales por la Historia. Sí, pese a la mayor contribución del hombre.

La derecha conservadora renunció al campo estético

Lamentablemente, la estética no ha sido el punto fuerte del conservadurismo contemporáneo, que, en un ámbito enfocado en la destrucción de la belleza material como representación de la decadencia espiritual que se vive, no son nada sino progresistas con tiempo de retraso.

El temor pardo también ha sido profundamente influyente en la desconexión de la Derecha moderna con las artes y con su significado político. Se asimiló tanto una estética particular con aquella que fue promovida por las variantes nacionales del fascismo en los ’30s como si fuera una representación de todos los elementos simbólicos de un amplio movimiento de derechas, que los conservadores se rindieron y entregaron totalmente el estudio y la práctica de la estética a las izquierdas dispersas, que a su vez las usaron para promover los cambios culturales que dispararon los conflictos identitarios que ahora sufrimos.

Idealmente, los filósofos morales y estéticos deberían ser los que gobiernen en nuestra civilización, pero, a causa de la desacralización provocada por los procesos de secularización, que separó todo aquello espiritual de lo político, una ola de racionalismo materialista, hiper-rationalista y constructivista se ha tomado la sociedad y construido con mínima, por no decir nula, formación en el significado politico de la belleza.

En todo caso, la estética aún tiene lugar en la política secular, guiando al remanente de la teología política occidental y cristiana hacia fines mayores (al menos simbólicamente). De hecho, Curtis Yarvin indica en un ensayo relativamente reciente para The American Mind que existe una relación muy profunda entre el arte y los movimientos revolucionarios, entre las escuelas artísticas y literarias y la propia metapolítica expuesta por la estética adoptada por los partidos políticos, por los símbolos y banderas que usan, y los monumentos que construyen cuando acceden al poder.

La política nunca ha estado desvinculada del arte

Uno mismo puede ver en la historia cómo el arte ha moldeado la política: el romanticismo promovió las ideas del liberalismo clásico y de la Ilustración, el realismo precedió al socialismo revolucionario, el futurismo al fascismo. También están los orígenes de las historietas y cómics de superhéroes durante la Segunda Guerra Mundial, o las caricaturas para ridiculizar líderes políticos en los años previos a los levantamientos de 1848, que en ambos casos demuestran su uso para fines propagandísticos.

Desde el siglo XVII, las artes se han usado como medios para convencer a los líderes y a las masas para que adopten e implementen determinadas perspectivas sobre la sociedad, siendo su ejemplo moderno la forma en que artistas, músicos, actores y demás usan los medios a su disposición para presentar eventos de actualidad y cuestiones de sociedad, que son tomados cono verdades absolutas por sus seguidores, y quienes a su vez exigen su implementación como políticas públicas.

El liberalismo, desde luego, transformó a las necesidades estéticas en bienes de consumo a través de su co-modificación; el socialismo tomó esos bienes de consumo y los transformó en lujos usando escasez provocada, y por último el fascismo los reinventó como planes y programas estatales, cuyo objetivo era ciertamente usarlos como propaganda.

Con la modernidad, las artes dejaron de ser consideradas en cuanto a belleza y trascendencia

Esto demuestra que, en la modernidad, las artes primero van a considerarse como bienes económicos, para venderse y en ese proceso, ser usados como herramientas políticas. Nunca son vistas por lo que realmente representan: belleza y trascendencia. Pero, de todas formas, este entendimiento metapolítico de la estética fue la base práctica de varios movemientos (de los que curiosamente ninguno fue liberal ni conservador).

Uno de los más conocidos de estos fue el marxismo cultural ideado y promovido por Antonio Gramsci’s, cuyo objetivo era el de transformar al socialismo de un movimiento político a uno cultural, que pudiese tomarse a las instituciones desde dentro. Gramsci se dio cuenta que la subversión marxista de la cultura debía apuntar a retorcer la percepción estética de individuos y comunidades, de modo que no pudiesen captar el poder de la dialéctica del conflicto de clases, y así no se pudiera realizar una promoción orgánica de la belleza, que de esa forma sería fácilmente tomada para su colectivización dentro de la causa del marxismo revolucionario.

También está, por supuesto, el fascismo: desde el tono imperial romano en los discursos de Mussolini, hasta la construcción del exagerado Altare della Patria en Roma, o la estandarización del yugo y flechas como un símbolo distinguible y único de la Falange Española, hasta la universalmente odiada esvástica, robada del arte traditional hindu por los Nazis alemanes, y todo ello envuelto entre uniformes de estilo militar y formaciones paramilitares… la ola fascista fue brillantemente ingenuosa en el uso metapolitico de la estética.

Lejos de ser meros movimientos revolucionarios, las variantes fascistas nacionales apuntaban a convertirse en símbolos vivos de un renacimiento imperial y glorioso de las victorias del pasado. Si esto era un intento forzado de crear su propia estética, o si fue otra lección aprendida y adaptada de lo aprendido de los movimientos conservadores de la Belle Époque, seguro fue funcional, llegando tan lejos como a ser reconocidos como parte de la galería fascista, incluso si sus elementos haya pertenecido a una moda imperial europea anterior al fascismo.

Para Plinio Correa de Oliveira, la belleza era una idea trascendental del ser

El tercer movimiento — y tal vez el más exitoso a la hora de entender el uso de la estética para los fines de un movimiento conservador — vino a ser el que nació del trabajo y activismo del Dr. Plinio Correa de Oliveira. Hablamos de dos grupos, uno que formalmente pertenece a la Iglesia Católica, y el otro, que opera como una asociación de laicos y seglares traditionalistas, se inspiraron ampliamente por uno de los libros de su fundador, El Universo es una Catedral, para crear la estética de sus movimentos, basándose principalmente en la idea de una belleza trascendental del Ser, denominada pulchrum, y usando una imagen luminosa de la Edad Media para desarrollar desde sus sedes y sus oratorios hasta sus propios uniformes, estilizados como hábitos de monjes-soldado cruzados.

Esto puede parecer un tanto extremo, pero crea un patrón a seguir para todos los conservadores, que puede resumirse fácilmente en la adopción de una moda distinguible, con un conjunto de colores y formas reconocibles y atractivas para crear así una sensación particular en quien las perciba.

Sin embargo, la derecha conservadora moderna no sabe realmente que hacer con la estética. Por esta razón, movimientos análogos, en otras partes, han creado modas para sí mismos, y entre estos, la adopción controversial del vaporwave como parte de su identidad resalta particularmente.

El vaporwave no debería tener nada que ver con el conservadurismo, la neorreacción, o el tradicionalismo

A primera vista, el vaporwave no debería tener nada que ver con el conservadurismo, la neorreacción, o el tradicionalismo, pero el uso continuo del estilo ochentero, con una estética neón, arte clásico, y música de sintetizador por grupos que comparten un desagrado común por la sociedad de consumo y su desacralización, hicieron que la transición de una crítica posmoderna de su propio ser se transforme orgánicamente en un parámetro descentralizado y uniforme de belleza para que toda la derecha dispersa pueda adoptar y replicar fácilmente.

Ahora resulta bastante común ver en publicaciones políticas de derecha en redes sociales el uso del ya estereotípico neón, arte clásico y melodías de sintetizador de baja fidelidad como fondos. Algunos ven en esta estética un sentido de nostalgia por los 80s que podría ser fácilmente capitalizado por ideólogos y militantes de estos movimientos.

Otros creen que no es más que un meme de internet que va a desaparecer después de un tiempo de sobre-explotación. Pero esto cada vez más resulta no solo lejano, sino improbable, ya que el uso del vaporwave por neorreacionarios y otros derechistas ha sido constante por años: algunos ejemplos reconocidos de esto son los sombreros usafos en la campaña presidencial del Demócrata estadounidense Andrew Yang (que curiosamente tuvo buen apoyo entre jóvenes de derecha), y el uso de vaporwave en las intros y la música de los youtubers neorreaccionarios TrueDilTom y Keith Woods.

Dado su potencial de popularidad por la mera nostalgia que evoca, esta particular percepción de belleza debería ser adopteda universalmente por todos los conservadores inconformistas e incluso promoverse como bandera de lucha política para futuras campañas.

Es cierto que esta estética puede percibirse como populista, y hasta es entendible, porque lo es. Pero su capacidad para resonar con la gente está en el hecho que el vaporwave representa todo por lo que luchan los conservadores modernos: el regreso a una era más sencilla agradable y prospera; la inspiración y admiración por artefactos políticos y culturales clásicos, sin olvidar una critica necesaria a la posmodernidad, y a la desacralización que representa.

Y si, resulta preocupante darse cuenta que es en la belleza donde se libra la última batalla del conservadurismo. La solución moral, después de todo, es la distribución de pequeñas dosis de belleza. Esto puede tomar forma de melodías empalagosas, e imágenes memorables con colores y formas distintivas en las que la percepción individual le da significado a la nostalgia a través de la interpretación.

Esa percepción provee de un amplio rango de elementos por los que se puede enviar este mensaje. Y es justamente por la reducción de la capacidad perceptiva del ser humano por lo que los conservadores debemos condenar a la modernidad junto al progresismo, y trabajar para restaurar la Gran Tradición y hacer que cumpla su función legitima: la preservación de la belleza y de la transcendencia.

Referencias bibliográficas

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