Cuanto más tiempo pasa, más evidentes se hacen las contradicciones de un sistema político y económico en el que el Estado se había erigido en garante del bienestar social de los ciudadanos y, en momentos de dramática crisis como la que atravesamos, es incapaz de dar respuesta eficaz a las necesidades básicas de las personas. Esclerosis que se agudiza con un gobierno sistemáticamente sobrepasado por los acontecimientos. Ante este panorama, la Iglesia apuesta una vez más, con su larga mano social de Cáritas, por la eficacia de las obras, por la inmediata satisfacción de las necesidades.
Según el informe presentado recientemente sobre las ayudas de Cáritas ante la crisis, parece que los poderes públicos han tirado la toalla ante la emergencia de las nuevas pobrezas y el agravamiento de las antiguas. Con más de un millón de personas en España que no perciben ningún ingreso, Cáritas ha registrado un aumento del más del cincuenta por ciento de personas a las que ha tenido que ayudar, la cifra más alta en los últimos cuarenta años. Es justo preguntarse sobre la clave de la comprobada eficacia de la asistencia material, social, cultural y espiritual que aporta Cáritas frente a la parálisis del Estado asistencial y del gobierno que lo gestiona. La diferencia radica en que la propuesta cristiana no es una ideología, sino una exigencia de realismo que parte de una conmoción por la necesidad de los hombres. Como ha dicho Benedicto XVI, la caridad siempre será necesaria, por perfectos que sean nuestros sistemas sociales.