Todo es susceptible de ser cuestionado. Podemos dudar de la utilidad de una norma moral como la de no matar e incluso podríamos argumentar que es bueno hacerlo y completamente justificable. Ahora bien, ¿de qué sirve este debate? Nuestro propio instinto nos dice que es una aberración pensar tal cosa pero, ¿no podemos cuestionar nuestros propios instintos? Realmente las posibilidades son infinitas bajo el mantra viciado del relativismo. Digo viciado porque carece de consistencia en su propia enunciación que cae, como sabemos, en una paradoja irresoluble. Si nada es verdad tampoco es verdad que nada lo sea.
La curiosidad e incluso la duda sobre el orden establecido es algo propio del Ser Humano que, como todo, puede utilizarse para el bien o para el mal. Pensemos, por ejemplo, en la violencia. ¿No es el instinto violento del bombero el que nos salva del fuego? Esas características innatas no tienen que parecernos negativas a priori, depende del uso que le demos. La duda sobre el orden nos puede llevar a innovaciones tecnológicas que mejoren la vida de las personas, pero también puede servir para desmantelar cosas que no acabamos de comprender con claridad y que poseen un trasfondo mucho más profundo, invisible para nosotros, que mantiene la civilización como si de pilares se tratara. Esto ha sucedido en numerosas ocasiones en la historia del Hombre. Muchas personas, motivadas por ideales utópicos de cambio, utilizando ese don natural, han tratado de modificar cuestiones sin acabar de entender el valor de su existencia. Seguramente la mayoría de esos intentos cayeron en saco roto pero sabemos que otros han logrado sus objetivos, al menos parcialmente, pues han conseguido desmantelar lo anteriormente construido a cambio de nada.
Recientemente descubrí una frase atribuida a Chesterton que dice lo siguiente: «No hay que derribar una valla hasta que sepas la razón por la que fue puesta«. No hay mejor manera de resumir lo que acabo de tratar de explicar.
El ideal de «libertad» es un ejemplo perfecto para entender como un término puede ser interpretado y reinterpretado con recurrencia. Quien busque libertad tiene que determinar ante qué la quiere. Cualquiera puede apropiarse de esa palabra si su razonamiento le ha llevado a pensar que lo que le está extrayendo libertad es lo que otro interpreta como libertad. Podemos tener grandes batallas ideológicas entre varios grupos que digan defenderla. No podrá existir jamás una libertad en sentido amplio para todos cuando no todos tienen el mismo concepto de esta. Ocurre así que, para algunos, ser libre significa independizarse de cualquier influencia sea esta coactiva o no. Es el caso de los que Murray Rothbard denominó como Libertarios Modales o Nihilo-libertarios, aquellos que rechazan cualquier intromisión en los deseos personales de las personas aunque está sea de corte moral. Para ello tratan de relativizar conceptos y valores, como se mencionó al principio, cuestionando sin entenderlas lo que probablemente son las bases de nuestra civilización. Estos Libertarios son los herederos legítimos del liberalismo y la ilustración. Nacen, para contrarrestarlos, los Paleolibertarios que, de inicio, rechazan el liberalismo.
El concepto de libertad de ambos grupos difiere de forma extrema. Para los Libertarios Modales, la existencia de unas normas morales extendidas y aceptadas por la mayoría de la población ataca a la libertad de los individuos en tanto en cuanto frena los impulsos y deseos hedonistas. Es por ello por lo que tienden a ver necesaria la existencia de un Estado ( aunque sea mínimo) que impida que se desarrolle el Orden Natural (cuestión que he abordado en otros artículos). Aunque estas normas hayan nacido del cúmulo de experiencias de las generaciones anteriores de forma completamente espontánea resulta molesta para aquellos que tienen ese concepto de libertad. No pasa lo mismo con los Paleolibertarios que interpretan como ataque a la libertad aquellas medidas coercitivas que intervengan desde arriba en el Orden. Entienden, pues, que la diferencia entre el bien y el mal no radica tanto en las posibilidades de actuar de infinitas maneras sin ningún límite sino en que las opciones que uno tiene para escoger están delimitadas por un proceso natural y no por la arbitrariedad de una o varias personas.
El Nihilo-libertario persigue al Nihilo-hombre, seres imaginarios, personas extremadamente racionales con capacidad para reflexionar sobre la forma de actuar en cada situación de su vida sin ninguna referencia. Algo imposible en la práctica dado que sería como pretender que todos fuéramos nuestros propios profesores, médicos y mecánicos, todo a la vez. Las referencias a la hora de actuar son necesarias, pues no todos nos vemos en todas las circunstancias posibles a lo largo de nuestra vida las suficientes veces como para tener el conocimiento necesario para obrar en cada ocasión de la mejor manera. Son necesarias, por lo tanto, instituciones que se dediquen a investigar, reflexionar, revisar y a aconsejar con respecto a las formas de actuar, aunque ello implique una influencia directa que impida lo que nunca se daría, que cada individuo tenga la oportunidad de reflexionar sobre cuál es la mejor forma de actuar en cada momento. Podría ser esto una restricción a la «libertad» en este sentido pero, ¿es evitable?
Kant trata esto cuando habla de «mayoría de edad» pensando en una persona sin influencias capaz de comparar y deducir en cada momento la forma más adecuada de obrar. Algo que, como es lógico, parece ser cierta crítica a la moral religiosa que era asumida por muchas personas sin cuestionársela. Lo que Kant no pareció ver fue que todas las personas toman, o bien conscientemente, o bien inconscientemente, como referencia para sus actos tanto la experiencia pasada como lo que le han enseñado. Es decir, el condicionamiento jamás puede ser destruido sino simplemente sustituido y, es preferible, para mí, que este venga de la acumulación de conocimientos intergeneracionales que de decisiones arbitrarias. Es imposible eliminar las referencias morales y el cuestionamiento de, no un valor concreto, sino de todo el sistema de creación de valores nos ha llevado a la confusión más absoluta sobre qué es bueno y qué malo.
Esa utopía ultraliberal que Rothbard llamaba Nihilo-libertarismo condena, a la postre, al Hombre a buscar apoyo y tomar como referencia al Estado. Nos encontramos con un dilema que muchos tacharán de falso, o instituciones espontáneas y naturales o Poder Central, o un autocontrol basado en un fuerte marco moral o una coacción sistemática basada en la subjetividad de los gobernantes y en la búsqueda de sus beneficios políticos. Pensar en un hombre vacío, un nihilo-hombre, que no necesite de nada ni nadie es un sueño irrealizable que muchos no están dispuestos a desechar y, por ello, acaban apoyando la coacción, aunque se den golpes en el pecho diciendo que no pasa nada porque es «mínima».