La fauna política de países como Ecuador (ejemplo que utilizaré al conocerlo muy de cerca) es muy pobre en las distintas especies que en ella se incluyen; si se tratara de un ecosistema, definitivamente no sería uno diverso. Y eso es porque la fauna política ecuatoriana esta constituida casi en su totalidad por un solo género, el de socialista.
Cuando digo esto no lo digo a tono de crítica, sino como un observador atento, que busca entender su realidad visualizando sus elementos y buscando semejanzas y diferencias entre ellos, y ciertamente, dentro de la variedad de partidos, movimientos, tendencias, escuelas de pensamiento, candidatos y figuras políticas del país, existe poca distinción real entre las ideas, los métodos, las tácticas, y la finalidad de cada uno de los grupos y de sus respectivos lideres, y eso no solo dentro del ámbito electoral, sino también del metapolítico.
Aparentemente la política en el Ecuador se ha convertido en la excepción que confirma la regla que el jurista alemán Carl Schmitt diría en su tiempo, «la política consiste en distinguir al amigo del enemigo», y no por falta de enemistad o de animadversión entre grupos y personas, sino por una falta de distinción real entre ellos.
Sin dar nombres ni denominaciones, en el país la ambigüedad política es tal que la supuesta derecha pacta con la supuesta izquierda, para mantenerse en puestos que ni siquiera ocupan. Peor aún, en la supuesta derecha se encuentran rasgos clásicos de la izquierda, variedades y sabores del socialismo de antaño, sea marxista, identitario, internacional, progresista o incluso nacional, y en la izquierda se ven rezagos del comportamiento elitista que solía ser la vanguardia de la derecha clásica.
Entre liberales de la onda francesa, progresistas de causas, perdón, redes sociales, y movimientos con aroma a nacionalismo de los años 30, la constante esencial siempre es su grado y variedad de socialismo. Todos buscando la conquista del Estado y la legitimación de su causa mediante política pública.
Las discusiones profundas y esenciales sobre el triste estado de la Patria y el papel del Estado en su decadencia se reducen (si es que llegan a hacerlo) a las aulas de clase, donde se espolvorean de teorías falaces y de sesgo personal del docente, disfrazado de libertad de cátedra.
Cuando uno sale a la calle, tiene el dudoso gusto de toparse con otra variedad de socialista, la mutante (tal y como la describe el neorreaccionario Spandrell), aquella que usando gritos y memes, pañuelos y banderas de todos gustos y colores, violenta y desprestigia a su adversario, genera hashtags y agrede en cuerpo y espíritu a todo quien se le opone, justificando su actuación en la mera posibilidad de que se apruebe una de las tantas piezas de legislación, que poco o nada tienen que ver con su vida personal y privada.
Pero de eso poco importa porque en su mente todo vale y todo se justifica «por la causa», por algún grupo particular que victimizan para lucrar de él o para culparlo de sus males, y para alimentar su envidia de «el otro», aquel distinto a ellos, el que piensa distinto, el que se ve distinto, el que opina distinto. Y a su cabeza siempre, el líder intachable, el salvador de la patria, que tras años de lavar el cerebro a su manada, a su rebaño, a su pavada, puede cómodamente vivir de sus contribuciones, vivir del tonto.
Estos animales políticos, depredadores de la persona, del contratismo público, de la burocracia y de la delincuencia, mutantes de la calle y la red, gallinazos y buitres de la politíca identitaria y oportunistas de las escasas instituciones que se mantienen en el país constituyen la fauna de la cosa publica de nuestro país.
Y todos pertenecen al mismo género, el género del parásito estatal, presente o potencial, directo o indirecto, material o espiritual, al género socialista.
Pueden adoptar la etiqueta que quieran y ofrecer el oro y el moro con el nombre que gusten, pero en esencia siempre serán socialistas, personajes trastornados con el igualitarismo y la meritocracia, que en su vida diaria ni siquiera reconocerán ni la aplicarán.
Para votar, apoyar o unirme a esta fauna sin variedad, mejor se vota con los pies y se abandona este ecosistema político desértico. Eso, o se empieza a traer corrientes nuevas y expulsar a los cadáveres políticos de nuestro país.