El dato más seguro que el hombre tiene es el de su propia existencia; y a partir de allí se desprenden una innumerable cantidad de misterios que, por cierto, no deben ser resueltos, sino adecuados mediante una “disposición del espíritu”. Asimismo –el hombre– percibe la existencia de entes u objetos existentes y por supuesto la de otros individuos semejantes a él. Se podría presuponer que lo anterior son “datos existenciales” que el ser humano capta a través de una vía sensible. Pero ese dato existencial-empírico descrito anteriormente no basta para vivir, puesto que el hombre tiende a buscar una explicación trascendental de la vida y de su realidad contingente y finita. En efecto, la respuesta a esa explicación es el Absoluto como una primera causalidad universal y como la única causa final de todo lo creado. O en otros términos, la primera causa es el Absoluto y por ende todo tiende como causa final al Ser Primero.
Gabriel Marcel en su famosa obra el “Misterio del Ser” afirmaría que lo anterior se puede entender de la siguiente manera: existe por un lado el “misterio del yo” (el misterio de mi propia existencia) y el “misterio del tu” (el misterio de la existencia de otros individuos). En este sentido, Marcel, pretende acercar al “yo” a una experiencia concreta e inmediata en contrapartida de un “yo” impersonal y abstracto típico de las ciencias. Es decir, ajeno a toda experiencia vital y, por ello, es un “yo” que carece de sentido, pues, la vida del hombre es una manifestación de amor, sueños, libertad, anhelos, dolor o reflexión, que ningún concepto puede encerrar. Por este motivo, la vida no es algo abstracto o teórico, sino que es concreto y vivido, en una búsqueda por trascender. Sin embargo, la vida avanza por contrastes; esto quiere decir, que se manifiesta tanto la felicidad como el dolor, el miedo y la esperanza, la desolación y la alegría, la incertidumbre y la seguridad, la soledad y la compañía, etc. Toda vida humana como “espíritu encarnado” atraviesa existencialmente por tales contrastes vitales. Es propio del hombre buscar y, al mismo tiempo, toparse con el misterio que encierra la vida misma tanto es sus aspectos contingentes como trascendentes. Pero, sin lugar a dudas, cuando el ser tiene la apertura necesaria para contemplar dicho misterio a través de su intuición existencial se acerca a una verdad que lo transforma y lo convierte en un individuo concreto y único; ajeno a toda polarización como, por ejemplo, un reduccionismo ideológico.
En cuanto al misterio del “tu” cabe preguntar «¿Qué es el otro?». Tal cuestión encierra una riqueza que no es objetivable, es decir, cuando se pretende encerrar al otro en una esencia abstracta que no tiene equivalencia alguna con su plano existencial, ya que el ser humano se caracteriza por su realidad e individualidad concreta. Asimismo, Marcel, habla por un lado del “compromiso” el cual se halla una comunión de dos existentes en el ser, logrando una intimidad espiritual que guarda una riqueza ontología única, irrepetible e inigualable. Y por el otro, considerar al individuo como un cumulo de cualidades es reducirlo a un objeto y perder de vista la plenitud de ese ser, que solo se logra a través del amor, asegurando, de esta forma, su presencia.
El “peso ontológico” de la existencia radica en las experiencias vividas pues, precisamente, la metafísica debe estar armonizada al existencialismo en su intento de pensar al sujeto con su realidad concreta y vital; pero a partir, justamente, de las esencias aprehensibles por la conciencia humana, sin olvidar que estas se encuentran en comunión con el misterio de la vida. De aquí radica el fundamento de la existencia como vivencia pura. En suma, el ser se va develando como un misterio y no como un problema en tanto que la experiencia interior es la que guía y se adecua al misterio del ser. Cabe destacar que el misterio se da un orden trascendental, por sobre lo finito y contingente. Además, escapa de la mera racionalidad o explicación lógica; porque el ser, a grandes rasgos, se intuye como una experiencia no conceptualizable y, por tanto, es inexpresable en términos humanos a raíz de que se trata de un conocimiento por connaturalidad. El amor, la fe, la belleza o la verdad se viven como experiencias vitales concretas que ningún concepto nos da; y es, precisamente, la metafísica la que intuitivamente intenta dar luz a partir de la relevancia transcendental que descubre en las experiencias humanas donde se vivencia la autenticidad y el verdadero sentido del vivir.
El problema inminente de no visualizar lo que hasta aquí se desarrollo es, sin duda, caer en una especie de “impotencia vital”. Retomando la filosofía Marceliana, trataría el asunto afirmando una diferencia clave en su concepción ontológico- existencial, debido a que distingue cabalmente lo que es un “problema” y un “misterio”. El primero de ellos, nos dice Marcel, es algo que yo encuentro, que puedo abarcar y reducir; de modo que está sometido a cierta “técnica”. El segundo, en cambio, es algo en lo que yo mismo estoy “comprometido”, trascendiendo a toda técnica y, por ello, escapa a la objetivación; a causa de que no puede representarse ni tampoco resolverse. En efecto, nace aquí una “disposición del espíritu” que debe, en primer lugar, “reconocer” el misterio y, en segundo lugar, “aproximarse” a través de las experiencias vitales para
luego “reflexionar”, no a partir de una conciencia abstracta, fría o calculadora, sino a través del “recogimiento”. Es aquí, según Marcel, el fundamento de la metafísica como “una reflexión dirigida a un misterio” (Verneaux, 1989, p. 196). De ello resulta necesario decir, que la metafísica no debe quedar en un ámbito puramente abstracto, sino que debe ser el centro mismo de toda existencia en miras de una esperanza transformadora, en la que constantemente el individuo se renueva a pesar de las propias inclemencias de la vida.
El existencialismo moderno desarraigado del pensar más noble, o sea la metafísica, se ha quedado con el sentimiento trágico de la vida, en cuestiones puramente morales y dilemas que surgen del propio humanismo que proclaman. En consecuencia, tienen una visión oscura de la condición humana exaltando el nihilismo como su estandarte. Pero, en definitiva, la filosofía es una búsqueda de transcendencia, sentido y esperanza; sin olvidar que debe ser aplicada a la existencia concreta de cada individuo que, a pesar de las vicisitudes que deben enfrentarse diariamente, tenemos la oportunidad de descubrir la riqueza ontológica que guarda cada vivencia para que, de esta forma, descubramos el verdadero sentido de la vida y nos adecuamos al misterio mismo del ser.