Persecución religiosa en la arquitectura de Pamplona.

Si estos callan, hablarán las piedras.

La retirada generalizada de crucifijos y símbolos religiosos de los espacios públicos, lejos de constituir una novedad, se inició en España con la llegada de la Segunda República.  La encarnizada persecución de los católicos se revela ya en los disturbios de mayo de 1931. Fue en aquel momento, en el que por toda España fueron quemadas 100 iglesias y conventos, cuando Azaña pronunció su celebre frase para justificar la pasividad cómplice del gobierno ante estos hechos: “Todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano”. La oleada de odio hacia los católicos cristalizaría más tarde, durante la guerra, en los asesinatos en masa de unos 7.000 religiosos.

seminario pamplona Años antes de llegar a aquel extremo, Navarra también fue testigo de cómo empezaron a retirarse los crucifijos de las escuelas y lugares públicos. La policía se presentaba en tal o cual colegio y retiraba las cruces, que volvían a reaparecer en ausencia de los uniformados. Algunos navarros fueron encarcelados. En este contexto fue en el que el famoso arquitecto pamplones el carlista Víctor Eusa (Casa de Misericordia, Iglesia de los Paúles, Colegio de Escolapios, parque de la Media Luna, edificio de «La Aurora», «casa Uranga», «La Vasco Navarra», Casino Eslava) diseñó el edificio del Seminario de Pamplona. La rabiosa persecución de los crucifijos inspiró en Eusa, católico practicante, la idea de concebir el edificio como una gran cruz que no pudiera ser ocultada ni fácilmente eliminada ante los tiempos que se avecinaban. Así se explica la peculiar fisonomía del Seminario de Pamplona. 

El seminario se diseñó y construyó como respuesta y desafío civil a la prohibición durante la II República de los crucifijos y de hecho fue terminado antes del comienzo de la guerra período durante el que se habilitó como  hospital.

Hasta las piedras parecen advertirnos, por tanto, contra ciertos radicalismos e inquinas del pasado que no merecen ser reeditados.

 

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Un comentario

  1. Mi abuelo, maestro en Tudela, se negó y, cuando el conserje (anarquista) iba a descolgarlo y arrojarlo en el saco («¡Otro par’zaco!»), no le dejó, lo descolgó él y lo colocó en el despacho «porque el decreto no decía nada de los despachos, sólo de las aulas».

    Lamentablemente a aquel conserje lo fusilaron 5 años después. No empecemos las persecuciones; no merece la pena.

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