Se nos ha dicho hasta la saciedad que tuviéramos cuidado con los bulos, que sólo nos fíáramos de los consejos y las informaciones que llegaran desde fuentes oficiales. Hasta el CIS elaboró una encuesta que justificara la eliminación de la libertad informativa y que se impusiera la censura gubernamental.
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Sin embargo, el tiempo va revelando que nadie ha propagado bulos con la misma intensidad e irresponsabilidad que las fuentes oficiales y gubernamentales. El asunto es muy grave porque se trataba de consejos e informaciones que iban totalmente en contra de nuestra salud. Ahora que el gobierno convierte la mascarilla en obligatoria conviene recordar lo que decía hace poco más de un mes. En concreto resulta llamativa la campaña del Gobierno de Navarra afirmando que ponerse una mascarilla no estando infectado era como jugar al ping ping con un casco de rugby.
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¿Cómo nos pueden mirar a los ojos después de esto la presidenta del gobierno foral y sus consejeros? ¿Cuánta gente podía haber evitado el contagio (y la muerte) si cuando se realizó esta ridícula campaña se hubiera por el contrario aconsejado su uso?
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Esta otra imagen recuerda cómo desde el Gobierno de Navarra no sólo se desaconsejaba la mascarilla, sino que se nos advertía de que su uso podía ser peligroso y generar más riesgo. No hace falta ser un genio para entender que o nos están poniendo en un grave riesgo ahora o que nos pusieron en un grave riesgo no recomendando la mascarilla en el pico de la pandemia.
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Desaconsejar las mascarillas que ahora nos obligan a ponernos no es sino una cuenta más en el rosario de despropósitos épicos del historial del Gobierno de Navarra, como aquel otro mensaje recomendando a todos los que habían estado con personas infectadas que, salvo que tuvieran síntomas (la mitad de los contagiados son asintomáticos), hicieran vida normal, fueran a trabajar, estuvieran con sus amigos y familiares y les contagiaran a todos el virus.
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No menos pasmoso que el gobierno haya estado dando durante dos meses consejos que atentaban directamente contra nuestra salud, es el hecho de que ahora nadie asuma responsabilidades, nadie reconozca los hechos, nadie dimita, nadie diga nada, nadie pida perdón. El silencio mediático en el oasis foral resulta también estruendoso. Si ante algo tan grave no pasa nada, ¿cómo en el futuro el gobierno va a responder por nada menor a esto? Y no habrá en décadas nada mayor a esto, o en eso confiemos.
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El incalificable portavoz del gobierno central, Fernando Simón, venía a reconocer hace unas horas que efectivamente nos mintieron sobre las mascarillas, pero que estaba justificado por la escasez de existencias. Y lo dijo sin inmutarse y sin presentar a continuación su dimisión. Hoy nos explica por qué nos mintió ayer. Mañana nos explicará por qué nos miente hoy. Bienvenidos a la nueva normalidad.
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Sucede además que la escasez de mascarillas de ninguna manera justifica la mentira. Bastaba decir la verdad, reconociendo que había pocas mascarillas y que tenían prioridad sobre ellas los sanitarios, pero que eran recomendables. Si nos hubieran dicho la verdad de entrada, todo el mundo lo hubiera entendido, además quizá más gente hubiera evitado exponerse sin mascarilla. Otra cosa que se podía haber hecho diciendo la verdad es sustituir las campañas mintiéndonos y diciendo que no hacían falta mascarillas por otras instruyéndonos sobre su uso para cuando las hubiera. En vez de mentirnos, el gobierno podía haber puesto en marcha campañas enseñando a hacer mascarillas caseras o ilustrando el uso de pañuelos, bandanas u otras prendas como sustitutivos de emergencia. Por no mencionar que la industria española, con la verdad por delante, hace mucho que podía haberse puesto a fabricar mascarillas.
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Como ovejas al matadero
No existe por tanto excusa alguna y tan sólo la evidencia de que nos han mentido, de que han jugado con nuestra salud, y de que seguramente siguen mintiéndonos y jugando nuestra salud, pero que nos lo confesarán más adelante, y que no pasa nada, y que no van a asumir ninguna responsabilidad, y que queda terminantemente prohibido protestar.
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Un comentario
Esto demuestra que, para conducir el rebaño, no hace falta haber estudiado en Harvard, ni tan siquiera haber estudiado, basta con buscarle un cómodo espacio con buen pasto subvencionado donde apacentar y echar la siesta. Eso sí, mientras tanto, los pastores a la sombra de una cómoda dacha en Galapagar, en la Moncloa o en Gorraiz. Ahí lo dejo.