Los gobiernos mienten. Los medios mienten. Los mercados, a poco que nos fijemos, resultan mucho más fiables que ellos para saber la verdad. Recordemos lo que sucedió en 2007, cuando las bolsas mundiales ya anunciaban un tsunami que gobiernos, medios y bancos centrales decidieron negar o ignorar. La verdad se impuso a lo largo de los años siguientes, pero cualquier observador sensato hubiera hecho bien en mirar las bolsas e ignorar las falsas señales de los medios y los políticos.
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Lo mismo se puede decir respecto al coronavirus. Nadie puede decir que esto no se podía prever en marzo, no digamos cuando se declaró el estado de alarma, porque las bolsas mundiales nos indicaron con total precisión en qué momento el coronavirus dejó de ser una vaga amenaza en el lejano Oriente para convertirse en una bala de plata en el corazón de nuestro sistema. El día exacto en que las bolsas mundiales dieron la alerta y comenzaron el desplome fue el 19 de febrero. Ningún político en el gobierno puede alegar que se enteró más tarde porque ningún político en el gobierno merece estarlo si no se entera de se está produciendo un desplome bursátil. Un desplome bursátil inequívocamente constatado a golpe de noticia según avanzaba fuera de China el coronavirus.
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La gráfica anterior resulta llamativa porque incluye todo el desplome bursátil hasta la fecha actual, lo que también resulta interesante porque vemos la clara divergencia entre lo que sucede en los EEUU y lo que sucede en España. En los EEUU se aprecia en primer lugar que la bolsa ha bajado menos que en España, y en segundo lugar que la bolsa se ha recuperado bastante desde los mínimos cosa que no ha sucedido en España. Dicho de otro modo, la bolsa estadounidense ha bajado un 15% y la española un 30%. Igual que la bolsa nos indicaba ya a mediados de febrero que algo grave estaba pasando, quizá nos indica ahora que algo estamos haciendo mal en España y que las perspectivas de recuperación, desde el punto de vista económico, son peores que en el resto del mundo.
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Echar de vez en cuando un vistazo a la bolsa también puede ser útil para vislumbrar qué o cuánto de verdad hay respecto a cuestiones como la llegada de la vacuna o la eficacia de los retrovirales que se están experimentando. La prensa habla a menudo de tal o cual medicamento, de tal o cual empresa, que ha conseguido en tal o cual lugar, a la espera de pruebas más concluyentes, tal o cual resultado. En general resulta ilustrativo observar la cotización de esa empresa para ver qué podemos esperar más allá de la noticia periodística. Es el caso de Moderna e Inovio, por ejemplo. La segunda es la empresa cuya vacuna financia la fundación de Bill Gates. La primera es la más avanzada y adelantada, que ya está siendo experimentada en humanos, que utiliza además una técnica pionera y fuera de momento del alcance de las demás. La tercera gráfica corresponde a la empresa Gilead, en cuyo caso lo que ha levantado expectativas no es una vacuna sino la posible eficacia de un retroviral.
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Tanto como que haya vacuna es importante acelerar el cuándo
Como puede observarse, el mercado ha premiado el trabajo adelantado de Moderna con una fuerte subida, casi hasta triplicar su valor desde el estallido de la pandemia en Occidente, no obstante lo que se aprecia en las gráficas son todavía unas expectativas contenidas. Puede que la vacuna final o el antiviral eficaz estén en otro sitio. Tampoco el mercado aprecia datos como para pensar que estas empresas han encontrado ya algo, aunque tarde todavía un tiempo, que vaya a resolver de forma definitiva la crisis sanitaria. Con datos firmes en este sentido no sólo veríamos subidas mucho más fuertes en el valor afortunado, sino subidas brutales en los índices bursátiles de todo el mundo. Esto no quiere decir que los mercados no crean en la vacuna contra el coronavirus, sino que habiendo hasta 70 proyectos en desarrollo no saben aún con certeza cuál será el ganador definitivo. El otro elemento que frena a los mercados es el aspecto temporal del problema. Los científicos más osados, llevando las fases de pruebas a sus límites, han llegado a apostar por una vacuna que podría empezar a llegar en otoño. Otros científicos hablan de un año o incluso un año y medio.
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El problema que dentro de un año y medio puede dar casi lo mismo que haya vacuna, al menos para la primera ola del virus, para entonces estaremos ya todos o muertos o inmunizados. No es descartable por tanto que los plazos se expriman siguiendo el criterio de los científicos más osados. La tensión entre seguridad absoluta y ruina absoluta puede que de lugar a un adelanto significativo si no para la vacunación general al menos para la de ciertos segmentos de población. También es posible que veamos algo insólito como que se empiecen a fabricar masivamente varias de las posibles vacunas antes de que aún se conozca la vencedora, para no tener que retrasar el inicio de la fabricación hasta el descubrimiento de la vacuna ganadora. El punto es que del desarrollo de todas estas cuestiones seguramente obtendremos más información a través del seguimiento de los mercados que a través de los medios, no digamos a través de los gobiernos, teniendo en cuenta además la creciente dificultad, particularmente en España, para distinguir entre el gobierno y los medios.
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