Este sábado, en una rueda de prensa desde el Palacio de la Moncloa, Pedro Sánchez, bajo una actitud absolutamente narcisista y repetitiva, anunció la solicitud de una segunda prórroga de la declaración decretada del Estado de Alarma (hasta el 26 de abril, en principio).
Probablemente, todo salga adelante, ya que la oposición parlamentaria (por el momento, con total seguridad, PP y C’s) le garantiza el apoyo parlamentario. Hace dos semanas ocurrió lo mismo, contando incluso con el apoyo de VOX (solo se opusieron nacionalistas periféricos).
De todos modos, incluso buena parte de la sociedad española está bastante entregada en la medida en la que no ve mal el confinamiento (hay quienes están empezando a asustarse en las últimas semanas, pero, en cierto modo, en muchos casos, a raíz de las negativas cifras macroeconómicas).
Esa actitud es normal en tanto que no somos uno de los países que menos tiene esa sensación de «falsa inseguridad» que avala la extensión de las dimensiones del Estado. De hecho, vuélvase a insistir en que, lamentablemente, se prefiere renunciar a la Divina Providencia.
Pero no voy a centrarme en esa ni en otras disonancias cognitivas que ya abordé en otros ensayos. Más bien, voy a abordar del enésimo episodio en el que, aparentemente, se vuelve a señalar el avistamiento de la paja en el ojo ajeno. Concretamente, en relación a las decisiones políticas adoptadas desde el Estado húngaro.
Viktor Orbán establece un Estado de Alarma sine die
A finales de marzo, el parlamento de Hungría (en el que los nacionalistas conservadores de FIDESZ cuentan con una mayoría absoluta que supone dos terceras partes camerales) aprobó una declaración de «estado de emergencia» que permite a Orbán mandar bajo una excepcionalidad indefinida.
El proyecto de ley, ya aprobado, permite al mandatario magiar adoptar tantas medidas extraordinarias como pueda considerar a la vez que establece sanciones penales para quienes cuestionen versiones gubernamentales en relación al COVID-19 (penas de prisión incluidas).
A raíz de todo ello, ha desatado la ira de todas esas asociaciones de giumanraits que últimamente estaban algo calladas. Luego, la eurocracia soviética ha empezado a advertir de que «la democracia húngara» había caído.
Pero, ¿hay en realidad algún motivo por el que haya que preocuparse más de la excepcionalidad política magiar que de la de países como España?
Pese a los silencios, en Moncloa hay tintes totalitarios
Nadie se alborota. Pero la declaración de Estado de Alarma que se ha aprobado en España (con beneplácitos de silencios ajenos pero cómplices) no es nada laxa en realidad, y no solo vulnera la libertad de circulación de los ciudadanos.
Existe un mando único para cierto «personal ministerial» de presunta confianza de Pedro Sánchez, aunque la influencia de PODEMOS no deja de ser notoria en tanto que se procura no renunciar al estrangulamiento económico (que muy mal no le parece a Pedro; si acaso es así, quizá a Nadia).
Pero, además de ello y de lo que eufemísticamente se denomina como «hibernación», se filtran las preguntas de los medios de prensa, se subvenciona a medios que se comprometan a servir a la «verdad oficial» y se contempla intervenir procesos no solo de distribución.
Cierto es, sin embargo, que, de momento, no se ha hablado de encarcelar a quien cuestione la «verdad oficial». Pero las declaraciones que emiten nos permiten corroborar su obsesión con las llamadas fake news (de hecho, aconsejan descaradamente la no consulta de los timeline de las redes sociales).
En cualquier caso, no hay que distraerse en ninguna clase de cuestión.
El concepto de Estado de Alarma no deja de ser peligroso per se
Con total claridad puedo decir que, si bien abogo por la prevención, la precaución y la toma de medidas más descentralizadas (que no se basen en masivas y forzosas cuarentenas), soy totalmente escéptico a lo que se puede denominar «Estado de Alarma».
En líneas generales, estos ensayos de control social servirán tanto para justificar crisis económico-financieras ya manifestadas como para reforzar el intervencionismo político y económico (oposición al dinero en metálico, centralismo supranacional…).
El Estado da lo mejor de sí. Luego, cabe recordar que lo que existe en España es un gobierno que resulta de una consumación estatista y constitucionalista, con miembros muy inspirados en tiranos comunistas como Maduro y Castro, aparte de tener esos tintes frentepopulistas del 36″.
Luego, no deja de ser cierto que el comunismo (una expresión revolucionaria) es el mejor amigo del globalismo (podemos verlo en la llamada «Unión Europea», cada vez más soviética, y en la ONU, un ente donde influyen bastante regímenes comunistas entre los cuales no solo está el chino).
Por lo tanto, por muy criticable que me pueda resultar que un nacionalista y también amante del big government como Orbán aplique esto, no deja de resultarme menos preocupante el panorama político de España, de corte frentepopulista y totalmente avalado por la masonería y el «sorismo».
Un comentario
Viktor Orbán no es un nacionalista puesto que Hungría ya es una nación. Nacionalistas son los que quieren convertir regiones en países.