Poco a poco vamos conociendo más en muchos aspectos lo referido a la infección producida por el SARS-CoV-2 cuyo cuadro clínico se ha denominado COVID-19 o más comúnmente “Coronavirus” por pertenecer el virus a la familia Coronaviridae.
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Mucho se habla de las consecuencias directas del COVID-19 en las personas de edad más avanzada, población especialmente vulnerable en cuanto a gravedad y mortalidad. Pero hay un aspecto en el que se está incidiendo poco o nada: el peligro de los síndromes geriátricos, que puede producir el confinamiento domiciliario en estas personas.
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Obviamente, es muy importante que no se contagien y si lo hacen, que lo superen, pero también es fundamental que cuando pase todo esto no hayan perdido funcionalidad ni estén en peores condiciones de las que estaban anteriormente.
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Los síndromes geriátricos son un conjunto de entidades originadas por la concurrencia de una serie de factores que tienen su expresión a través de cuadros patológicos no encuadrados en las enfermedades habituales. Estos pueden generar mayor morbilidad y consecuencias en ocasiones más graves que la propia enfermedad o que la causa inicial que los produce.
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Concretamente, el síndrome de inmovilidad es la vía común de presentación de una situación generada por una serie de cambios fisiopatológicos en múltiples sistemas condicionados por la inmovilidad y el desuso acompañante. Es un cuadro clínico generalmente multifactorial, potencialmente reversible y prevenible. Y de todo esto, lo más importante es lo último, ya que, si es prevenible y puede desembocar incluso en la dependencia y la muerte, debemos poner todo el esfuerzo posible en evitarlo. Las secuelas de la inmovilidad pueden ser graduales o inmediatas y resultan ser más severas cuanto mayor es la duración y el grado de la inmovilización.
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Teniendo en cuenta lo anterior, es vital promover que las personas de edad avanzada, dentro de su confinamiento, lleven una vida activa, evitando el encamamiento o el permanecer prácticamente todo el día sentados. Estar en casa no implica permanecer en pijama. Es muy importante que sigan con sus rutinas diarias de aseo, vestido, tareas del hogar y aficiones y que se hagan un plan de ejercicios acorde con su situación. Es necesario beber abundante líquido y seguir una nutrición saludable y variada, incluyendo concretamente durante estos días alimentos ricos en proteínas como pueden ser carne, pescado, huevos y lácteos (excepto en enfermos renales graves o patologías especiales) que ayuden junto con el ejercicio a la formación de músculo.
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La familia fundamentalmente, pero también los amigos y vecinos juegan aquí un papel fundamental, siendo el mayor colchón protector a nivel social que pueden tener. No debería haber ningún anciano aislado en su domicilio que no reciba todo el apoyo material, social, afectivo y espiritual, mediante el medio que sea posible, ya sean llamadas telefónicas diarias o visitas controladas e individualizadas cuando sea necesario, aprovechando para recordarles la importancia de la vida activa y sobre todo humanizando su situación no limitándonos solo a las medidas técnicas y estrictamente sanitarias que se dan por supuestas.
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Como repetimos tantas veces en el mundo de la Gerontología no solo se trata de dar años a la vida, sino de dar vida a los años. Es deber de todos que las personas de edad avanzada, cuando finalice todo esto, no salgan más frágiles o dependientes. Me atrevo a completar el repetido “yo me quedo en casa” con un “haciendo vida activa” y sin olvidar que necesitan más que nunca nuestro cariño.
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Dr. Joaquín Baleztena Gurrea
Médico de Residencia y Profesor de Geriatría de la Facultad de Medicina de la Universidad de Navarra