Enfocamos la preocupación por el coronavirus sobre los infectados por la enfermedad y es lógico que lo hagamos, pero ayer las bolsas mundiales dieron el primer aviso serio de que la economía mundial puede ser ya un paciente afectado con pronóstico reservado. Y lo que suceda con la economía naturalmente también afecta a las personas, estén o no estén infectadas. No conviene por tanto ignorar la vertiente económica que presenta este nuevo virus.
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La propagación de los contagios está provocando el cierre de ciudades, de regiones, de puertos, aeropuertos, la cancelación de todo tipo de actos… el problema ya era grave sólo con China, pero ahora lo tenemos brotando con fuerza en Italia. Y todo indica que el contagio está totalmente fuera de control y que puede ser demasiado tarde para hacer nada al respecto.
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Si se cierran ciudades, fronteras, regiones, puertos y aeropuertos, las consecuencias en la economía global son automáticas. Vemos en algunos lugares calles fantasmas y en otros supermercados vaciados por la gente que, ante la incertidumbre, decide acumular provisiones. Por un lado hay fabricas que dejan de producir, a las que dejan de acudir los obreros con normalidad, factorías que dejan de recibir material para continuar su producción, cadenas de distribución que se interrumpen, mercancías que dejan de circular. La incertidumbre y el miedo producen decisiones de inversión inesperadas, ya sea acumular provisiones, vender activos o cambiar las estrategias de inversión hacia opciones defensivas. Otros inversores deciden esperar sentados sobre su dinero a ver qué sucede, postergando decisiones de invertir que ya tendrían que estar siendo adoptadas. Incluso asumiendo que haya algo de irrealidad en las causas para adoptar todo este tipo de decisiones, las consecuencias que se desencadenan de esa percepción cierta o no sí que son bien reales. Y la calma puede llegar en unos días, o subir de grado y extenderse durante mucho más tiempo. Por eso bajan las bolsas. Hoy quizá suban. El desconcierto cunde entre los observadores ante la aparición de un factor con el que no contaban, con el que además no saben cómo contar dadas las circunstancias. Ya hay quien habla abiertamente de la amenaza de un cisne negro. Es decir, un suceso inesperado, con escasos paralelismos conocidos y capaz de alterar el normal discurrir de las cosas a escala global.
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A nivel médico, la propagación del virus parece ya difícil de mantener controlada. Las esperanzas de mantener aislado el foco de contagiados se desvanecen por momentos. Afloran las chapuzas. Los gobiernos fracasan en el control del coronavirus. Hay miles de personas infectadas en decenas de países que ni saben aún que están infectadas, deambulando libremente, incluso viajando a terceros países, interactuando constantemente con otras personas.
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La buena noticia sigue siendo que el virus sigue mostrando una mortalidad similar a la de la gripe. En realidad esto es una buena noticia según cómo valoremos que la gripe mate al año en el mundo a casi un millón de personas. Desde luego vivimos hace mucho con esa realidad sin preocuparnos demasiado, el coronavirus podría convertirse en una especie de otra gripe que matara todos los años a otro millón de personas en todo el mundo. Seguramente eso no vaya a alterar el curso de la historia, pero tampoco se trata de un acontecimiento despreciable. La siguiente mala noticia es que no está claro que vaya a ser fácil encontrar una vacuna:
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Si la propagación está ya fuera de control (aún hay alguna leve esperanza), si los estados han fracasado como garantes de nuestra salud, y si además puede que no aparezca una vacuna, el brote llegará hasta donde tenga que llegar y acabará como tenga que acabar espontáneamente o se instalará juntó a nosotros hasta donde la naturaleza tenga a bien que lo haga. No es por alarmar, pero nos cuentan que en el Complejo Hospitalario de Navarra, en previsión de lo que pueda suceder, ya se ha producido la llegada de reservas extraordinarias de mascarillas.
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Volviendo a la vertiente económica, obviamente existe una relación causal entre la enfermedad y la economía, pero no es una relación perfectamente proporcional. Seguramente puede haber una notable desproporción entre la evolución de la enfermedad y la de la economía. Los mercados no reaccionan a la realidad del momento presente, sino a las expectativas futuras, unas expectativas que ahora mismo se presentan bastante inciertas, y la incertidumbre genera volatilidad en los mercados.
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Es preciso subrayar además que la economía global ya se encontraba en una situación delicada antes del brote del coronavirus. En el último trimestre de 2019, el gobierno de Japón tuvo la genial idea de subir 2 puntos el IVA para sostener el gasto público. El resultado fue que la economía japonesa cerró el año con un retroceso del -1,6% respecto al trimestre anterior y que Japón se encontraba ya por tanto al borde de la recesión antes del brote de coronavirus.
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Recordemos que la curva de tipos de los EEUU lleva tiempo indicando riesgo de recesión. La incidencia del brote sobre la economía China nos es desconocida porque nada de lo que informe la dictadura comunista china (si informa) es de fiar, pero el impacto seguramente está siendo apreciable. Cuando aún todo parecía mucho menos amenazador, Barcelona sufrió el impacto de la cancelación del Mobile World Congress. España es el segundo país del mundo que recibe más turistas del resto del mundo, con más de 80 millones de visitantes al año. No somos el típico lugar remoto y aislado que puede esperar no recibir ningún infectado. No somos tampoco por tanto el típico país al que, da igual que por causas objetivas o por la psicosis generada, le afectaría poco una paralización del tráfico de personas y el turismo. Afortunadamente tenemos al frente del gobierno para encarar esta crisis a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, a los que en caso de apuro les pueden echar una mano Torra y Otegui. En realidad es un poco absurdo que estemos tan preocupados.
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