El feminismo y la autodestrucción de la mujer

El feminismo, aunque en teoría se fundamenta en la defensa de la mujer, en realidad cabe sostener que con su actual discurso alienta la destrucción de la mujer. Es decir, lo que se deduce del discurso feminista y la ideología de género es que por un lado existiría el hombre, que sería la base natural del ser humano, y después existiría la mujer, que sería la manipulación de esa base para crear un género al servicio de la base masculina. El hombre es lo que es porque como género dominante no ha alterado su esencia ni sus apetitos. El ser humano masculino es por tanto lo natural, la base humana común en bruto antes de sufrir alteración. El género femenino sería por el contrario una construcción social artificial al servicio del masculino. La deconstrucción de ese género artificial al servicio del otro, por consiguiente, supondría una igualación total con el género masculino. De la falsa diferenciación entre hombres y mujeres, una vez desarticulado el falso y artificial género mujer, todos los seres humanos pasarían a ser hombres. Hombres con pene y hombres con vagina, pero sólo hombres. El destino del feminismo por ello es la masculinización de la humanidad y la eliminación del género femenino, que es una forma muy rara de entender la defensa de la mujer. Es como si la lucha contra el racismo de parte de los negros hubiera consistido en pintar a todos los negros de blanco, asumiendo que la raza negra no existe sino que es una construcción social. Que lo normal es ser blanco y que la igualdad pasa por ser todos blancos y que distinguir entre negros y blancos ya es discriminar a los negros.

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El dualismo y la tábula rasa, dos creencias sobre las que ahora está prohibido opinar

Otra de las paradojas de la ideología de género es la que tiene que ver con la transexualidad. Nos dicen por un lado que el género es una construcción social y que una niña se siente niña sólo porque le regalan muñecas y vestidos rosa desde pequeña. Sin embargo, por otro lado, nos dicen que hay niños con vulva porque no se sienten niñas aunque desde pequeños les regalen muñecas y vestidos rosas. ¿En qué quedamos entonces? ¿Somos el producto social del vestido que llevamos o la naturaleza que se rebela contra el vestido?

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Tampoco se entiende que a estos niños o niñas haya que “reasignarles” los órganos sexuales. O sea, si los niños y las niñas son iguales por dentro y eso que somos por dentro es una misma sustancia en mujeres y hombres, y además una construcción social no natural, ¿cómo puede estar alguien en un cuerpo equivocado? ¿Cómo puede alguien señalar un conflicto entre su identidad de género y sus órganos sexuales si la desigualdad de género no es real, los hombres y las mujeres son iguales y las diferencias de género son meras apariencias fruto de imposiciones culturales? Es decir, si no hay hombre y mujeres sino seres humanos con pene o con vagina, no es posible el conflicto entre el cuerpo y la mente de nadie. El conflicto de género sólo puede surgir si aceptamos que hay cuerpos de hombre y de mujer pero también personalidades masculinas y femeninas, por lo que el conflicto se produciría cuando aparece una personalidad femenina dentro de un cuerpo masculino. Ahora bien, si negamos que naturalmente haya personalidades masculinas y femeninas, ¿cómo surge el conflicto entre la personalidad de alguien y su cuerpo? El asunto resulta tanto más inexplicable cuando, como decíamos, se sostiene que la identidad de género de los trans es algo que no resulta como producto de la educación y la cultura, sino que es algo anterior, consustancial a la persona y que precisamente por ello choca y se enfrenta a la educación y la cultura.

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Por un lado se nos dice que, imposiciones culturales y heteropatriarcales al margen, hay una identidad humana única y dos tipos de cuerpos biológicos. ¿En qué consistiría entonces un conflicto entre la identidad y el tipo de cuerpo? O todos tendríamos ese conflicto o nadie lo tendría. Por otro lado, se nos ofrece como explicación un dualismo que haría las delicias de los filósofos platónicos o los tomistas. De la mano del materialismo ateo vuelve en el siglo XXI la dualidad alma-cuerpo. No sólo eso, la dualidad entre alma femenina y alma masculina y por tanto la posibilidad de almas en cuerpos equivocados. Volviendo al principio del análisis la solución al conflicto que proponen el feminismo y la ideología de género es acabar con la desigualdad deconstruyendo a la mujer, acabando con ella como género artificial y subordinado, para convertir a todos los seres humanos o en hombres con pene o en hombres con vulva. Con una original garantía a partir de 14 años para reasignar el pene o la vulva en la Seguridad Social y una legislación penal que convierta en delito la puesta en cuestión de la lógica de todo lo anterior.

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