Si hay gallos violadores, urge la apertura de cárceles para gallos

Hay noticias en vacaciones que en otra época del año con menos sequía informativa no lo serían. Ojalá fuera el caso de las veganas que han protagonizado uno de los vídeos virales del verano, las cuales han construido un santuario animal en el que los gallos se encuentran separados de las gallinas para que no las violen. Por si quieren echarle un vistazo les dejamos un enlace a su video, al que añadimos la respuesta bastante concluyente de un avicultor a través de otro vídeo. Ambos vídeos viralizados desde multitud de cuentas se anotan cientos de miles de reproducciones, no vayamos a pensar que son cosas anecdóticas que preocupan a cuatro gatos.

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https://www.youtube.com/watch?v=q32LAnITKHk

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Claro, si hay gallos violadores que no entienden que no es no, urge construir cárceles para los gallos que violan a las gallinas, porque los gallos sólo deben poder tener relaciones cuando la gallina manifieste un consentimiento explicito. En tanto se resuelve la problemática de cómo interpretar el consentimiento explícito de las gallinas, las veganas del vídeo parecen haber adoptado la precaución de separar en su granja a los gallos de las gallinas, pese a que esto llevado a gran escala podría significar en la práctica la extinción de las gallinas, que es una manera muy rara de salvar a las gallinas. En el refugio vegano de las activistas del vídeo, asimismo, los machos de las especies en general están castrados para que no violen a las hembras, aunque no consta que los machos prestaran consentimiento previo ni cómo a estas amantes de los animales y de sus derechos. Por lo demás, como explica el ganadero en el vídeo, en las granjas también suelen estar separadas las gallinas, ya que para poner los huevos no hacen falta los gallos y las gallinas ponen huevos (ovulan) cada 28 horas con o sin gallos. Las granjas no son por tanto barracones de violación en serie de las gallinas.

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Las ideas más extremas del animalismo, en su lucha contra el “especismo” que practican los humanos contra los animales, llegan al punto de igualar las vidas de los humanos con las de los animales, de modo que un animalista radical dudaría en un incendio de si salvar primero al gato o al bebe humano cuya cuna se encuentran a punto de devorar las llamas.

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El amor a la naturaleza de algunos amantes de la naturaleza resulta peculiar porque aman una naturaleza que no existe más que en su mente humana y que no tiene nada que ver con la naturaleza real, en la que los lobos se comen a las ovejas, las serpientes a los ratones y los osos hormigueros a las hormigas. Por no mencionar que la naturaleza, en su infinita sabiduría, le ha puesto espinas en el pene a los gatos. A la naturaleza hay que amarla como es, no como uno quiere verla o se la inventa. La naturaleza, por ejemplo, está llena de ejemplos como el de la avispa Dinocampus coccinellae, cuyas hembras cuando pican a una mariquita depositan en su interior un huevo del que después, como en la película Alien, nace una larva que crece a costa de ir devorando desde dentro a la mariquita hasta que sale al exterior. Cuando un vegano viaja en coche eléctrico, tren o autobús, produce en el parabrisas un auténtico genocidio de insectos. Si de algún modo pudiéramos transmitir a todos los animales el mandato de no alimentarse de otros animales, en cuestión de días se produciría la desaparición por inanición de casi todos los animales del planeta, lo que a su vez provocaría el colapso del equilibrio biológico del planeta. El animalismo radical provocaría, paradójicamente, la extinción animal.

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La propia idea de alimentarse sólo de vegetales, por otro lado, es una idea animalista en el peor sentido de la palabra, tan sólo un círculo anterior al odiado especismo y basada en el mismo tipo de prejuicio, consistente en poner a los animales en el centro de la naturaleza, ignorando que los vegetales son seres vivos muy sensibles al entorno, que reaccionan a las agresiones externas, interactúan y hasta se comunican entre ellos, manifestándose en general como una forma de vida que sólo puede considerarse inferior a la animal desde un egoísta y sesgado punto de vista animal.

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Buceando un poco en la web de las veganas que protagonizan el vídeo de los gallos violadores, rápidamente nos damos cuenta de que el veganismo es la punta del iceberg. No se trata simplemente de comer coliflores, sino de construir una sociedad alternativa al machismo, a la sexualidad binaria, al especismo y al capitalismo. Sobre todo al capitalismo, del que es una mera emanación todo mal en el mundo: el maltrato, las enfermedades, la pobreza, la guerra, la heterosexualidad, la violación de las gallinas, la religión, la telefonía móvil, las vacunas… ¿Y cómo podemos librar al mundo de todo mal? Pues haciéndonos comunistas, como dicen claramente, ¿o se creían que esto iba solo de no comer chuletones y tutelar la vida sexual de las gallinas? Eso si, las veganas proponen un comunismo libertario, como si la libertad y el comunismo no fueran términos antagónicos.

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La jaula comunista

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