Hace una semana, los españoles fuimos citados a las urnas, por la partitocracia, para determinar, con nuestro voto, la nueva composición de los ayuntamientos, doce parlamentos autonómicos y el oficialmente denominado (en términos economizados) como «Europarlamento». Todo concluyó con una serie de interrogantes e incertidumbres.
Mientras que en Barcelona la cosa se disputa entre una comunista okupa y un comunista nacional-catalanista, no pocas capitales de provincia tendrán que esperar a lo que ocurra, dado que, independientemente de quien tenga la mayoría relativa de representantes y votos escrutados, habrá que ver si se «aprovecha» la posibilidad aritmética basada en la suma de votos/escaños de PP, C’s y VOX.
Esos tres partidos, componentes de una «derecha trifálica» concebida por el PSOE, suman mayoría absoluta en localidades (en algunos casos, VOX se ha quedado sin representación) como Alicante, Almería, Badajoz, Cáceres, Córdoba, Málaga, Oviedo, Palencia y Salamanca. Ahora bien, las reacciones ante este hecho son algo variopintas.
De repente, el PSOE, el más votado en no pocos sitios dada la fragmentación electoral en el «bloque de la derecha» y la absorción de votantes que en anteriores ocasiones confiaban en PODEMOS (partido al que emulan los que tienen su sede principal en la matritense calle de Ferraz), critica lo bien visto en el año 2015 («pactos de perdedores» según el PP). Igual con Manuela Carmena.
Mientras, en C’s parece que, a la par que no tienen en cuenta de dónde proviene la mayoría de sus votantes, siguen muy bien (independientemente de que haya paripé o no) las pautas que le marcan Emmanuel Macron, Guy Verhofstadt y George Soros con su «no nos sentaremos para nada con VOX» (cuestión aparte es que estos incurrieran en el «pacto exprés», como en Andalucía).
Así pues, se da cierta probabilidad (no especificaré si es alta o baja) de que Pedro Sánchez y Manuela Carmena salieran ganando «por culpa» de la formación naranja, que incurriría en «decepción hacia sus votantes». Su principal caladero de votos está en gente no izquierdista que ya desconfía del PP pero, aunque no prefiera a VOX, no quiere hacer guiños a personas como Tudanca y Salaya, ambos Luises.
De todos modos, si bien podríamos hartarnos de criticar a C’s, que no deja de ser una formación «progre» y socialdemócrata, por fallar a la mayoría de su electorado, conviene incidir en la raíz del problema de las injusticias que se cometen en contra de la voluntad del elector: la existencia de un sistema electoral refuerza a la partitocracia frente a la sociedad.
No estás votando a quien quieres que sea tu alcalde o presidente
Cuando vamos a las urnas, ya se trate de elecciones autonómicas, generales o municipales, si bien la idea de quien emite un voto válido suele ser que «cierta persona» gane y tome las riendas del correspondiente órgano de poder político (normalmente, esto no se da si se tiene muy claro que la candidatura es y será relativamente minoritaria), la realidad falla en su contra.
Al emitir un voto válido estás votando simplemente a favor de una marca, que puede representar una coalición, un partido político o una agrupación de electores. En función de los porcentajes de voto obtenidos por cada partido, se aplica un sistema de obtención de escaños y alguna que otra restricción adicional como el umbral mínimo de votos para distribuir proporciones del hemiciclo.
Y no, con tu voto no favoreces a ninguna persona en concreto que no se trate del jefe del partido. Hablamos de listas cerradas en las que, desde las altas esferas, se asigna, en el orden que ellos desean, a una lista, una relación ordinal de personas, con varios suplentes. Nada puedes hacer si confías solo en dos candidatos de lista, de distintas opciones.
No hay derecho a elegir a personas que no nos representan
Las listas cerradas son un refuerzo de consolidación del régimen de partidos en el que los representantes (parlamentarios, diputados, senadores y concejales) no tienen libertad de criterio a la hora de determinar su sentido del voto sobre lo que se debata en el hemiciclo. Se fortalece con ello la autoridad del jefe del partido.
A su vez, se facilita con ello que, cuando concluye una cita electoral, el voto a cierta candidatura se traduzca en una investidura de alguien que en absoluto es respaldado por los electores de la misma. Por ello, las críticas han de tener consistencia así como una orientación atinada así como lo más precisa posible. Hay que reivindicar una reforma.
Sabemos que la democracia es la dictadura de la mayoría así como una vía de ascenso para los enemigos de la libertad. Pero no por ello vamos a abstenernos de apostar por una mayor representatividad del individuo y de la sociedad a la que representa frente al régimen de partidos que puede fallar a la voluntad y convicciones del elector.
Lo ideal es la fórmula del diputado de distrito (circunscripción uninominal), aunque tampoco es mala propuesta la existencia de listas abiertas. De una u otra forma, el ciudadano estaría eligiendo a quien, en realidad, quiere que le represente. Eso sí, el candidato no tendría necesidad de estar bajo la sombrilla de las siglas de un partido político.
Por otro lado, habría que separar las elecciones presidenciales (incluyamos aquí la elección del alcalde) de las legislativas, con una segunda vuelta si en la primera ronda ninguno de los candidatos supera el cincuenta por ciento. Con ello, el dirigente no sería elegido por bloques de partidos, sino directamente por el votante.
Finalmente, ya concluyendo, podríamos afirmar que, aparte de las críticas que se merezcan las distintas opciones político-electorales, existe un problema de fondo, en base al cual, el legislativa y normativamente blindado régimen de partidos (o partitocracia) supone un obstáculo a la voluntad ciudadana, a la par que un «secuestro» de la sociedad (a la que se priva de iniciativas).