ARTÍCULO ORIGINAL PUBLICADO EN THE CATHOLIC HERALD, EL 21 DE FEBRERO
Durante los peores años de la Revolución Francesa, algunas de las expresiones de violencia más visibles implicaron ataques a la Iglesia, percibida como un pilar del antiguo régimen. Los revolucionarios sacrificaron a numerosos clérigos y expulsaron a otros miles de estos. Expropiaron propiedades de la Iglesia y, en ocasiones, saquearon y quemaron iglesias.
No es difícil de recordar estos pasados eventos cuando leemos sobre la reciente avalancha de vandalismo infligida en las iglesias católicas de toda Francia [recientemente].
El Observatorio de la Cristianofobia denuncia que, entre el 3 y el 11 de febrero, 9 iglesias católicas fueron objeto de grave vandalismo, desde la destrucción de estatuas y vidrieras hasta el volcado de tabernáculos. Una iglesia de Yvelines, la de San Nicolás de Houilles, fue vandalizada tres veces en siete días. Esta sigue una serie de ataques similares en iglesias católicas a lo largo de Francia, en 2018.
El vandalismo no es un problema nuevo. Pero, ¿por qué se han convertido las iglesias católicas en Francia en un objetivo durante los últimos años?
Parte de la respuesta está en el hecho de que son un blanco dada su apertura al público en una base regular. En algunos casos, no hay cámaras de videovigilancia. Esto facilita, por ejemplo, que un grupo de inmigrantes rumanos irrumpa en iglesias católicas a lo largo de 2018 y salga, sin impedimentos, con artefactos valiosos para vender.
Más allá de los ladrones profesionales, la ausencia de seguridad significa que cualquiera con resentimiento sobre las presentes circunstancias no encontrará mucha dificultad si se decide causar caos en el interior de una iglesia. Esto podría comprender a adolescentes insatisfechos así como a islamistas buscando objetivos fáciles.
Hasta este punto, la irrupción del vandalismo en las iglesias puede reflejar la inestabilidad social que actualmente permea Francia. El país está actualmente [en su séptimo] mes de protestas lideradas por los gilets jaunes (chalecos amarillos). Con esto han tenido que ver muchos actos vandálicos contra bancos, negocios de alta calidad de zonas elegantes de París y otras ciudades así como la pintura de grafitis ocasionales en monumentos nacionales. La agresiva respuesta de la policía contra los chalecos amarillos también ha ayudado a otras personas pacíficas a acostumbrarse a la violencia diaria.
Esto, empero, no explica el silencio relativo de la prensa francesa ante las profanaciones de iglesias o la respuesta indiferente del gobierno francés al problema. El único periódico principal de Francia que ha manifestado notorias preocupaciones ha sido el centro-derechista Le Figaro. El pasado 13 de febrero, el Primer Ministro Edouard Phillipe tuiteó, con retraso, una condena de los ataques, prometiendo que abordaría el problema en su próxima reunión con obispos católicos franceses.
Difícilmente se puede considerar esto como una respuesta robusta. Esto también sugiere que, cuando se da violencia contra lugares católicos de culto, la reacción de buena parte del establishment político y mediático francés es un encogimiento de hombros colectivo.
En algunos distritos, las cosas no han cambiado mucho desde 1789.