Este pasado fin de semana, el segundo de febrero de 2019, fue destacado por una serie de convocatorias en defensa de la unidad de España y en contra de las tropelías de Pedro Sánchez, en más de una ciudad española, aunque la principal (también la primera) fue la que ayer tuvo lugar en la madrileña Plaza de Colón, a iniciativa del Partido Popular (PP) y de Ciudadanos (C’s), con el respaldo de VOX.
Quien está escribiendo estas líneas debe de valorar muy positivamente cualquier reacción cívica en defensa de una determinada serie de principios, al mismo tiempo que critica las valoraciones con las que la extrema izquierda busca intimidar a cualquier rival de los movimientos nacionalistas periféricos, vinculándolo con el fascismo.
Pero no hay que privarse nunca del desarrollo de una actitud crítica. Por ello, voy a matizar, o dicho de otra manera, puntualizar respecto a aquellos rasgos de estas movilizaciones sobre los cuales hay que ser cautelosos, entender bien los conceptos y consideraciones varias, de modo que podamos contrarrestar el problema de manera adecuada, a mi modo de ver.
No se obcequen: España no nació en 1978
Lo que se supone que es una reacción en defensa de la unidad de España viene a ser presentado como una defensa de la Constitución. Podría no ser un problema esa afirmación si fuera una manera de manifestar la oposición a los actos de golpismo del nacional-catalanismo. Pero la cuestión es que se va mucho más allá de esa mera apuesta.
Se busca sacralizar un compendio textual e intentar convencernos de que España no existió antes de 1978 (se basan en el «patriotismo constitucional» habermasiano). Para colmo, lo que también conocemos como Carta Magna no es sino un artificio iuspositivista que ha ayudado a consolidar ese régimen de partidos del que socialistas, comunistas y nacionalistas periféricos son los mayores beneficiarios.
No depositen esperanzas en la facción azulado-anaranjada de la partitocracia
Aunque, con buena fe, y en todo su derecho, más de un ciudadano se ha sumado a estas concentraciones, impulsado simplemente por el deseo moral de defender a España, hay que decir que la «convocatoria-líder» (la de Colón) ha tenido unos orígenes absolutamente partitocráticos, en la medida en la que PP y C’s han sido los promotores de la misma.
La salud de las movilizaciones cívicas es algo para lo cual conviene que los partidos políticos estén lo más alejados posible. De hecho, estas entidades suelen anteponer sus propios intereses (electoralistas en buena medida) a los de la sociedad española. Para colmo, no hemos de depositar esperanza alguna en PP y C’s.
Dejando aparte el constitucionalismo y el interés en cierto concepto habermasiano (en cierto modo, mayor en la formación naranja), hay que recordar que el PP también ha hecho varias cesiones a los nacionalistas periféricos (de hecho, su división en Galicia es un «PNV a la galega«) y que C’s no resulta ser tan contundente contra el catalanismo como contra el euroescepticismo.
¿De qué clase de igualdad y solidaridad nos hablan?
Incluía el manifiesto leído ayer en Colón lo siguiente:
España es una nación de ciudadanos libres e iguales. Y en este pilar se ha basa la firme decisión de los españoles de crear lazos de solidaridad y esfuerzos compartidos entre los territorios. España es, además de una realidad histórica, la decisión de todos los españoles de vivir en común, de afrontar el futuro en común y de acompañarnos entre nosotros, para alcanzarlo.
Ciertamente, debemos de ser iguales ante (que no mediante) la ley (de hecho, es lo más justo, entendiéndolo como algo concerniente al trato ante unas mismas disposiciones), siendo esa la única igualdad que podamos aceptar (puestos a añadir algo más, pues la igualdad en dignidad que también nos fue conferida por vía deística (según las enseñanzas cristianas).
Ninguna clase de uniformidad es legítima (económica, lingüística, …), del mismo modo que la discriminación en base a colectivos (por ejemplo, la que denigra al «hombre heterosexual blanco y católico») es totalmente preocupante, aparte de ser algo en lo que incurre la mayoría del bloque político a considerar como constitucionalista.
Ahora bien, la isonomía a defender no requiere una uniformidad político-jurídica bajo centralizaciones de cualquier escala: ni la del Estado unitario ni la del autonómico (este no se trata sino de una división del poder el 17 mini-Estados férreamente centralizados que solo benefician a castas políticas partitocráticas y compiten por complicarnos la vida al máximo posible).
Hemos de entender la descentralización como una fragmentación del poder político, que limita su expansión. La idea del fuero es la mejor garantía, en todas las escalas, pero aquí se reivindica también el respeto a la subsidiariedad: reivindicación de autonomía de cuerpos intermedios (familias, iglesias, …) que hacen contrapeso sobre los problemáticos Estados.
Por otro lado, la solidaridad entre españoles no consiste en redistribuciones de dinero recaudado coactivamente entre gobiernos autonómicos, regidos por castas políticas irresponsables. Para ser solidarios, reivindiquen la libertad de comercio y emprendimiento, y practiquen la entrega a los demás (ayudando en lo que sea necesario, ejerciendo la caridad, …).
¿Qué defensa de España hemos de hacer entonces?
Claro tengo que esta batalla no va de sacralizaciones de artificios iuspositivistas, ni de concepciones habermasianas, ni de deificaciones del concepto de «nación» basadas en la vacuidad. Hay que ser aguerrido, sin ninguna duda, pero sin visiones materialistas y racionalistas, ni ambigüedades que benefician al enemigo.
Hagamos una reivindicación hispánica que reconozca nuestra unidad en la diversidad (nada que ver con el plurinacionalismo, falacia antiespañola izquierdista) y nuestras tradiciones, entre las cuales figura el catolicismo. Al mismo tiempo, esforcémonos en desmontar mitos como los de la «Leyenda Negra» y los pregonados por frentepopulistas y otras clases de enemigos de España.
España es una realidad histórica, cultural y social que no se reduce a artificios de iuspositivismo (ni a un mero ente problemático conocido como Estado). La Hispanidad no es una construcción burocrática y materialista. Eso sí, tampoco hemos de permitirnos la dilución en la Unión Europea de Repúblicas Socialistas Soviéticas, sino el reafirmarnos en las raíces cristianas que realmente definen Europa.
Por lo tanto, ya para concluir y terminar con este ensayo, es totalmente plausible que los españoles podamos estar reaccionando frente a los enemigos de nuestro país (entre los cuales está, sin duda, el Frente Popular, actualmente liderado por el «okupa» de la Moncloa), pero no hemos de ser tan ingenuos como para creer en concepciones iuspositivistas y materialistas. La Hispanidad se puede defender de otra manera.
Un comentario
Es interesante lo que se recuerda.. que el catolicismo es lo que fragua la unidad de los reinos hispánicos. el catolicismo cultural , social , sociológico , el sustrato del derecho público cristiano… todo eso ayuda en entender la genuina tradición española. Es necesario sacudirse los complejos para hablar con naturalidad de Dios en la vida pública y de la aportación del catolicismo a España y europa.