Hace una quincena más o menos, me topé en las redes sociales con un artículo publicado en el portal norteamericano The Concourse, cuyo título, traducido al español, era el siguiente: «Los gays conservadores deben callarse de una puñetera vez«, que era una réplica a la denuncia del rechazo a un joven homosexual, por parte de los lobbies, simplemente, a razón de ser conservador.
El autor, un bloguero deportivo llamado Lauren Theisen, considera que ese conservador se trataba de un «chico cínico que pervierte una opinión extremadamente válida tal como que [creía no tener que justificar su amor al mundo] y retorciendo la misma en la dicha de [no tener simpatía hacia el hecho de argumentar con él en Internet porque simpatiza con un presunto depredador sexual muy exitoso».
Advierte también de que los gays conservadores que usan su sexualidad «como un medio para defender sus visiones abominables» resultan algo más y más normal, como los queers que ganan una aceptación más amplia. Considera además que su sexualidad llega a ser una «herramienta para defender el statu quo anti-feminista, supremacista blanco y pro rentas altas, así como que es ello una razón para empezar a «callarse».
En otras palabras, viene a intentar hacernos considerar que el hecho de sentir atracción hacia personas del mismo sexo al mismo tiempo que se no se sienten representados por la bandera del arcoíris (salvo que quieran tunearla para hacerle la puñeta al progrerío), símbolo de un lobby de presión que busca destruir instituciones naturales como la familia y el matrimonio, erosionar valores religiosos y acabar con nuestras libertades.
Buscan que veamos como un problema que se pueda ser homosexual al mismo tiempo que se reconoce la herencia cristiana occidental, se tengan convicciones religiosas (al menos, en lo cultural), se defienda la institución del matrimonio como unión entre un hombre y una mujer así como base de las familias, y la igualdad ante la ley (ya escribí en su momento que sostener todo esto no suponía ninguna clase de problema).
Pero la cuestión no requiere de un análisis simplista que afirme sin más que se busca que se pretende que únicamente sea posible ser homosexual de izquierdas (sea cual sea la modalidad de izquierdismo). Ciertamente, esto es así, aunque iconos comunistas como el Ché Guevara fueran quienes ejecutaran a muerte no solo a los disidentes ideológicos, sino a ciudadanos homosexuales.
Pero todos sabemos que el filósofo italiano Antonio Gramsci consideraba que para lograr la revolución comunista había que acabar con toda esencia propia de una sociedad judeocristiana y tradicional (veía en ello un obstáculo). Por lo tanto, consideraba que había que recurrir a la «vía cultural», algo a lo que contribuyó la llamada Escuela de Frankfurt. Pero, ¿qué hay que decir entonces en relación a la ideología de género?
Hablamos pues de una rama del llamado «marxismo cultural», que busca una lucha de sexos (ellos hablan de géneros) que no solo enfrente a mujeres y a hombres, sino también a los heterosexuales con los no heterosexuales. A su vez, trata la consecución de la destrucción de la institución familiar, la erosión de valores religiosos y la cosificación de los bebés (incluso el menosprecio al acuerdo conocido como matrimonio).
Ello requiere de ingeniería social por medio del Estado. Hablamos de un tipo de socialismo, de estrategia de planificación centralizada. En base a ello, se ha hecho uso de las competencias legislativas, burocráticas, jurídicas, mediáticas y educativas del Estado para ejecutar este plan, a costa de la igualdad ante la ley, las libertades civiles (expresión, elección, conciencia, …), la estabilidad familiar y la presunción de inocencia.
Para convencer de ello, se hace creer que los homosexuales son seres que «necesitan de una mayor protección por parte de nuestros políticos» así como «obtener reconocidos los que son sus derechos». Esto se puede traducir en un intento de victimización del sujeto no heterosexual, ni la ley ni las normas de cualquier entidad privada suelen tratar diferente a la gente en función de su orientación sexual.
Pero tan incierto es que la igualdad de trato consista en alterar determinadas estructuras y desafiar patrones de diferencias psicofísicas (censurando incluso la libertad de cátedra e investigación científica) como verídico es que por todo ello se busca, manipulando el lenguaje, considerar al homosexual como rehén de una estrategia colectivista, que busca erosionar las libertades y las instituciones naturales que la hacen posible.
Pero hay tanto ingenuos rehenes como activistas que también pueden ser heterosexuales y que, de no secundar las teorías socialdemócratas y comunistas, sino una férrea defensa del libre mercado y el laissez-faire, corroboran la tesis según la cual hay tontos útiles de la causa marxista, si no queremos considerar a algunos de ellos como progres que tienen idea de economía -lo cual es razón de no ser socialista, según Hayek.
Ante todo ello, si bien es cierto que en la batalla ideológica conservadora y pro libertatem no se discrimina a nadie en función de su orientación, sus hábitos, su estatus social y su personalidad, hay que celebrar que haya cada vez más homosexuales dispuestos a actuar como nuestros compañeros de batalla de las ideas, de activismo en distintas modalidades.
Hay que dejar claro a los marxistas culturales y sus tropas políticas no solo que mienten (desmontando, por ende, sus falacias) y manipulan, sino que hay homosexuales que son plenamente felices reconociendo su atracción hacia personas del mismo sexo y disfrutando con sus parejas (de sexo no opuesto) al mismo tiempo que defienden la vida, la libertad, los valores cristianos, la familia, la ley natural y la propiedad privada.