La reivindicación de María Bayo de la cultura del esfuerzo

El premio Cadenas de Navarra que otorga anualmente la Fundación Doble12 ha recaído este año sobre la soprano navarra María Bayo. Lo cierto es que el tipo de valores que se querían premiar con el galardón quedaron bastante claros durante el acto de entrega gracias a las palabras de la propia cantante, de hecho merece la pena reproducir íntegramente el discurso, como haremos al final, por lo claro que resulta a este respecto.

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Reivindicar la excelencia y el esfuerzo

Es probable que mucha gente no lo sepa pero María Bayo, nacida en Fitero, es hija de un agricultor. No hay por tanto ni un peldaño que la cantante no haya tenido que subir para llegar al lugar que ocupa en la actualidad. La buena noticia es que se puede partir de cualquier punto para llegar a la excelencia, pero por otro lado, y de eso iba el discurso, la mala noticia es que nadie te puede colocar en la excelencia sin haber subido antes todos los peldaños. Y no se cambia de peldaño sin esfuerzo. Es probable que llegado alguien a cierto punto no pueda subir de peldaño sin talento, por más que se esfuerce, pero llegado a cierto punto tampoco nadie puede subir de peldaño sin esfuerzo, por más talento que tenga. Como para pretender que nadie alcance la excelencia sin esfuerzo y sin talento. Como si la excelencia pudiera regalarse, como el dinero. La sensibilidad, la inteligencia y el talento los puede tener igual la hija de un agricultor que la hija de un millonario, pero ni la hija de un agricultor ni la de un millonario, aunque ambas tengan inteligencia, sensibilidad y talento, pueden llegar a la excelencia sin un trabajo extenuante. La hija del millonario, eso sí, aparte del enorme esfuerzo para llegar a la excelencia se puede librar de tener que fregar escaleras, como María Bayo.

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No obstante, en la época en que estamos da la impresión de que la cultura se enfrenta no tanto al problema de que a las personas con talento en nuestra sociedad les resulte imposible desarrollarlo por falta de medios, sino que ahora que hay más medios lo que falla es más bien la cultura del esfuerzo para saber aprovecharlos. Nuestra sociedad regala el éxito a personas sin talento y sin excelencia. El problema de la excelencia es que por definición no es algo regalable. Probablemente nunca en ninguna otra época de la historia ha habido tantas personas aspirando a ser cantantes, compositoras o novelistas de éxito, sin embargo no da la impresión de que estemos en la época en que más y mejores compositores, cantantes o novelistas tenemos. Tenemos mucha más gente con éxito que con talento. Por eso urge volver a la excelencia y la cultura del esfuerzo. ¿O será que eso son cosas que empiezan a escasear justo cuando empieza a haber muchos recursos? He aquí el discurso íntegro de María Bayo, premio Cadenas de Navarra 2018.

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En primer lugar agradezco, muy sinceramente, a la Asociación Cultural DOBLE12 la concesión del Premio Cadenas de Navarra porque en nuestra tierra la palabra “cadenas” nos evoca heroicidades y conquistas. Y ha sido, precisamente, por ese matiz de cierta conquista de los principales teatros de ópera y salas de concierto del mundo, por los que he pasado cantando que los ilustres miembros de la asociación, creo, me han tomado en cuenta para otorgarme este premio.

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En segundo lugar, mi más cariñoso reconocimiento a los que me han precedido en este galardón. Un poeta y un periodista. Ambos, escritores, que elevan afortunadamente el nivel literario, periodístico y crítico, en una sociedad que, desafortunadamente, en algunos ámbitos educativos y artísticos, está disminuyendo de forma alarmante. Admiro la insobornable valentía de don Florencio Domínguez, y su trayectoria periodística. De don Víctor Manuel Arbeloa, tomo unos versos de su “Meditación de fin de año“, a modo de recuento de lo que una va haciendo:

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“He cantado los meses y sus breves cultivos
… atrapé cada día con sus frutos efímeros
y las horas forjaron lo que soy, lo que tengo”

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Las horas son, evidentemente, las horas de trabajo, de estudio, de dedicación absoluta a lo que me apasiona, el canto, la música.

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Vivimos unos tiempos raros. Todos dicen que son tiempos de cambio. Y, ciertamente, siempre las cosas cambian. Pero, por lo menos, para mi generación, el concepto de cambio ha sido y sigue siendo, cambiar a mejor. Y, yo creo que, en muchos aspectos, se está retrociendo. Por lo menos, en el mundo de la música, -y en el arte, en general- hay cierta “banalización“; hay una pérdida del sentido profundo de la creación, a favor de lo superficial, del omnipresente marketing, muchas veces alimentado por la exaltación de trivialidades; sin ahondar en la verdadera creación, en la que exige calidad, y pone, por encima de todo, el compromiso humanista del hecho artístico.

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Contra viento y marea, sólo unos pocos artistas bien formados, -entre los que quiero contarme- han conseguido mantenerse fieles a sus ideas. Esas ideas del trabajo bien hecho, bien ensayado, sin prisa, asimilando toda la tradición anterior y poniéndola al día a través de la interpretación propia. Vemos, a menudo, en algunos medios muy poderosos, dar pábulo, fama y mucho espacio, a lo que se consigue en cuatro días, que tiene un recorrido efímero y que según, entiendo, es todo lo contrario a la preparación de una carrera duradera y seria. Hoy se desdeña lo académico; entendiendo por académico una base preparatoria de años y una educación que hace referencia a una dedicación, a veces, extenuante, a unos estándares de excelencia, tanto en la propia enseñanza, como en la ejecución artística; a una cotidiana disciplina; y a una devoción hacia lo que han conseguido las generaciones anteriores. Para superarlas, o, por lo menos, para reinterpretarlas. Hay, en este sentido, cierta frivolidad al desdeñar a los que han marcado una excelsa pauta de interpretación en los diversos campos artísticos, y, más concretamente en los musicales, sustituyendo valores universales del arte, por otros más periféricos y superficiales. Pongo un ejemplo: el boom de los jóvenes directores de orquesta surgidos en los últimos años, -ciertamente magnífico en algunos casos-, en cierto modo, se está pasando, y las orquestas vuelven a mirar a directores de cierta madurez. Buscan a alguien que les inspire. Y, no lo digo yo, lo dice el director español Gustavo Jimeno, titular de las orquestas de Toronto y Luxemburgo. (El País, 11-11-18)

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Es justo reconocer que en toda España se ha hecho un gran esfuerzo por dotar a numerosas ciudades de infraestructuras culturales importantes en nuestras comunidades. Son espléndidas, las casas de cultura o el palacio de congresos, por poner ejemplos muy palpables. Pero a esas arquitecturas han de corresponder programaciones coherentes. Porque, estas prisas y abaratamientos del hecho artístico, está llegando, también a la gerencia de no pocas instituciones culturales. A veces nos interesa más la cantidad que la calidad; la rutina de las programaciones, que la búsqueda de nuevos repertorios. Y ello lleva a que, en ocasiones, los públicos no responden a esos hechos culturales.

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Si de algo puedo enorgullecerme es de haber vivido desde dentro, y muy intensamente, la explosión de la actividad artística en las décadas más recientes; con grandes producciones en nuestros teatros, que intentaron -y consiguieron- ponerse a la altura del resto de Europa después de muchos años de atraso. Algo que, ahora, parece retraerse, en cierto modo, con el declive de nuevas propuestas. Porque si algo cambió para bien en el mundo de la ópera -en el que yo más me he movido- fue la reinterpretación del “drama en música” en claves estéticas modernas. Las puestas en escena, bellísimamente rompedoras de “Diálogo de Carmelitas” de Poulenc; el “Peleas y Melisande” de Debussy; las reinterpretaciones estéticas de la ópera barroca, o del mismísimo Mozart, en los festivales de Salzsburgo; son algunos ejemplos de cómo avanzar en la modernidad, sin perder la tradición. Porque se parte de la verdad del compositor. Y, porque, sólo dominando los logros del pasado, y aportando toda el alma de nuestra parte, podemos avanzar hacia delante. sin asentar bien el pasado y su sabiduría, estamos condenados a un primitivismo eterno. Peligro que, sin duda, corren hoy día cantantes, músicos y programadores en aras de réditos inmediatos que no cristalizan en una cultura auténtica y duradera.

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Reivindico la exquisitez, el equilibrio, el cuidado, el buen gusto, la emoción, antes que los gestos excesivamente “virtuosísticos”, antes que los aderezos extraños -muy de eficacia mediática-, a la esencial interpretación. Es lo que trato de inculcar a los alumnos cuando me invitan a dar clases.

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No ha sido fácil abrirse camino, desde mi Fitero natal, hasta los grandes teatros de ópera de Europa y América. Tuve que aprender por el camino, con mucho sacrificio y esfuerzo, entre otras cosas, porque no teníamos a nadie, en nuestra comunidad, en época reciente, que nos mostrara el camino. Gayarre, Sarasate, incluso Fagoaga, el tenor wagneriano de Bera, ahora bien reivindicado, estaban muy lejanos y eran otros tiempos. Espero que mi andadura haya servido de ejemplo y al estupendo plantel de cantantes de nuestra tierra que se mueven por ahí, como Maite Beaumont, Sabina Puértolas y Raquel Andueza, que también están llevando el nombre de nuestra tierra por los distintos teatros nacionales e internacionales.

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Termino con otra cita de Arbeloa, en conversación con el personaje de Antonio Machado, Juan de Mairena:

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“pensar, soñar y cantar
para vivir sin cesar
bien vale la pena“.

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Muchas gracias a todos.

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