Vox: análisis clínico

Uno de los aspectos que más me llama la atención de lo ocurrido en estos días, en esta eclosión cuasi repentina de Vox en las conversaciones, es la vivencia del fenómeno, el ambiente emocional que se percibe. Escribió Gilbert K. Chesterton en un artículo titulado “La historia de una verdad incompleta” lo siguiente: “mi actitud nació esencialmente de mi rebeldía contra aquella atmósfera de pesimismo, y como buen rebelde, era reaccionario; es decir, que en lo esencial me limitaba a reaccionar contra algo” (Por qué soy católico, ed. El buey mudo, p. 60). Interpreto que el gran escritor inglés era consciente de que nada de nuestras intenciones es puro. El mundo de las motivaciones es insondable como el universo, aunque no por ello menos observable y medible hasta donde nuestra realidad se deja. Y sí, es cierto, nuestras intenciones, esencialmente, no son puras: ni las de la izquierda ni las de la derecha. Pero no del todo impuras.

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Volviendo a la actualidad, creo no equivocarme si digo que la sensación que se ha transmitido tras la entrada triunfal de Vox en la vida parlamentaria andaluza es de alegría, una natural y espontánea alegría. El que aquí firma ha pecado de pesado más de una vez. Pero defiendo mi dosis de realidad. El simple hecho de vislumbrar que la derecha puede aparecer sin complejos en la escena política, se ha recibido como si nos hubiéramos quitado una costra grande y con la que pretendían nos acostumbráramos a vivir.

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Recuerdo que en 4º de E.G.B., por las tardes, jugábamos al fútbol toda la clase. Pero los equipos eran desiguales: si en un equipo estábamos doce jugadores, en el otro estaban veintinueve. Evidentemente, nos ganaban siempre. Yo estaba con los doce y les juro que salía a jugar cada día con muchos propósitos de ganar, pero terminaba con esa frustración de la injusticia: era imposible ganar en esas condiciones. Y, peor, era muy injusto que nadie propusiera equilibrar los equipos. A los diez años se puede entender muy bien qué es la injusticia y cómo algunos se acomodan a ella.

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En España se ha vivido democráticamente el soplo de aire de una ventana que se abre. Vox no ha sido la creación de platós televisivos. A Vox no lo ha inflado ningún partido político pensando que así provocarían el voto del miedo. A Vox no lo ha financiado ninguna dictadura. Vox pasó una travesía por el desierto y no tenía nada que hacer, según algunos; para muchos ni siquiera existía. Aún me cuesta creer que hace pocos meses yo hablaba con mucha gente que a lo más algo le sonaba las siglas; con mucha otra gente que no tenía idea alguna del partido, qué les diré del nombre de Santiago Abascal: nada de nada. Y ayer, al entrar en clase, escuché a mis alumnos que hablaban de las elecciones andaluzas, los alumnos, a los que jamás les había escuchado una palaba de política.

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En Navarra Vox pasó de treinta y seis afiliados que había en verano a casi los cien antes de las elecciones andaluzas; desde el día 3 de diciembre las afiliaciones no cesan. El partido se acercará a la segunda centena en breve, auguro. En resumidas cuentas, Andalucía ha demostrado con hechos reales que el voto a Vox ya no es tirar el voto, que son muchos más de lo que se quería hacer ver; que, incluso, un pueblo puede pasar de ser de izquierdas a ser de derechas, así, de golpe. Porque algunos políticos no se terminan de creer que la sociedad no es el partido. Todo lo cual actualiza el consejo de Santa Teresa de que “la paciencia todo lo alcanza”.

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Y esa alegría, insisto, nos saca lo mejor de nosotros mismos. Es cierto, nadie está libre de intenciones impuras. Pero había algo bueno, muy bueno, en la apuesta por un cambio, por un enfrentamiento a lo políticamente correcto, por dar un paso sin complejos. Y las reacciones alarmadas de casi todos los medios de comunicación, en manos de una casta que se agarra al remoquete de “ultraderecha” como a un clavo ardiendo, no hace sino demostrar que en España hemos tenido demasiados años de adoctrinamiento progre. La inexperiencia de todos esos líderes regionales que se acercan al micrófono de un mitin no se percibe como un defecto, sino como un ejercicio de autenticidad. Vox no es un partido de políticos resabiados. La pijería en Vox sólo es parcial, porque hay de todo, y esa mezcla de gentes normales caracteriza a Vox. La pijería ahora puebla España de izquierda a derecha, y es algo así como la nobleza en el siglo XIX, que todos los burgueses la codiciaban. Un chalet con césped y piscina es muy tentador, pero en España todavía hay gente que se conforma con su piso.

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Un apunte, por último, al remoquete de “fascistas”. Es evidente que con ese título, que ni siquiera se puede aplicar objetivamente al franquismo, se pretende relacionar a Vox con esa nebulosa donde se mezcla la irracionalidad, la deshumanización y, en último término, la Alemania de Hitler. Tanto identificar al PP con Franco, ahora eso se queda pequeño para Vox, y hay que echar mano de la sal gruesa. Allá ellos: están haciendo el ridículo y el tiempo lo rebelará. Por lo pronto, Vox ha obtenido doce escaños en Andalucía con el único apoyo moral de sus afiliados, tras una travesía por el desierto. Viva la alegría y olé.

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Javier Horno

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