Sátira contra la hipocresía

Como sabrá el lector, a un poeta satírico le han condenado por ofensas machistas a la diputada Irene Montero, la misma que hace no mucho defendía la libertad de expresión de un rapero mallorquí que amenazaba de muerte, así tal cual, con horrible sinceridad, a quienes no eran de su cuerda. El breve poema sugiere que la diputada Montero fue enviada al gallinero del Congreso de los Diputados “por una inquieta bragueta”, refiriéndose inequívocamente a su entonces expareja, don Pablo Iglesias.

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Doña Irene, suponemos, ofendida, habrá sido quien demandó al poeta: suponemos. Por lo pronto la cae una indemnización de 70.000 euros. No está mal. Irene Montero, recordemos, es de Podemos, del mismo partido de la colega que gritó a los feligreses de la capilla de la Universidad Complutense “Arderéis como en el treinta y seis”. El mismo partido que quiere despenalizar las injurias a la Bandera y a la Corona. Y el mismo partido que, por supuesto, subrayemos, apoyó la libertad de expresión del rapero junto a Irene Montero.

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Un poeta anónimo me ha enviado estos versos en respuesta a lo sucedido. Es lógico que el poeta quiera ser anónimo: cualquiera se atreve a chistar a esta gente.

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Cuentan que en España había

unos tipos de cuidado,

que cuando les convenía

te llevaban al juzgado,

y por el mismo pecado

(la libertad de expresión)

si iba en su contra el balón

pedían pitar la falta,

mostrando su indignación

con la cabeza bien alta.

Pues a un rapero, la ley,

por loar el terrorismo

(que al que no era de su grey

lo “fusilaba” allí mismo)

lo condenó al ostracismo;

aunque hablaran de explosivos

sus versos no eran lesivos.

¡Los aludidos, señores,

no merecen estar vivos,

que son seres inferiores!

El rapero, un mallorquí

que era un bruto de cuidado

-no era cuestión baladí-

salió bien escarmentado

y a la trena fue enviado.

Como estos tipos, a veces,

quieren controlar los jueces

y llevarlos a su pista,

consideraron memeces

las loas de terrorista.

¡Y a la palestra, indignado,

este gentío salió

diciendo haber conculcado

la sentencia… qué sé yo!

¡Que la casta así coartó

la libertad de expresión!

Deduzco yo a colación:

la libertad no es completa

si en medio de la canción

falta el grito “Gora Eta”.

Leamos el otro poema

y dejemos la ironía.

Analicemos el tema

como aprendimos un día

(allá, cuando se leía):

el sujeto criticado

no es ella, es el diputado

aquí apodado “el coleta”,

que, si lees con cuidado,

es dueño de la “bragueta”.

Que cuando dice “bragueta”

permítame, señor juez,

no se refiere el poeta

a doña Irene, par diez.

¡Lea el poema otra vez!

Sin apodos, es don Pablo

a quien lanzaba el venablo,

y lo hizo de este arte:

nombrándole (sé de qué hablo)

tan sólo por una parte.

(La bragueta, en realidad,

no llega ni a metonimia,

y si piensa en libertad

verá que es cosa muy nimia

para parte tan eximia.

Abierta quita el honor;

cerrarla mal es peor;

y, si usted no me empapela,

la bragueta es, en rigor,

tan sólo un trozo de tela.)

Sea metonimia o no,

lo que desde luego es obvio

(y según lo entiendo yo)

es que “bragueta” es oprobio,

mas dirigido aquí al novio.

Y que si fuera verdad

mostrara la calidad

de un comprometido artista

que apunta la iniquidad

de un político machista.

¿Es un don Juan? ¡Qui lo sa!

Eso nunca lo sabremos,

que yendo el país como va,

gobernando los extremos,

acabamos en Podemos.

Pero sí sé, Su Excelencia,

que con esta gran sentencia

los dos se van tan felices

a su mansión. Con su anuencia:

qué hipócritas de narices.

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Javier Horno

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