Vayamos al grano. Algunos dicen que ir a Alsasua es una provocación. Después de decir eso, el guindo ha debido quedarse muy descargado. Es evidente que en Alsasua no te reciben con los brazos abiertos si vas a apoyar a la guardia civil. Seguramente habrá algún lugareño que abriría sus brazos, pero temen que otros vecinos se los corten.
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Tampoco hay que pararse mucho en describir la realidad de Alsasua, de todos sabida. Pero sobre el por qué hay que ir, la respuesta es a nada: sólo por eso hay ya vale la pena ir. A la periodista de ETB que le sermoneaba a Javier Ortega, como lo más normal del mundillo, advirtiéndole que en Alsasua no era bien recibido, no se le cae la cara de la vergüenza porque no la tiene. No la tienen ninguno de ellos. Justifican, al fin y al cabo, que aquello sea una provocación. No aceptan que un estado democrático tiene el monopolio de la fuerza y que esta hay que usarla cuando un pueblo está tomado por la ley del más fuerte, que es lo que está pasando en Alsasua.
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Para ir a Alsasua hace falta caer como en paracaídas -no hay otro medio-, pero hace falta hacerlo. O darlo por perdido. Piensen por un momento que la semana que viene hay otro acto similar en Alsasua. Y la que viene. Piensen, por un momento, que todos y cada una de los grupos radicales y filoterroristas que ahora reciben dinero público gracias al Gobierno de Navarra, empezando por el partido de Bildu, perdieran la fuerza de sus infraestructuras que es, no lo olvidemos, principalmente económica. Alsasua es la expresión popular de lo que ocurre cuando al nacionalismo no se le hace frente con toda la fuerza de la ley. Quítenle los bigotes y la boina al Carnicero de Mondragón y pónganlo en medio de un desfile de las Fuerzas Armadas. Nada es lo que parece.
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El acto cívico de Alsasua mostró, por otra parte, las luces y las sombras de este momento. ¿Hay derecho a organizar una manifestación en esas condiciones? ¿Hay derecho a tener que aguantar las amenazas verbales (y lanzamientos de mecheros a Albert Rivera) de cientos de congregados? En la Delegación del Gobierno me dicen que no tenían comunicada ninguna concentración más. ¿Por qué no se disolvió? Porque no hay voluntad de hacerlo. Porque, simple y llanamente, se les tiene miedo.
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En las conversaciones casuales de cada día he escuchado cosas realmente hirientes de parte de quienes, incluso, ni siquiera se sienten nacionalistas. He llegado a escuchar que uno de los guardias civiles al que le pegaron una paliza era un provocador. He llegado a escuchar que aquí no hay problemas con la libertad de expresión. He llegado a escuchar que Vox es un partido ultraderechista, y, en cambio, en Podemos, que entra en Alsasua como Pedro por su casa, a lo más, están un poco pirados; y que Ciudadanos se está haciendo ultra.
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Hay momentos en que el diálogo es imposible, y diría que tampoco es posible con quienes quieren contemporizar. Sobre esto del diálogo hay mucha hipocresía, como si siempre hubiera que hablar las cosas. No hay más que ver los juzgados para darse cuenta de la imposibilidad de diálogo entre seres humanos, incluso cuando son padres de los mismos hijos. En Alsasua la ley entra con pinzas, escoltada y a ratos. Lo demás, que es el día a día, es una cárcel de terror. Hemos subestimado al enemigo de la democracia, que no es otro que el nacionalismo y la ETA, en sus múltiples siglas. Pero también nos hemos creído que son gigantes que no tienen un talón de Aquiles.
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Tendemos a pensar que los veinteañeros son unos inconscientes, y en parte lo pensamos con razón. Hoy todo el mundo madura más tarde, pero si a eso le añades el odio que la generación de mayo del 68 ha cargado en tu mochila escolar, lo que sale ahí es carne de cañón. En su entorno, hay una poderosa estructura activa y una dejación por parte de la clase política. Lo ocurrido en Alsasua también es el fruto de que en Navarra no haya habido jamás una inspección educativa; de que no haya un plan nacional en los medios de comunicación para contrarrestar el odio inoculado; lo ocurrido en Alsasua tiene que ver con la manipulación de la ETB, la de Gara, la del Diario de Noticias y la de todas y cada una de las manifestaciones en que se hace apología de la banda del Carnicero. Alsasua es un pueblo tomado por el terrorismo, simple y llanamente. Y los nacionalistas que dicen llamarse “moderados” están muy cómodos con ese vendaval.
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Por todo ello, la manifestación de Alsasua fue un éxito y también la ocasión perdida de mostrar que hay algo más importante que los intereses partidistas. En esa plaza estaba José Antonio Ortega Lara, entre otros miembros de Vox. No vi a nadie de ningún partido político que se acercara a saludarlo. ¿Lo hubieran saludado si no se hubiera afiliado a Vox? Seguro que sí. Pero Ortega Lara ha cometido el grave pecado de apostar por un partido democrático, constitucionalista, no nacionalista y de derechas. Ya no vale para hacerse la foto. No hubo un gesto, un acuerdo previo para que las formaciones políticas que allí estaban (Ciudadanos, Partido Popular y Vox -muy lamentable la ausencia de UPN) se saludaran. Y entiendo que hubiera sido un gesto de enorme consolación para los votantes de los partidos constitucionalistas. Pero los anfitriones no lo vieron así.
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Y no dejaré de decir que hay que estarles agradecidos de que celebraran ese acto. Pero no podemos ser ingenuos. Albert Rivera, que hizo un buen discurso, y cuya valentía en Cataluña siempre me ha parecido ejemplar, dijo una tontería mayúscula con eso de que estaba dispuesto a hablar con los que nos tiran mecheros, pero no a permitir que nos tiren mecheros. Tengo aprendido que al que tira mecheros déjale claro que no vas a hablar y que lo que vas a hacer es impedirle que te tire mecheros. Si no, te los tirará. Al final siempre estamos en lo mismo. Creo que hay aquí un cristianismo mal entendido, que ha confundido la otra mejilla de la que hablaba Jesucristo con ser gilipollas. Se ha leído el pacifismo al que Cristo llama a cada uno, olvidando que Cristo llama personal, individual e intransferiblemente a cada uno, y que no está promulgando una especie de imposibilidad normativa de defenderse y defender el estado de derecho. Cuando Rivera dice eso de los mecheros, como buen catalán (que no estudiaron religión) hace una lectura atea de ese pseudocristianismo: cuando guardéis las piedras hablamos. Y la frase, mientras te están tirando piedras, mecheros o rábanos, tiene algo de patético.
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El camino de los constitucionalistas va a ser duro: las piedras están en terreno, se supone, amigo. La imagen de la firmeza no está de moda. Claro que la moda puede cambiar, de la noche a la mañana, quién sabe. Los gritos se desinflan mucho antes que las convicciones.
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Javier Horno