En medio del debate sobre la ampliación del Sadar, el coste multimillonario que tendría, las cinco reformas que tenemos sobre la mesa y las fórmulas para pagarlo, ha aflorado el dato de que, como promedio, la asistencia de público al Sadar es de 13.574 personas por partido.
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Obviamente este dato contrasta con las distintas ofertas de ampliación que, aparte de su coste en torno a los 17 millones de euros que Osasuna no tiene y el contribuyente (que ya tiene un estadio que no quiere) tendría que avalar, alcanzan los 26.000 espectadores. ¿Para qué construir un estadio con 26.000 plazas si sólo se están llenando 13.000? ¿Para las grandes ocasiones? ¿Para ofrecer habitualmente la imagen de un estadio medio vacío?
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En defensa de la ampliación, no obstante, la directiva de Osasuna alega que, aunque vacíos, los asientos están pagados y hay más de 15.000 socios. De todos modos, si con 15.000 socios y un estadio de 18.000 asientos sólo se llenan 13.000 asientos, cabría pensar que harían falta casi 30.000 socios para llenar un estadio de 26.000 asientos.
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Naturalmente todo esto no nos preocuparía en absoluto y sería cosa de Osasuna y sus socios si todo esto se fuera a pagar con el dinero de los socios de Osasuna, pero es de temer que esto no vaya a ser así en absoluto. Si ya tenemos problemas para que nos paguen los 24 millones que vale el estadio actual, como para ser optimistas de cara a que nos paguen un estadio que, tras reformarlo, costaría 24+17. Lo malo de la situación es que aquí por un lado hay una mayoría de navarros preocupados por cobrar los 24 millones que tienen empantanados en un estadio en vez de en hospitales y colegios, y un grupo de 15.000 navarros preocupados por elegir el color del nuevo estadio. A primera vista, ¿quién da la impresión de que sufre malestar o presión? ¿El acreedor o el deudor?
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