¿Elecciones ya?

Este pasado fin de semana, ha habido considerables clamores a favor de un adelanto de Elecciones Generales. Mejor dicho, ese ha sido un mensaje adicional de la manifestación del sábado contra el Impuesto de Sucesiones en la madrileña Plaza de Colón y en el mitin de VOX celebrado ayer en el Palacio de Vistalegre y considerado como un “test de fuerza de partido”.

El motivo es totalmente comprensible: el Palacio de la Moncloa está al mando de un “okupa”, políticamente hablando. El izquierdista Pedro Sánchez no contó con el respaldo ni siquiera de una mayoría relativa de españoles el pasado 26 de junio de 2016 (menos de un 25%) y en algunos feudos socialistas el PP fue el más votado si no se quedó a pocos votos de conseguirlo.

De hecho, la suma de votos obtenidos por PP y C’s fue de un 46’08% frente a PSOE y PODEMOS, que obtuvieron más de dos puntos por debajo. En cuanto a escaños ocurre lo mismo; simplemente, los nacionalistas periféricos fueron quienes hicieron posible la reedición de la fórmula del Frente Popular en 2018.

Así pues, no me parece nada justo que España esté al mando de algo que no ha avalado la mayoría de ciudadanos. No obstante, la crítica y la reflexión no deben de limitarse únicamente a esos aspectos. Pero no solo por extensión de análisis, sino en la consecución de lo más conveniente para nuestro país.

La ley electoral allanó el camino

Como todos sabemos, a diferencia de Estados Unidos y Francia, los ciudadanos no eligen directamente a quien vaya a asumir el mando del gobierno de su país. Una vez celebradas las elecciones legislativas, son los grupos parlamentarios quienes deciden quién será el próximo presidente.

Recordemos que si no llega a ser por la abstención del PSOE, algo posible gracias a que la gestora del partido estaba a manos de Javier Fernández, presidente asturiano e izquierdista moderado, el Frente Popular habría tomado el poder con dos años de antelación. Pero los movimientos del sector susanista y de la “vieja guardia” truncaron estos planes.

Y como podemos corroborar, en 2018, dos años después, Sánchez consiguió lo que deseaba: alcanzar el poder con la ayuda de la extrema izquierda y de los nacionalistas periféricos, en una moción de censura exprés y realmente injustificada. Aunque tendrían todo preparado y estarían esperando el momento más oportuno para “desbancar” a Mariano Rajoy.

No deja de ser menos preocupante la amenaza para la libertad

Dejando a un lado las cuestiones electorales, hay algo muchísimo más alarmante, en lo que se traduce la acción y programática política del actual gobierno, en base a quienes lo componen y e hicieron realidad: todos ellos enemigos tanto de la Nación Española como de la libertad de mercado e individual.

Todo de tal forma que el izquierdismo que caracterizaba al progresista y socialdemócrata ejecutivo de Mariano Rajoy y Sáenz de Santamaría (subidas fiscales y de gasto, abortismo, multiculturalismo, promoción de la ideología de género, burocratismo, etc.), que también hizo cesiones a separatistas y traicionó a las víctimas del terrorismo, se ha reforzado.

Sin duda, el actual gobierno es peor que el anterior, cuyo responsable pudo haber evitado la formación de este (no quiso bloquear la moción de censura con una dimisión de última hora Rajoy, quien se dedicó a despreciar continuamente a las bases centro-derechistas, consolidando la hegemonía izquierdista). Es más, tiene ciertos tics totalitarios.

Están dispuestos a atentar contra la separación de poderes anulando el contrapeso del Senado, donde hay mayoría absoluta del PP; Sánchez dijo ir a hacer lo que quisiera «en la Cámara» y amedrentó a medios críticos hace poco; y Carmen Calvo, la actual vicepresidenta, dijo que la libertad de expresión “no lo resiste todo, no lo acoge todo”.

Además, no es solo que no quieran convocar elecciones antes del año 2020. Recientemente, esa misma que en tiempos dijo que el dinero público no era de nadie declaró no pensar en convocar elecciones hasta considerar que se hayan producido los cambios que vinieron a hacer. Pero, ¿hasta cuándo? ¿Hasta dentro de cuatro años? ¿De ocho? ¿De dos décadas?

Dejar hacer no es simplemente dejar votar

Contando con las correspondientes contribuciones de esta coalición social-comunista, España tiene un Estado bastante hipertrofiado y una sociedad civil con apenas margen de maniobra. No hay libertad de elección de servicios, la mitad de nuestras ganancias pasan a las arcas estatales, se vulnera la libertad de conciencia, la propiedad privada está sujeta a una “función social”,…

Así pues, no dejaría de ser conveniente que la sociedad civil se movilizara en defensa de la libertad y la subsidiariedad, tratando de influir tanto en el debate político como sociológico, aparte de reivindicar una pronta puesta de fin a este gobierno frentepopulista. Hay que hacerlo en la calle, en los medios y en Internet.

Se trata de que los individuos, las familias y otros cuerpos intermedios (entre estos, está la Iglesia, mal que le pese los admiradores de la planificación) recuperen la libertad y autonomía que progresivamente nos ha ido alienando un ente cuya existencia es bastante problemática. Eso sí, no olvidemos defender la dignidad humana y los valores católicos.

Y bueno, hablando de elecciones, no solo hemos de ser conscientes de que la democracia siempre es una vía de ascenso para los enemigos de la libertad (y ha posibilitado la entrada de totalitarios comunistas en los parlamentos nacional y autonómicos, y en buena parte de las corporaciones municipales).

Conviene exigir una reforma de la ley electoral que beneficie al ciudadano de a pie frente a las partitocracias y otros intereses. Esta debería incorporar el sistema de elección presidencial y el sistema de circunscripción uninominal, del diputado de distrito (así el representante no deberá rendir cuentas al jefe del partido, sino única y exclusivamente a sus votantes).

En cualquier caso, una vez dicho todo esto, aparte de convocarse elecciones, debemos de tener claro de que es el momento de luchar por las libertades de una manera absolutamente aguerrida e incansable. Pero no lo haremos por utilitarismo, sino por convicción moral. «Laissez faire, laissez passer, le monde va de lui même».

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