Hace menos de dos semanas se publicaba la noticia, que en principio pudiera haber parecido sorprendente, de que las enfermedades de transmisión sexual (ETS) habían crecido un 40% entre 2016 y 2017, y que no se trata de un hecho puntual sino de una tendencia que se mantiene.
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Con ocasión de aquella noticia reflexionábamos sobre el fracaso de las políticas centradas en la mera información sobre un listado de métodos anticonceptivos con un trasfondo ideológico puramente hedonista y cosificador de la sexualidad. Sin duda hay alguna explicación para que las ETS se disparen entre los jóvenes, pero desde luego no el silencio sobre el sexo y la falta de información sobre el condón, cuando por el contrario la juventud se encuentra sometida a un auténtico bombardeo en ese sentido. En realidad, la pregunta era si el aumento de las ETS no se producía pese a ese bombardeo sino precisamente a causa de ese bombardeo. Decíamos que la política actual consiste un poco en algo así como en repartir armas a los chavales, animarles a disfrutarlas y ofrecerles al mismo tiempo chalecos antibalas para evitar accidentes. ¿En serio sería sorprendente que cada vez hubiera más accidentes? ¿Realmente se arreglaría el problema repartiendo más chalecos?
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Hablando de la seguridad de esos chalecos, podríamos preguntarnos también si alguien se lee los prospectos de los condones, no ya los usuarios sino aquellos que, por su posición en la administración, la vida pública o los medios de comunicación, secundan políticas para combatir las ETS o los embarazos no deseados basadas casi exclusivamente en el uso del condón.
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A este respecto, si alguien tiene la curiosidad de consultar uno de esos prospectos, en primer lugar se encontrará con que la letra puede ser pequeña, pero que muy pequeña. Hace también unos días se publicaba la noticia de que un juzgado anulaba la deuda de un cliente con su banco porque la letra del contrato no llegaba a los 1,5 milímetros, tamaño mínimo que establece la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios. ¿Hay alguna razón para pensar que los pecadores tienen mejor vista que quienes le piden un préstamo al banco?
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Entrando ya en lo que dice la letra pequeña, lo que nos encontramos es con la siguiente advertencia: “Ningún método anticonceptivo puede proporcionar 100% de protección frente al embarazo o la transmisión del VIH y otras ETS”.
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El prospecto no detalla cuál es el porcentaje de protección que ofrece el preservativo, por lo que hay que buscar ese dato en fuentes externas. Por ejemplo, en la web de Sanitas encontramos que la eficacia es de un 98% “si se utilizan siguiendo las instrucciones del fabricante”.
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Hemos de asumir por tanto que si no se usa correctamente, el porcentaje de fallo es mayor, pero que incluso usándolo perfectamente el porcentaje de fallo ronda el 2%. Puede parecer un porcentaje pequeño, para alguien que no utilice 100 veces en su vida un preservativo.
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El debate sobre el preservativo podría llevarnos mucho más lejos, pero como mínimo nos encontramos con que quienes ponen el preservativo en el centro de las políticas de educación sexual al menos deberían informar de que no se trata de un método 100% seguro, ni siquiera utilizándolo en condiciones ideales y de un modo perfecto. De hecho es bastante inseguro. ¿O alguien calificaría de seguro tener 1 accidente cada 50 veces que se cogiera el coche? Y si no es tan seguro, lo mínimo que merece la gente es saberlo.
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