No es una noticia actual sino que data al menos de hace dos años, pero algún medio ha recuperado la información de una mujer noruega que dice ser una gata encerrada en el cuerpo de una humana, y reclama que se le reconozca como trans-especie, superando la ridícula barrera binaria antropocéntrica que divide a los seres vivos entre humanos y no humanos. La noticia podía no sólo ser pasada sino inventada (aunque parece que es cierta), que lo mismo daría a efectos dialécticos. Por alguna extraña razón, no se puede discutir si los niños tienen pilila y las niñas vulva, pero no se puede tomar en serio que no todos los gatos tengan cola y bigote. Para los animalistas, respecto a los que la frontera entre humanos y animales (y sus derechos) es difusa, la hipótesis tiene sustancia. La mujer noruega, por otro lado, alega en defensa de su tesis que ve mejor que otros humanos en la oscuridad, no le gusta bañarse y suele quedarse dormida en el alfeizar de su ventana, pero sobre todo: se siente gata. ¿No decíamos que la realidad objetiva no existe o no es relevante y que lo importante es lo que uno se siente?
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Resulta paradójico que nos pueda sorprender el caso de una noruega trans-especie cuando Tinder, la aplicación más popular de ligoteo, ofrece más de una veintena de opciones para definir la identidad de género de los usuarios registrados, incluyendo andrógino, bigénero, género fluido, género variante, género no conforme, género neutro, transgénero, hombre trans, mujer trans, persona-trans, pangénero… e incluso “dos espíritus” (sólo dos, de momento). Ya ven, y se cree Arturo Pérez Reverte que la RAE tiene un problema ya sólo con lo del nosotras y nosotros y el lenguaje no inclusivo.
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Googleando para redactar esta información, nos hemos encontrado casualmente otra noticia de hace poco más de una año, según la cual una madre se convirtió en padre después de que su hijo se convirtiera en hija. La ahora padre relata al respecto que “mi marido fue comprensivo en todo. De hecho, nuestra relación ahora es más fuerte y mejor que en los diez años que llevamos juntos”. ¿En serio no estamos preparados para aceptar que Nano no es una chica sino un gato? Es más, probablemente estamos sólo ante la punta del iceberg y sean miles los gatos, perros y ornitorrincos encerrados en cuerpos humanos. ¿O vamos a pensar que esta chica tiene un problema en vez de reconocer que el problema lo tenemos nosotros por ser unos fascistas?
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¿Y si reconocer sus pretensiones no es hacerle un favor ni ser bueno consiste en darle la razón?
Desde luego no se puede trivializar el dolor real que para muchas personas representan todos estos asuntos, empezando probablemente por la propia mujer-gato. Lo que no obstante no podemos dejar de cuestionar es si la solución es redefinir la realidad partiendo de la base de que la diferenciación entre humanos y gatos está llena de prejuicios culturales y que, en todo caso, para esa redefinición, tenemos que partir de la premisa indiscutible de que la chica noruega efectivamente es un gato. O lo que se sienta cada uno.
Un comentario
¿Y si de repente dejas de sentirte gato y empiezas a sentirte merluzo?