El tema de la secesión está bastante a la orden del día en España: existe una amenaza a la libertad no ya por meras reclamaciones de autodeterminación o independencia política, sino por el corte totalitario y nacionalista (incluso expansionista) de ciertos movimientos periféricos como el gallego, el vasco y el catalán. No obstante, no hablaremos de nada relacionado con España.
Al otro lado del «charco», en los Estados Unidos, que resultaron de la consolidación de un ente soberano independiente de la corona británica, para buscar mayor libertad civil y de mercado, la cuestión secesionista ha definido buena parte de su historia, pero no solo a la hora de la formación de esto país, sino también a un nivel más interno.
Hubo una Guerra de Secesión desde 1861 hasta 1865, en la que la Unión lincolniana se enfrentó al ejército de los Estados Confederados de América (casi todo el sur estadounidense). Sí, algo respecto a lo cual no está tan claro que Abraham Lincoln se preocupara más por la lacra de la esclavitud que por reforzar el centralismo, minando la autonomía e independencia de la también llamada Dixie.
Ahora bien, en la actualidad sigue habiendo movimientos secesionistas, liderados, con la excepción del californiano, por sectores conservadores y libertarios de derecha. Entre ellos tenemos el texano y el neocaliforniano, al que se suman otros nuevos como el de la mitad Este del Estado de Washington, en el cual están las dependencias de la empresa multinacional informática Microsoft.
En 2012, año en el que la versión norteamericana del ex presidente Rodríguez Zapatero fue reelegida para seguir al frente de la Casa Blanca, se creó una petición online liderada por el ex marine Micah Hurd para que se garantizara la plena independencia política del Estado de Texas, que casualmente tuvo un contexto histórico basado en un país independiente desde 1836 a 1845.
Ahora bien, lo que fomentó esa reacción fue el corte progresista y socialdemócrata de las políticas de Obama, que preocupaban a un territorio con la economía más libre y próspera de Norteamérica, aparte de ser un referente en cuanto a protección del no nacido y la familia. La sociología texana es abrumadoramente conservadora, pero mucho más antiestatista que la polaca.
Eso sí, a pesar de que la llegada de Trump ha calmado las aguas revueltas por ciertos lares del sur estadounidense, según los sondeos, más de la mitad del electorado republicano defiende la secesión, mientras que alrededor de un tercio de votantes demócratas estarían a favor de que su Estado fuera un país totalmente independiente.
Mientras, en California, «paraíso progre» estadounidense y víctima del lastre que supone el férreo intervencionismo económico, hay una corriente secesionista de derechas que busca consolidar el Estado de Nueva California, que abarcaría buena parte del territorio al que actualmente pertenece, con la salvedad de la mayoría de zonas costeras, grosso modo.
Esto último podría equipararse al movimiento tabarnés, que busca consolidar la independencia de dos provincias catalanas con un respaldo mayor hacia la continuidad como parte de España, y liberarse del secuestro nacional-catalanista, de una élite golpista y liberticida que está al frente de la Generalidad de Cataluña. Pero no vamos a centrarnos en el tema catalán.
Resulta que, según un reciente sondeo elaborado por Zogby Strategies, alrededor del 70 por ciento de votantes estadounidenses estaría de acuerdo con alguna clase de consulta secesionista en sus respectivos Estados. Del mismo modo, cuatro de cada diez estadounidenses creen que cada Estado es responsable de decidir cuál será su futuro.
Así pues, visto lo visto, igual la cuestión secesionista acaba siendo un tema principal de la actualidad estadounidense. Por lado, se esté o no de acuerdo con la mera idea de secesión con los movimientos en sí, lo que parece estar claro es que a diferencia de los prusesistas, los peneuvistas y los abertzales, por lo menos, texanos, washingtonianos orientales y neocalifornianos defenderían una mayor cota libertad.