A través de su última versión del informe World Economic Outlook («Perspectiva Económica Mundial» en inglés), el Fondo Monetario Internacional, uno de los entes globalistas que existen y que nos afectaa a día de hoy, ha advertido de que las «tensiones comerciales» podrían suponer un obstáculo para el crecimiento global.
Atribuyen un aumento de las mismas a casos como los decretos arancelarios fijados por el mandatario estadounidense Donald Trump, a la probable futura salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE) y a la posible fragmentación de lo estipulado en el NAFTA, que por sus siglas en inglés, responde al tratado comercial multilateral norteamericano.
Sin embargo, parece ser que las atribuciones de causas solo se dan a hechos que resultan preocupantes al establishment globalista. Trump es molesto para ciertas élites mientras que el Brexit viene a ser la pérdida de un socio importante, con bastante peso estratégico, para la UE (bueno, para la Unión de Repúblicas Socialistas Europeas más bien).
Cuando Barack Obama imponía aranceles, liderando el ranking del G-20, entre 2008 y 2016, como recuerda el economista Daniel Lacalle, nadie rechistaba. Lo mismo ante los miles impuestos por la burocracia bruselense, también artífice de una política agraria subvencionadora y reguladora que no solo lastra la innovación de la agricultura europea, sino que impide que el Tercer Mundo pueda prosperar.
También olvidan muchos que el proteccionismo se da también cuando se restringe la libertad de horarios comerciales y cuando se libran persecuciones administrativas contra los servicios de «economía colaborativa». A costa de la libertad de los consumidores, se favorece a ciertos gremios al intentar proteger sus sectores de la competencia. Aunque este no es el caso, sino la manipulación mediática.
Cada vez que se cuestiona un tratado comercial bilateral, saltan las alarmas, cuando buena parte de estos se basan simplemente en la armonización de aranceles, regulaciones y otras medidas, aparte de servir a ciertos lobbies y gremialistas. El no aprobado TTIP y el CETA son ejemplos de ello bastante considerables.
Ahora bien, si bien comprendemos que en realidad Donald Trump defiende el libre comercio, desaconsejamos la participación en «guerras comerciales» al mismo tiempo que criticamos la hipocresía de la élite globalista y el mainstream media. Coincidimos con el intelectual Lew Rockwell en lo siguiente:
El punto total del libre comercio es que el sector privado (productores y consumidores) deben tener relaciones comerciales pacíficas y voluntarias con el mundo, [y el gobierno] no tiene nada que decir al respecto.
Es más, para ir finalizando, insistimos en que no hay nada más pacífico y justo que una declaración unilateral de liberalización comercial para todos los países. Tanto por eficiencia como por moral, nos oponemos a cualquier clase de arancel, regulación o medida de armonización. Y para nuestras reivindicaciones no son necesarios los acuerdos bilaterales, que no son «real free trade«.