Badostáin reabre el debate sobre la “normalidad” de la prostitución.

La clave del debate es determinar si la prostitución es una forma de esclavitud y de violencia sexual contra las mujeres. Algo que no podría aceptarse, por tanto, ni aunque hipotéticamente se ejerciera de manera voluntaria. Como no podría aceptarse que alguien se vendiera voluntariamente como esclavo o traficara con sus propio órganos. Nos encontramos por tanto ante un debate que incluye conceptos como moralidad, dignidad o libertad, términos políticamente incorrectos en nuestro tiempo.

El problema se ha planteado recientemente tan cerca como en Badostáin, pero también ha sido analizado en un interesante artículo de El País a cuenta de unas polémicas fotos publicadas en este diario sobre la prostitución en Barcelona.

¿Qué hacer?

¿Prohibir la prostitución? ¿Regularla? ¿Castigar al cliente? ¿Sancionar a los que consuman sexo si la mujer es víctima de trata? ¿Impedir que estén en la calle por los problemas que ocasionan a los vecinos? ¿Fomentar la apertura de burdeles? ¿Hacer más barrios chinos? Estas son algunas de las alternativas propuestas por el diario del grupo PRISA.

El fracaso de la legalización.

Allí donde se ha intentado, la legalización no parte del supuesto de que la prostitución sea aceptable, sino de que no existe manera de erradicarla, por lo que se ha intentado al menos regularla. Conceptualmente, sin embargo, llama la atención que nadie se haya hecho esta misma reflexión proponiendo regular la violencia o la corrupción ante la evidente imposibilidad histórica de erradicarlas. Poner un lazo a las prostitutas y colocarlas legalmente en un escaparate, sin embargo, ha resultado en Holanda una experiencia catastrófica. Según APRAMP (Asociación Para la Reinserción de Mujeres Prostituidas), “durante la ultima década, después de que el proxenetismo y los prostíbulos se despenalizaran en Holanda en el año 2000, la industria del sexo se ha expandido un 25 % (Daley, 2001:4). A cualquier hora del día, mujeres de todas las edades y razas son expuestas – y puestas en venta para el consumo masculino – en los conocidos escaparates de los prostíbulos y clubes de Holanda. La mayoría de las mujeres provienen de otros países (Daley, 2001:4), y probablemente han sido traficadas”. Suecia, paraíso socialdemócrata por antonomasia, ha optado directamente por perseguir a los clientes de las prostitutas.

¿Es aceptable ser puta?

Responder que sí a esta pregunta planteada por El País (sic), con todas sus consecuencias, resulta más complicado de lo que podría pensarse. Si consideramos la prostitución como un trabajo más, equiparable al de una auxiliar administrativa, una empresaria, una dependienta o una ministra, podemos encontrarnos con el supuesto que ya se ha planteado en Alemania. Una joven de 25 años perdió su derecho a cobrar el paro al rechazar un trabajo de prostituta. Si ser puta es un trabajo como otro cualquiera, es lógico que no se pague el paro a alguien que se niega a aceptar un trabajo. Cabe preguntarse a este respecto qué pensaría por ejemplo el director del Diario de Noticias si –hipotéticamente- una hija suya, por negarse a trabajar como prostituta, perdiera su derecho a cobrar el paro. Si considerara la prostitución como un trabajo homologable a otro cualquiera, malamente podría defender que haya que pagar a un parado voluntario. Si por el contrario considera que no es un trabajo homologable a los demás, lo complicado sería explicar entonces que su diario se esté lucrando por medio de la publicidad que se paga a costa de ese trabajo. Como recientemente denunció el director del diario “Público”, “no se puede criticar en una página a las mafias de la prostitución y veinte después, lucrarte con ellas”. El caso del burdel de Badostáin, precisamente, fue confirmado por los vecinos al encontrar el correspondiente anuncio en el diario de todos los navarros.

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