Todo lo anterior ofrece a los navarros una pobre impresión de absoluta improvisación y total descoordinación. Inicialmente, Miguel Sanz presentó el pacto como el instrumento que “quitará la careta a muchos partidos que no son capaces de posicionarse en un lugar claro y definido, como es el caso de IUN en el tema de Berriozar”. Sanz además aseguró que el pacto nacía del diálogo previo que había mantenido él directamente con el PSN, llegando a adelantar que el acuerdo tendría una vertiente política que serviría para "evitar acuerdos institucionales” con organizaciones políticas que “no respaldan a instituciones que forman parte esencial del estado de derecho, como las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado”. Txentxo Jiménez acababa de asegurar que ellos nunca apoyarían la labor de las fuerzas de seguridad del estado. El pacto anticipado por Miguel Sanz, por tanto, era algo así como una viagra que además adelgazaba y evitaba la caída del pelo.
“A ver si somos capaces de que Nafarroa Bai se sume al acuerdo”.
La desautorización pública de Roberto Jiménez, respondiendo abiertamente a lo dicho por Sanz con un contundente: “yo no hubiera hecho esas declaraciones”, anunciaba un pacto diferente y descafeinado, como el que ahora parece que PSN e IU están preparando. De todo lo anunciado por Sanz, parece que no queda nada y que la verdadera preocupación de PSN e IU es que Nafarroa Bai se sume al acuerdo. Algo que, previsiblemente, sólo resultaría posible condenando la violencia etarra después de cada atentado, pero evitando reclamar la detención policial de los autores del atentado. Una postura que representa sólo al ala más radical de Nabai, la desgajada de Batasuna, y en torno a la cual puede acabar tomando forma este pacto descafeinado. Cuesta entender por otro lado la pirueta de Miguel Sanz, al que el PSN –clamorosamente- le ha vaciado todo el agua de la piscina en cuanto ha saltado.