¿Qué evidencia el caso de Alfie Evans?

El pasado sábado 28 de abril, la crisis de valores de Occidente, en base a una despiadada práctica totalitaria del Estado de Derecho británico, se cobró una víctima: el pequeño Alfie Evans, que estaba en estado semi-vegetativo, por una enfermedad neurodegenerativa.

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La justicia británica, avalada por las instituciones judiciales de la eurocracia, impidió a sus padres que se le sacara del centro sanitario para trasladarlo a hospitales extranjeros como el Bambino Gesú de Roma, que se habían ofrecido a tratarlo para mantenerlo con vida e intentar mejorar su calidad de vida.

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Este hecho viene a guardar relación también con ese fenómeno de la “cultura de la muerte” que impera en Europa, secundado por la mayoría de políticos, aparte de tener un establishment que lo promueve, de corte progre-socialdemócrata y nihilista. Ahora bien, conviene señalar lo que a mi juicio ha venido a evidenciar esta dramática situación.

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Lo primero al respecto guarda relación con las esperanzas que pueden mantenerse o recobrarse en un continente en degradación moral, que está encaminado hacia un suicidio cultural, promovido por el nihilismo, el secularismo y la prevalencia de otros dogmas relativistas impuestos por los guardianes de esa dictadura de la corrección política.

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Aunque parezca que paulatinamente “los pueblos de Europa” comienzan a despertar, el caso es que si bien en algún país de Europa ha habido alguna que otra concentración, a pesar de la absoluta ignorancia por parte de la clase política y las principales élites, solo un pueblo ha demostrado involucrarse como es debido en el caso: el polaco.

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Esa misma sociedad europea que no se deja intimidar ante la izquierda en ninguna de sus facetas, que opuso una aguerrida resistencia (y sigue haciéndolo) al comunismo y al nazismo, que mantiene una profunda fe católica, que aprecia el significado de la libertad más que otros europeos y que respeta a su nación, se ha movilizado de una manera ejemplar e impecable.

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Mientras tanto, la segunda cuestión a tener en cuenta viene a guardar relación con los propósitos y otras cuestiones que pueda definir el funcionamiento o justificar la esencia y existencia de determinadas instituciones. En este caso, esto se trata de esa entidad que ejerce un monopolio exclusivo de la violencia: el Estado.

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La cuestión es que, sin desdecirnos en cuanto al escepticismo hacia el Estado que mantenemos todos los que participamos de una u otra manera en el proyecto de Navarra Confidencial, entendemos que aparte de la garantía de la libertad y la defensa de la propiedad privada, la protección del derecho a la vida viene a ser la otra motivación legítima de su razón de existir.

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Se debe garantizar el derecho a vivir de todo individuo desde la fecundación hasta la muerte natural, no solo persiguiendo el mero asesinato de una persona nacida y sana, sino prácticas médicas homicidas como el aborto, la eutanasia y el suicidio asistido. Luego, la libertad de elección no debe ser excusa ética ni legal para que se pueda acabar con la vida de un tercero.

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Ahora bien, la degeneración que se da cuando los burócratas y el resto de individuos que asumen las correspondientes responsabilidades sobre el mismo no tienen reparo en dejar de garantizar este derecho esencial para que una sociedad tanto libre como floreciente sea una realidad, guardan relación con la ausencia de un marco de valores religiosos.

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El problema va desde la absoluta filosofía materialista y totalitaria de regímenes como el comunismo y el nazismo, que aniquilaban sin piedad al disidente y a aquellos colectivos cuya existencia repudiaban, hasta el imperio de la “cultura de la muerte” en una Europa secularizada que, en cambio, promueve la fe en ese ente coactivo artificial llamado Estado.

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Ese entramado asistencialista y garante de “falsos derechos” conocido como “Estado del Bienestar” no solo ha promovido valores como el cortoplacismo, la irresponsabilidad y el hedonismo, haciéndonos despreciar la importancia de sociedades fértiles, ha fracasado también, como cualquier otro proyecto de planificación central.

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Pero no vamos a incorporar ilustraciones y referencias técnico-económicas que validan la tesis de este fracaso, sino a advertir de que, aunque algunos pretendan censurarlo, la mayoría de clases políticas europeas no dudan en avalar la eutanasia y otros métodos ya que ciertas clases de enfermos y las personas mayores son para ellos una “mera carga para el sistema”.

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Por ello, uno de los países europeos que implementa este modelo de Estado asistencial, aparte de participar también en el interés del Estado en despojar a las familias, a los padres, de roles de autoridad y autonomía frente a grupúsculos de planificadores, no ha tenido piedad, habiendo preferido faltar el respeto a la dignidad humana de esta criatura inglesa.

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Eso sí, curiosamente algunos se preguntan si nos indignaríamos en caso de que el Estado estaría incurriendo en algo ilegítimo si los padres de Evans hubieran querido que el hijo muriera. La cuestión es que sin vida no hay libertad y que, como dijera San Juan Pablo II, «una nación que mata a sus propios hijos es una nación sin futuro».

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Para finalizar, el caso es que es necesario seguir a esas naciones que son la esperanza de Europa frente al suicidio cultural, y actuar como sociedad para que se preserve la cultura de la vida, algo muchísimo más importante que la existencia del Estado, que puede ser muy problemático.

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