Era una de las noticias más esperadas a lo largo de los últimos años: la de su disolución definitiva. Y, de nuevo, ETA defraudó.
La habían vaticinado personalidades del calibre del lehendakari Iñigo Urkullu o el “mediador” sudafricano Brian Currin; incluso desde Gara se venía insinuando tal posibilidad como inmediata. No obstante, lo que el pasado 22 de febrero informó -concretamente dicho diario abertzale- fue que la militancia de ETA estaría debatiendo, todavía hoy, tres documentos: el primero, relativo a la contextualización histórica; el segundo, el período de 2009 hasta hoy; el tercero, que se estaría votando desde hace tres meses, el que menciona el final de la banda y la propuesta de “cierre”.
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Y el final que plantea su “dirección” es disolverse e integrarse en la izquierda abertzale; según sus propias palabras: «dejar la anterior fase [se refiere a la del terrorismo puro y duro]definitivamente atrás», no en vano «La situación más beneficiosa para nosotros, así como para los sectores populares y la clase trabajadora vasca, no es otra que dejar la anterior fase definitivamente atrás y abrir totalmente la nueva», descartando convertirse en un nuevo partido político; caso de las FARC en Colombia.
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En el sentido anterior, Gara afirmaba: «En el caso de que la propuesta de la dirección [de ETA] sea aprobada, el final del ciclo y la misión de ETA serán dadas a conocer públicamente. Y con ello la organización desaparecerá de facto. En consecuencia, “no será ya un agente que interpela y es interpelado”, remarca la propuesta. Únicamente quedarán algunas labores de carácter técnico (por ejemplo, impedir eventuales “utilizaciones malintencionadas de las siglas de ETA”), que en buena parte ya se han ido encarrilando estos meses. Pero ETA ya no existirá». Por eventuales “utilizaciones malintencionadas” se remiten a los disidentes abertzales de Ibil o ATA, quienes ya estarían “controlados”.
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Además, la actual dirección de ETA se muestra muy optimista: «La “tranquilidad estratégica” es uno de los conceptos clave. Se quiere destacar con ello que existen condiciones objetivas suficientes para llevar al final el proceso de liberación nacional que ha sido objetivo de ETA en su historia». Toda la violencia desplegada por ETA habría sido rentable y los objetivos finales de siempre estarían más próximos en alcanzarse, conforme su entender.
Acaso una de las frases del tercer documento más relevantes sea la siguiente: «Hace mucho ya que el proyecto de la Organización no es solo de ETA. Además, el movimiento político que denominamos izquierda abertzale ha demostrado suficiente madurez y capacidad de lucha, resulta mucho más eficaz para materializar el reto al que nos enfrentamos hoy en día». Es decir, el proyecto global de ETA es también el de la izquierda abertzale; y serían más rentables su “vías” específicas (parlamentaria, institucional, movilización callejera, conquista de espacios de poder popular, etc.) que una “lucha armada” ya “cegada”.
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Para descartar la posibilidad de transformar lo que queda de ETA en otro nuevo partido político “referencial” del área, razonan del siguiente modo: «”si quisiéramos dar continuidad a la Organización [desde la actual dirección de ETA], como una organización convencional, tendríamos que reinventar todo lo demás: estrategia, funciones políticas concretas y medios de lucha e influencia”. Y, del mismo modo, si tras el desarme ETA quisiera seguir como organización civil, “al objeto de mantener algún tipo de autoridad moral, las amplias mayorías a conseguir, si son ciertamente amplias, no lo entenderían”, e incluso podría ser presentada como obstáculo». Puro cálculo, pues.
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Pero decantarse por el fin de ETA como organización no implicaría acabar con su labor. Por el contrario: «“Esta es una propuesta para avanzar, y para ello resulta muy importante que toda la fuerza militante creada bajo la influencia de ETA y a su alrededor aporte –siga haciéndolo– en la Izquierda Abertzale, en el proceso independentista, en el movimiento popular… No es el momento de irse a casa. Por el contrario, la presente fase política necesitará la fuerza e impulso de todos y todas, como nunca”».
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El lenguaje de estos terroristas puede resultar barroco, dialéctico, aséptico incluso, proceloso en ocasiones…, pero nunca es ocioso. Forma parte de una cultura política muy concreta y sus gentes lo entienden muy bien; pues así han sido educadas desde hace décadas.
ETA nació para conseguir la independencia y el socialismo de los territorios vascos e imponer una república propia. Desde sus diversas escisiones, siempre existió una continuidad organizativa y una dirección centralizada referencial de todo el movimiento que generaron en su entorno, a modo de capas de cebolla: la dirección, los militantes de ETA, los apoyos clandestinos o semilegales, las organizaciones ciudadanas, los partidos políticos, los sindicatos y organizaciones sectoriales, las organizaciones “pantalla” y las de “carácter puente”, etc.
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Una de las incógnitas todavía no reveladas -al contrario que en el caso del IRA en Irlanda del Norte- es la de si la actual “dirección de ETA” sigue siendo la rectora de todo el conjunto del MLNV, cuya expresión política es la “izquierda abertzale” y su actual partido Sortu; o se encuentra subordinada a otra igualmente desconocida que ya estaría dirigiendo al que denominan MLNV y a la propia ETA y su cúpula residual. Con toda seguridad, algún día se sabrá todo ello; dado el gusto obsesivo por las actas y los documentos escritos en esta cultura político-terrorista.
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Mientras tanto debemos seguir en guardia y mantenernos alerta: ETA no ha desaparecido. E incluso, si lo hace, sus antiguas gentes continuarán liderando al independentismo radical controlado desde la “izquierda abertzale” (hoy es el caso de la coalición EH Bildu, en la que participan otros elementos políticos además de los totalmente afines a ETA).
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Siguen sin resolverse cientos de asesinatos y miles de otros delitos de terrorismo, como han sido la cobertura, el encubrimiento y las labores de información que facilitaron tantas muertes atroces. ETA, sus líderes, militantes y todos sus demás seguidores y afines, no tienen intención alguna en aclarar todo ello; al contrario, su pretensión sigue siendo la imposición de un relato equidistante y edulcorado de esta tragedia colectiva, en el que no existirían terroristas sino “personas ejemplares obligadas a militar en la resistencia popular frente a la ocupación militar de los territorios vascos por parte del Estado español”.
En esta nueva situación, en la que se sucederán tópicos envenenados, rutinas tranquilizadoras, silencios clamorosos y dialécticas jamás inocentes, conviene estar más despierto y crítico que nunca. Por todo ello, bienvenida la Asociación Navarra de Víctimas del Terrorismo de ETA. Seguro que sus criterios, movimientos y juicios cívicos aportarán luz, sentido común y directrices de acción.
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