Al consejero de Hacienda del gobierno del cambio, Mikel Aranburu, le parece que después de los tres calambrazos fiscales que ya ha metido a los navarros todavía pagamos poco, y que áun habría que apretarnos bastante más las clavijas. En concreto, el consejero expresó ayer en el Parlamento que es necesaria «una reflexión» sobre cuál debe ser la presión fiscal adecuada, argumentando que «todavía estamos alejados de las medias de los países que admiramos en otras materias».
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¿Por qué comparar la presión fiscal de Suecia con la de España es una estafa?
Cuando el consejero Aramburu nos dice que la presión fiscal en Navarra está varios puntos por debajo de la de otros países, supuestamente los nórdicos, básicamente nos esta vendiendo una moto. O si lo prefieren un Volvo con el motor gripado. Intentaremos explicarlo de un modo sencillo y ya saben que para explicar las cosas de un modo sencillo en economía, aunque perdamos un poco de rigor por el camino, nos gusta reducir el problema a términos de islas y cocos.
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Supongamos dos islas, en cada una de las cuales se producen 36.000 cocos.
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En una de las islas, Hacienda se queda 18.000 cocos, la mitad de la producción. La presión fiscal en esa isla sería del 50%.
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En la otra isla, Hacienda se queda 12.000 cocos, en ella presión fiscal sería el 33%.
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Si el señor Aramburu fuera el consejero de Hacienda de la segunda isla, trataría de convencernos de que estamos pagando pocos impuestos, que en la isla de al lado Hacienda recauda 6.000 cocos más y que bien podría él pedirnos otros 3.000 cocos y aún seguiríamos pagando menos que los de la otra isla, que nos quejamos de vicio.
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Lo que pasa es que los números expuestos hasta ahora resultan totalmente insuficientes para ver si realmente es verdad que nos quejamos de vicio.
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Pensemos, por ejemplo, que cada habitante de nuestra isla, para subsistir, necesita comerse un coco al día, por tanto necesita 365 cocos al año. Por consiguiente, Hacienda sólo puede empezar a quitarle cocos a partir del coco 366, o en caso contrario lo mata de hambre.
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Si nuestra isla tiene 66 habitantes, esos 66 habitantes necesitan al año para subsistir comerse 24.000 cocos. Por consiguiente, si producen 36.000 cocos, no pueden pagar a Hacienda más que 12.000 cocos. Pese a lo que piensa el consejero Aramburu, no les puede quitar más cocos sin empezar a matarlos.
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Por el contrario, en la isla de al lado, donde hay 40 habitantes, estos necesitan para subsistir sólo 14.600 cocos, por lo que Hacienda les puede quitar 18.000 cocos y aún les quedan 3.400 cocos para comer dos cocos algunos días o para cambiarlos por naranjas a los navegantes o los habitantes de otras islas.
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¿Y por qué los 40 habitantes de la otra isla producen más cocos que los 66 de la nuestra? Pues eso nos llevaría a una nueva parábola, pero supongamos que en la otra isla el clima es más adecuado, la tierra más fértil o dominan unas técnicas de producción de cocos superiores a la nuestra. Lo que no puede esperar Aranburu es que igualando la recaudación de cocos cambiaría el clima, la fertilidad del terreno, la técnica y con todo ello la producción, confundiendo lo que en el universo material vienen a ser las causas con las consecuencias de las cosas. Es decir, uno no se vuelve rico al comprar un Rolex sino que se compra un Rolex al volverse rico. O uno no puede empezar a ganar como un sueco sólo cuando le cobran impuestos como a un sueco, sino que uno sólo puede empezar a pagar como un sueco cuando gana como un sueco.
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Trasladando los datos de la parábola de los cocos al mundo real, para generar 46.900 euros de PIB hacen falta 2 españoles, pero 1 sólo sueco. O volviendo a nuestra historieta cada sueco produce al año los mismos cocos que dos españoles.
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¿Como termina el cuento en nuestra isla imaginaria?
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Pues cuando Hacienda les deja a los habitantes de la isla sin suficientes cocos para subsistir y la gente se come al consejero Aramburu.
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Y colorín, colorado…
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Un comentario
Pues ya va siendo hora de que nos «comamos» al Sr. Aramburu. Y, de postre, una palomita.