Lo anticipábamos ya el 4 de diciembre cuando anunciábamos que Yolanda Barcina galopaba sin obstáculos hacia la presidencia del partido, que los dos sectores de UPN habían sellado un principio de acuerdo y que, salvo sorpresa de última hora, Yolanda Barcina se alzaría pacíficamente con la presidencia de UPN. Se trataba de una decisión lógica en vista de la correlación de fuerzas, y por tanto previsible, si bien no siempre la política sigue los caminos de la lógica. En este caso, sin embargo, era algo más que previsible. Nuestras fuentes ya nos habían confirmado para el 4 de diciembre que el acuerdo estaba apalabrado, que Yolanda Barcina alcanzaría sin oposición la presidencia y que Alberto Catalán ocuparía un puesto importante en la dirección con altas responsabilidades.
Curiosamente, el asunto se llevó con gran discreción, al punto que una parte del partido, hasta muy recientemente, todavía no sabía a qué atenerse. Públicamente, Alberto Catalán no quiso volver a comentar nada en torno a su posible candidatura. En este contexto, durante una entrevista a finales de diciembre, Miguel Sanz pidió públicamente a su Secretario General que “lo que tenga que decir Catalán, lo debe decir ya para no generar incertidumbre y malestar en UPN”. Catalán, poco amigo de presiones, contestó con un “no hay novedad” a este emplazamiento, manteniendo su silencio hasta este fin de semana y utilizando el Diario de Navarra para hacer pública su renuncia a optar a la presidencia.