Con cierta ironía, el profesor decía que el conocimiento no llegaba por ciencia infusa. Lo decía al alumno vago y despreocupado por sus resultados académicos. Decía que se tuviera cuidado, que para alcanzar el conocimiento era preciso apoyar firmemente los codos y enfrentarse con decisión a la dura tarea del estudio. Quizá por esto, y porque la sociedad era exigente, pronto aprendimos que ponerse a trabajar era efectivo. Los resultados académicos no se hacían esperar.
Ahora, ante situaciones semejantes de falta de trabajo personal y de malos resultado académicos (no me refiero a otras situaciones personales), se piensa en que faltan estructuras escolares apropiadas, que las aulas están sobresaturadas, que se carece de estimulación escolar suficiente, que la metodología no es adecuada, que falta orientación y apoyos singulares, que el profesor no está a la altura de su responsabilidad. Así, el vago no asume su responsabilidad y la traslada a terceros.
Se ha olvidado el sabio consejo de que es preciso comenzar con el esfuerzo y el trabajo personales. Quizá por esto, a pesar de llevar 36 años empeñados en modernizar nuestro sistema educativo, seguimos cosechando fracasos institucionales y los escolares españoles se encuentran a la cola en las estadísticas.
Ahora bien, siendo grave esta situación, no es de las mayores que aquejan a España. Me asalta la dolorosa sensación de que por este olvido hemos aceptado que el conocimiento puede llegar por ciencia infusa, sobre todo a nuestros políticos.
Basta que la asociación del barrio señale a uno de sus vecinos, que la asamblea política de turno apoye a uno de sus miembros para que, sin otros requisitos, se pueda acceder a los cargos de concejal, parlamentario regional o nacional o senador y, quizá, al de consejero de alguna sociedad pública, al de representante en algún organismo internacional público o a ser miembro de algún gobierno regional o del estado. Ayuda ser joven, guapo y ocurrente y dominar bien los latiguillos coloquiales de moda que, vacíos de contenido, excitan a las masas. Por supuesto, es necesario dominar bien los resortes a los que responden los partidos, aprendidos de sus fontaneros.
En la actividad política ya no es necesario explicar los programas -qué tostón-, basta con decir que se tiene una hoja de ruta. No es preciso dar las razones por las cuales se toman las decisiones, sino solo decir que no se han traspasado virtuales y sugerentes líneas rojas nunca explicadas No es preciso dar razones, sino exponer con verborrea desenfadada, que se tiene la impresión de estar en la solución.
Ha quedado arrumbado en el cuarto trastero el requisito de que es conveniente que los representantes políticos tengan, de entrada y como aval, un excelente y trabajado currículo académico y profesional, además del político. Sólo se requieren los votos de una mayoría. La democracia es algo más que la voluntad de las mayorías. En caso contrario se cae, en el asambleísmo, el clientelismo, la publicidad y el oportunismo. Se corre riesgo de quedar atrapados en los populismos de los que nada bueno se destila, en la tiranía anónima y despiadada de las redes sociales, en la bulla callejera y la celeridad periodística.
Se admite que la “chistera”, el traje de gala, las medallas institucionales, los adornos y la parafernalia, llevan consigo el conocimiento político suficiente para quedar capacitado para ocuparse de la más importante tarea que el político tiene encomendada: atender el interés general, el interés de España por encima de los intereses personales, de grupo, de partidos, locales, o regionales.
No de otro modo se puede explicar el presente fracaso político nacional, la vaciedad de ideológica actual de los partidos, un año con gobierno en funciones, dos procesos electorales fallidos y la amenaza de un tercero, un partido nacional roto y que lo que “pone” a las masas es el eslogan NO es NO, al margen de otras consideraciones.