Los partidos de izquierdas dicen de sí mismos que son partidos de “progreso”, pero no especifican el sentido que atribuyen al vocablo. Con su enunciado, como elemento identificador, sólo buscan el valor sugerente en el elector poco atento, suscitando en su subconsciente que a los partidos conservadores les compete el ámbito del “regreso”.
El vocablo por sí mismo no tiene sentido alguno. Éste lo determina el objetivo o el fin hacia el que se dirige la actividad de progreso. Tanto progresa la enfermedad como la salud. Se progresa hacia el éxito o hacia el fracaso, hacia la unidad como nación o hacia su disolución; hacia el desarrollo humano en lo económico y social o hacia su ruina populista. Progresa el feto hacia su nacimiento como persona a la que reconocemos todos los derechos civiles y progresan las prácticas abortivas que lo destruyen, progresa el sentido de lealtad interregional y progresa el sentimiento egoísta e insolidario de unas regiones sobre otras.
Habrá que recordar aquel pensamiento de Miguel Delibes expuesto en 1975 en su discurso de entrada en la Real Academia de la Lengua española: «Si la aventura del progreso ha de traducirse inexorablemente en un aumento de la violencia y la incomunicación; de la autocracia y la desconfianza; de la injusticia y la prostitución de la Naturaleza; del sentimiento competitivo y del refinamiento de la tortura; de la explotación del hombre por el hombre y la exaltación del dinero, en ese caso, yo gritaría ahora mismo, como una conocida canción americana: ¡Que paren la Tierra, quiero apearme!».
Por tanto, pasado el circo mitinero, conocido el deseo político de los españoles, los partidos con representación parlamentaria tendrán que señalar la meta hacia la que desean dirigir su percepción particular de progreso y ordenar en tal dirección sus actuaciones políticas. En la escuela me enseñaron que con la aritmética se podía sumar y restar pero con mucha atención para hacerlo entre unidades equivalentes de una magnitud bien definida. No era posible sumar horas con minutos, ni kilómetros con metros, ni pesetas con duros y menos magnitudes distintas como masa y longitud. Menos me enseñaron que se pudiera hacer política con la aritmética. Sin embargo, con perplejidad oigo constantemente que la aritmética permite tal o cual gobierno con independencia del sentido de progreso que cada partido llamado a conformar el gobierno tiene escondido entre las líneas de sus programas y en sus discursos bien acondicionados con papel celofán y cintas de colores vistosas, o escondido entre lugares comunes sin sentido, como la afirmación de conseguir el pleno empleo, la mejora del sistema sanitario y educativo sin especificar el cómo o de qué manera.
El único objetivo que debe impulsar a los partidos llamados es el de garantizar la estabilidad política parlamentaria para diseñar con vocación de permanencia el entramado legislativo básico y para mantener un gobierno fuerte que agote los cuatro años de legislatura alimentado continuamente para abordar, plantear, diseñar y ejecutar las acciones siguientes. Primera, las ordenadas a adquirir prestigio, peso específico e influencia en el contexto internacional al que amenazan algunos serios nubarrones poco halagüeños. Segunda, las requeridas para resolver los problemas de convivencia política interna nutridos durante años con deslealtades institucionales, egoísmos regionales, tentaciones centrífugas sin sentido sostenidas por un egoísta, demagógico, falaz e inexistente derecho a decidir. Tercera, las que habiliten las medidas técnicas que el empresario requiere para producir empleo estable suficiente para los ciudadanos y sus familias y para generar los recursos financieros que la administración pública necesita. Cuarta, las fórmulas de colaboración eficiente, estable y sostenible entre la gestión pública y privada de los servicios sanitarios, educativos y sociales con pleno respeto a la libertad y dignidad personales constitucionales de sus demandantes.
En esta trascendente tarea quedan proscritas las líneas rojas, y las exclusiones gratuitas contenidas en el “NO o que parte del NO, no se ha entendido”. Solo se necesita sentido de España, lealtad constitucional, sentido de estado y percepción adecuada del interés general, relegando el posesivo “mi”, referido al partido, al que hay que percibir como instrumento o herramienta y no como fin.