El navarro perdido

Hay un tipo de navarro que se pasea por los bares, por los senderos balizados de nuestros montes y por los centros comerciales con el aire triste y preocupado de quien ha perdido algo. Si se le deja hablar de su infancia no deja de contar, invariable, la historia de cómo un día cierto cura le propinó un bofetón. Y da a entender que bien por culpa de aquel maltrato, o bien por alguna discrepancia grave con el Magisterio en asuntos de moral sexual, ya no se siente con ganas de oír más misas. Bastantes recibió de monaguillo, o en el colegio de curas, o hasta en el seminario de Pamplona. Cuando se habla de teología en su presencia es como si lo supiera todo, aunque no son mas que las homilías de los funerales lo único que oye desde hace veinte años. Nuestro navarro es un hombre sensible, culto y refinado. Que ama los aperos artesanos pero que acalla las raíces más religiosas de sus abuelos que resuenan en las texturas más rústicas. Que desconfía del progreso inhumano al tiempo que no sabría vivir sin la mentalidad individualista del ciudadano moderno.

Sigue siendo un misionero de corazón apasionado, aunque realmente ya no sepa cuál era su misión. A veces ha reciclado el mensaje trascendente del DOMUND cambiándolo por la predica del uso del vascuence. Otras ha seguido el camino contrario y ha encontrado en las canciones vascas de la parroquia la excusa perfecta para enfadarse oficialmente con la jerarquía. Pase lo que pase se conforma con seguir manteniendo en lo más alto su vocación por la cultura, por la música, por el folclore, por la cantería vieja, por la museología rural, por la transfusión de sangre, o por la solidaridad material pura y dura. Pero cuando habla de cualquiera de esos amores se le nota una sequedad profunda. Una amargura no siempre resentida que le hace doloroso el puro silencio. Fueron malos tiempos los de su juventud perdida. Tiempos de niebla y revolución. Tiempos de iconoclastia y señuelo ideológico. Ojalá que el resquicio de fe que aún perdura en su corazón le haga volver sin complejos. Para confesar que sólo fue feliz cuando juntaba el fondo con la forma. Y para transmitir alguna certeza a los que son aún más jóvenes, aún más tristes, aún más perdidos que él.

Jerónimo Erro

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