La izquierda se opone al voto femenino.
Si en 1931 se pudo reconocer a las mujeres el derecho al voto, fue a pesar de la actitud de la mayor parte de la izquierda. La izquierda temía que las mujeres fueran más conservadoras y más religiosas que los hombres. Temía especialmente la influencia que la Iglesia Católica pudiera ejercer en el voto femenino. El reconocimiento del derecho a voto de las mujeres, por tanto, quedaba condicionado a que las mujeres votaran a la izquierda.
En el Congreso sólo había tres escaños ocupados por mujeres. De las tres sólo Clara Campoamor, del Partido Radical, defendió el sufragio femenino. Victoria Kent, del Partido Radical Socialista, se opuso al voto afirmando que “no es cuestión de capacidad; es cuestión de oportunidad para la República”. Su oposición reflejaba la citada postura de la izquierda. El propio Manuel Azaña ironizó sobre el enfrentamiento verbal entre Victoria Kent y Clara Campoamor, comentando que sólo había dos mujeres en la cámara y ni por casualidad podían ponerse de acuerdo. El diario La Voz, al día siguiente, ampliaba este comentario preguntándose qué pasaría entonces en España cuando hubiera 50 mujeres en la Cámara. El diputado izquierdista Novoa Santos, eminente clínico y patólogo, intentó justificar el voto en contra desde el punto de vista de la ciencia, asegurando que a la mujer no la dominaban la reflexión y el espíritu crítico, sino que se dejaba llevar siempre de la emoción. En ella, según Novoa, el histerismo no era una simple enfermedad, sino la propia estructura de la mujer. El líder del PSOE, Indalecio Prieto, fue uno de los muchos socialistas que votaron en contra. Abandonó el Congreso formando un alboroto y asegurando que “se había dado una puñalada trapera a la República”. Cuando efectivamente la izquierda perdió las elecciones en 1933, la izquierda señaló a Clara Campoamor como culpable, a quien nunca perdonaría.