LA MANIFA Incluso quien no dedica habitualmente un minuto de su tiempo a la política puede entender algo sencillo: si mandan a casa a un espécimen como De Juana, algo no marcha bien. Ya puede salir luego la vicefarsante de la Vega impostando mucho la voz para dar empaque a sus explicaciones absurdas, que no es posible tapar lo evidente: De Juana se sale con la suya. Tras el atentado de ETA en Barajas, mucha gente se preguntó qué iba a pasar ahora, y lo que esa gente contempla ahora con pasmo que pasa es que De Juana se va a su casa. Y claro, nos han estado pasando por delante tanto tiempo su cara de lunático homicida y su estampa de alienígena de Roswell metiendo tripa que somos nosotros los que sí que ya no tenemos estómago para aguantarlo. Ni queremos tenerlo, porque sabemos que esta cesión ni es la primera, ni será la última, ni la única, ni la peor. Así que el viernes a las ocho, salimos con toda nuestra indignación a corear frente al ayuntamiento: “Zapatero dimisión”, “Otegui, atiende, Navarra no se vende”, “no estamos todos, faltan veinticinco”, “Zapatero, eres un traidor”, “España merece otro presidente”, etc, etc, etc. Ya sabíamos que Zapatero no nos iba a escuchar, porque nosotros no matamos a nadie, y por tanto no somos la clase de gente a la que atiende Rodríguez Iscariote. Pero salimos a la calle porque queríamos desmarcarnos de toda la ingesta de estiércol que acarrea una decisión como la que ha tomado el gobierno. Salimos para aclararle a zetapé que no pensamos tocar ni con la punta de un palito esa montañita hedionda de basura no reciclable en lo alto de la cual se ha encaramado. A fin de que nuestro nombre no pasara a la historia de la infamia como cómplices silentes, podíamos haber ido a un notario, pero era más fácil ir a la Plaza Consistorial a que diera fe de nuestra disconformidad la persona de al lado. Salimos por tanto a la calle a realizar una catarsis personal y colectiva, a limpiarnos de toda la suciedad que el PSOE nos había arrojado encima. Ante la injusticia, uno siempre se siente un poco mejor y más fuerte si sabe que su indignación no es un hecho aislado. Allí estaban, además, las víctimas navarras del terrorismo y sólo por ponerse a su lado en este difícil momento ya merecía la pena ir. No podíamos quedarnos en casa viendo como el inmoral que nos preside se llena la boca hablando de “paz” mientras se dedica a premiar el uso de la violencia. Y es que además sabíamos que iban a pasar dos cosas que, al verlas después desde casa, nos hubieran hecho arrepentirnos de no haber salido a manifestarnos: la primera cuando el cinismo caramelizado llamara “valor” a ceder ante el chantaje de la dieta del cucurucho, y la segunda cuando la ETA le entregue a Rodríguez Iscariote sus veinticinco monedas de plata a cambio de los servicios pactados. Demasiado insoportable para verlo desde casa. Adolfo Perez – Jacoiste